La dignidad de renunciar

O bien estamos ante el caso de un hombre que mejoró con la muerte, como suele pasar con tantos, o don Luis Sáenz Peña fue realmente un patriota que dejó la presidencia tras verse superado.

La dignidad de renunciar
Don Luis Sáenz Peña

Durante la década que fue de 1880 a 1890, la política argentina estuvo protagonizada por el Partido Autonomista Nacional, herramienta de Julio Argentino Roca.

Mientras tanto, hombres de trayectoria, como Bartolomé Mitre, se encontraban marginados de las riendas políticas.

El final de aquellos años marcaron un cambio políticamente significativo.

Roca había perdido peso ante el avance del presidente Juárez Celman, pero la revolución radical sumada a una enorme crisis económica, obligaron al cordobés a renunciar.

Su vicepresidente, Carlos Pellegrini, asumió en su lugar y así el poder volvió a Roca.

Paralelamente, señala Natalio Botana, “la Unión Cívica se fragmentó en dos líneas opuestas: la Unión Cívica Nacional, conducida por Bartolomé Mitre y la Unión Cívica Radical con el liderazgo de Alem y Bernardo de Irigoyen. Más tarde, los cívicos nacionales acordaron con el autonomismo de Roca y Pellegrini el apoyo a una fórmula integrada por Luis Sáenz Peña y J. E. Uriburu”.

Esta última fue una jugada magistral de Roca y Mitre.

Por entonces, Roque Sáenz Peña era un firme candidato al “sillón de Rivadavia”. La forma de contrarrestarlo fue proponiendo a su padre desde las filas roquistas.

Así, de manera inmediata, Roque abandonó su candidatura y Luis abrazó la presidencia.

Asumió su mandato en el año bisiesto de 1892, especie de vaticinio de lo que llegaría bajo su débil desempeño.

Terminó renunciando sin cumplir el mandato y pasó a convertirse en una sombra borrosa, dentro de los manuales de Historia y el imaginario popular.

Nacido en abril de 1822, Luis Sáenz Peña, murió el 4 de diciembre de 1907. “El acto del sepelio fue imponente -señala la Caras y Caretas de entonces- y en él estuvieron representadas todas las clases sociales, formando un a apiñada multitud que aparecía influida por la tristeza de aquel momento”.

En dicha nota, encontramos un par de párrafos por demás interesantes:

“No pudo evitar la hora de prueba en que el gobernante debe elegir entre el poder y sus principios, no fue bastante hábil o bastante resuelto o bastante fuerte para conjurar el asalto dirigido a su política, pero tampoco transó. Prefirió regresar a la condición de simple ciudadano, dejando inmaculada su bandera.

Si entre el tumulto de las pasiones del momento pasó inadvertida esta conducta (…) al serenarse el ambiente, la opinión fue uniformando su criterio en torno de ella y reconociéndose un timbre de honor para el hombre austero que la había observado”.

O bien estamos ante el caso de un hombre que mejoró con la muerte -como suele pasar con tantos- o don Luis fue realmente un patriota, que dejó la presidencia tras verse superado.

Es que como bien sabemos, los brillantes estadistas no abundan en Argentina y mucho menos, aquellos que renuncian con dignidad cuando los atributos les quedan grandes.

*La autora es historiadora

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