Para describir los tiempos y los efectos políticos del año de la pandemia, el historiador inglés Adam Tooze encontró en un ensayo reciente algo parecido a la perfección del círculo: el 20 de enero del año 2020, el líder chino Xi Jinping reconoció en público el brote original de coronavirus; el 20 de enero de 2021 asumió Joseph Biden como nuevo presidente de los Estados Unidos.
El sistema político argentino decidió de común acuerdo alejar lo más posible las elecciones de ese ciclo fatídico que marcó para siempre la memoria social. El Gobierno intentó estirar al máximo las facilidades políticas que utilizó durante el estado de excepción. Ese proceso concluye hoy. Se abrirán las primeras urnas después de una ruptura histórica. El principal interrogante sistémico que empezará a dilucidarse es la reserva de legitimidad que conserva la política para enfrentar la crisis.
Las primarias son para elegir candidatos; el voto para sincerar posiciones. Pero habrá una ecuación resultante cuando se observen los números combinados de participación; fuerzas y candidatos más votados, y cantidad de adhesiones a propuestas extrasistémicas. De esa combinación podrá inferirse qué grado de lucidez sobre el rumbo y qué potencia restante para el esfuerzo le quedan al país para enfrentar la crisis más profunda de su historia reciente.
Crisis ha sido una palabra apenas empleada en profundidad por los candidatos de los bloques políticos en competencia. Pero no por eludida, la crisis es menos real. Todos los indicadores de la economía están al rojo vivo y los que reflejan sus efectos sociales son más afligentes aún.
Cristina Kirchner merodeó el problema en su última aparición. Planteó la amplitud del desafío abierto al país en su conjunto. En verdad, anticipó, de a fragmentos, su discurso de hoy. Pudo hacerlo porque en su bloque político la única interna que podía asomar en el primer tramo del actual mandato ya está resuelta: ella manda, el Presidente obedece. Y le convino hacerlo antes porque el frente interno puede empezar a complicarse con otros actores, desde hoy, según vengan los resultados.
La visión de la jefa política del Gobierno es que en el día después de toda la política nacional, frente a la crisis, debería lograrse un consenso para amortiguar los efectos impopulares de un acuerdo con el FMI (o el impacto de la cesación de pagos si ese intento fracasa).
Al acuerdo político se lo piden desde el FMI para renegociar la deuda cuyos vencimientos desde el año que viene son asfixiantes. Plantea desafíos al discurso duro de la Vicepresidenta, que empezó pidiendo cárcel para los funcionarios del FMI que otorgaron el financiamiento; y también a la oposición, cuya responsabilidad en la toma de esa deuda es ineludible.
Cristina Kirchner propone por ahora menos que un acuerdo político, un contrato de adhesión. No estaría dispuesta a ceder una coma de su agenda judicial en ninguna negociación con sus adversarios. Y sus adversarios no podrían obviar esa agenda sin riesgos de una profunda deslegitimación política. Pero en realidad, el problema para nada menor que comparten ambos bloques políticos es que el tiempo de esos acuerdos o divergencias sólo se abrirá después de noviembre, cuando decanten en la puerta del Congreso algunos que hoy festejarán como candidatos. Y se lamentarán entonces por quedarse sin banca.
Otra vez, las primarias de los partidos políticos con voto obligatorio vuelven a plantear un dilema conocido: generan un hecho político inmediato, pero a distancia de su concreción institucional. Los defensores del método siguen sosteniendo que esa distorsión sistémica se justifica, mientras sea útil para que los vecinos del barrio despiojen sus broncas, compitiendo por la concejalía de la esquina. La transición tortuosa entre el efecto político del voto y su traducción institucional fue la experiencia sistémica más relevante y negativa del último recambio de gobierno.
¿Tendrán las primarias abiertas y obligatorias de hoy -con su certeza inmediata sobre el voto emitido y su incertidumbre mediata sobre el corrimiento del voto- un efecto parecido al que provocaron en 2019? Los especialistas en sondeos de opinión sostienen que no habría que esperar un escenario parecido, porque las elecciones de este año no ponen en juego un relevo de orden ejecutivo. La variable que en esta ocasión hay que incorporar a esa incógnita es el agravamiento de la crisis. Ninguno de los indicadores económicos y sociales está mejor que entonces. Por el contrario, la pandemia y la deficiente gestión sanitaria, económica y política de esa emergencia agravaron todo.
La gravedad de la coyuntura salta a la vista, por donde se encare el análisis. Hablan por sí mismos los indicadores de inflación, endeudamiento interno y externo, deterioro del salario, distorsión del mercado de cambios y licuación de reservas, explosión de la emisión monetaria sin respaldo, absorción del crédito para financiar gasto público y un esquema subsidiario insostenible, caída vertical de la inversión, crecimiento del desempleo, proyección estructural de niveles de pobreza alarmantes, implosión por deserción del sistema educativo, consolidación del delito organizado con alto impacto en la seguridad ciudadana.
La campaña comprobó que el debate político también se ha pauperizado al extremo. Se limita a ofrecer a la crisis como respuesta. Cuando la crisis es la pregunta.