Una vez más, Cristina Kirchner construye -desde la debilidad- un escenario favorable a su figura. Y seguramente, el calculado estribo para nuevos objetivos. La ratificación de su condena a 6 años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos, dictada por la Cámara Federal de Casación Penal que confirmó la misma sentencia del Tribunal Oral Federal número 2 de fines de 2022, es la necesaria plataforma política sobre la que de ahora en más el cristinismo intentará reposicionarse.
La decisión, esperable por el volumen de pruebas reunidas a lo largo del tiempo que demostró el esquema de corrupción en torno a la obra pública en Santa Cruz para el cual contó con funcionarios de máxima confianza, pero también repentinos empresarios que compartían sociedad con los Kirchner, como Lázaro Báez, validó circunstancias y responsabilidades de los acusados; entre ellos, el inefable José López, otrora secretario de Obras Públicas y audaz lanzador de bolsos a un convento.
Tal vez previendo el aval de esta otra instancia y distintos jueces, en la misma dirección de la acusación original de la defraudación al Estado de quien insiste en erigirse como su principal defensora, CFK trazó un rápido mapa de acción para convertirse -tras el abandono de su último y fracasado experimento, Alberto Fernández- en la presidenta del Partido Justicialista (PJ).
La jugada anticipatoria se topó con la resistencia de Ricardo Quintela quien al pedir elecciones internas, dilató los tiempos e impidió que la ratificación de la sentencia conocida en estos días no fuera sólo para la dos veces presidenta y vice, sino también para la titular del principal partido de oposición.
La trampa de la trama
Aún así, la trama narrativa funciona de la misma manera. En abstracto, si una democracia “persigue” a un referente de la oposición, se trata de un avasallamiento a las garantías constitucionales y supone el punto de quiebre para el estado de derecho. A partir de ahí, la victimización entra en acción y permite cuestionar no sólo al Gobierno, sino también a la Justicia, y de paso, a los medios. El clásico elenco de sospechosos a los que el kirchnerismo siempre acudió para justificar sus desaciertos.
Como parte del mismo libreto, y apenas minutos después de conocida la nueva sentencia, sumó otro argumento: atacada por “ser mujer”. Casi el mismo hilo conductor expresado tras el repudiable atentado en su contra del 1 de setiembre de 2022 y que por estos días también se investiga en un juicio oral.
Pero hay más. Consumada por la Justicia electoral su formal nominación a la presidencia del peronismo, y sin obstáculos a la vista, Cristina intensificó su exposición, activó su presencia en el territorio que más conoce, más le responde y reditúa: el conurbano bonaerense con actos, visitas y discursos que al margen de la lógica interna tienen toda la intención de ser una campaña anticipada.
La reciente escalada contra el propio Javier Milei y en especial su ministro de Economía, Luis Caputo, busca entronizar como la única contracara del modelo que llevan adelante los libertarios.
¿Es que será candidata nuevamente en 2025? La falta de confirmación por la Corte Suprema de este nuevo revés y los devaneos en el Congreso en torno de la Ficha Limpia lo harían posible. Hoy todo indica que buscará una banca en el Congreso desde donde -más allá de la jefatura del PJ- referenciar (es su anhelo) a toda la oposición. Ahí, la encerrona.
En el medio, casi nada
La especulada posición de una dirigente opositora no sólo “perseguida”, sino también “proscrita”, cuya fantasía encarna la liberación desatanudos del enredo político que ella misma generó, alimenta las esperanzas de su núcleo duro, acrítico y obsecuente; pero también complica los caminos de todos aquellos que no reportan a La Libertad Avanza (LLA) pero no desean ser funcionales a esta proyectada redención kirchnerista. Entre ellos, el radicalismo, pese a quienes desde sus filas se prestan a la corrección de todos los vicios y atajos institucionales de Milei (ahora con el acompañamiento K, pero en soledad cuando CFK o Alberto eran gobierno).
Esta semana fue el turno de la modificación para limitar el uso de los decretos de necesidad y urgencia (DNU), una sesión en Diputados que finalmente fracasó por la incidencia de gobernadores radicales (entre ellos, Alfredo Cornejo) y también peronistas alarmados por la “doble vara” que ahora el kirchnerismo le quiere hacer cumplir a Milei cuando se sirvió de esa misma herramienta para gobernar.
En un punto coinciden tanto Cristina como Milei: se han elegido como mutuos enemigos con la idea de reflotar la polarización, una grieta recargada, cuya estrategia es la de forzar posicionamientos rígidos y definitivos en una u otra dirección. Diluir el centro para solidificar los extremos. Y en el medio, nada.
En ese sentido, la denominada oposición dialoguista en la que se encuadra el cornejismo deberá hacer aún más equilibrios de los que hasta aquí ha venido haciendo para no ser absorbida por las “fuerzas del cielo”; ni tampoco, pisar el largo sendero de palitos que el kirchnerismo pone a cada paso para debilitar al Gobierno y llevar agua para su molino.
Un sendero difícil que requerirá astucia y templanza que se pondrá a prueba el año próximo, electoral y demandante de definiciones.
Sin certezas incluso sobre si un armado alternativo es posible o entra en la consideración del electorado, habrá que medir constantemente el pulso ciudadano que hasta ahora -disminución de la inflación mediante- y con crédito en la batalla cultural sobre el excesivo dimensionamiento del Estado y la casta beneficiaria, parecen configurar desde el Presidente hacia abajo, que la única lógica posible es “conmigo o en mi contra”.
En algunos meses más habrá que validar si esa opción de hierro se mantiene, o por el contrario, requiere correcciones por dentro o por fuera de los dos universos hoy claramente posicionados y enfrentados. El modelo de Milei y el de Cristina. Por ahora, el menú no incluye otras opciones.
* El autor es periodista.