La confusión entre lo público y lo privado

Nunca en la Argentina un primer mandatario había recibido tantos premios internacionales en tan poco tiempo de gestión. Y no tanto por lo que ha hecho, sino por lo que se propone hacer. Otorgados, además, por instituciones de marcado signo ideológico afín con las ideas que profesa nuestro presidente. Por lo cual el principal mérito del premiado para ser premiado es el de pensar igual a los que lo premian.

La confusión entre lo público y lo privado
Milei, junto a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Día Ayuso (AP).

El presidente Javier Milei tiene la tendencia casi sistemática a evaluar lo que él considera sus principales logros económicos producidos en estos seis meses como únicos, excepcionales y los más grandes en la historia de la humanidad. Es una apreciación enteramente subjetiva que, en principio, aparece como un exceso de autovaloración positiva, pero lo que sí es enteramente objetivo es que nunca en la Argentina un primer mandatario había recibido tantos premios internacionales en tan poco tiempo de gestión. Y no tanto por lo que ha hecho, sino por lo que se propone hacer. Es cierto, también, que no son los Estados ni las universidades los que le otorgan tantas beneméritas distinciones a Milei sino instituciones de marcado signo ideológico afín con las ideas que profesa nuestro presidente. Por lo cual el principal mérito del premiado para ser premiado es el de pensar igual a los que lo premian. Quien llevó estas actitudes al extremo fue el inefable Daniel Scioli que al pasarse al mileismo desde el peronismo, su tributo de obsecuencia fue proponer al presidente para aspirar al Premio Nobel de Economía.

Ahora bien, si efectivamente ha habido un premio estatal -como excepción a la regla. ese es el de la Comunidad de Madrid, donde su titular, Isabel Diaz Ayuso condecoró al libertario como visitante ilustre. Pero en este caso tampoco el principal fundamento son sus méritos, sino que Milei fue explícita y claramente utilizado por la presidenta de la comunidad madrileña para su juego político. El presidente argentino fue el mero alfil de una jugada de ajedrez que Diaz Ayuso realizó para posicionarse mejor frente a su rival interno, el presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, de ideas menos extremistas que la dama. Y para seguir su permanente pelea con el presidente de España, el socialista Pedro Sánchez, objeto del odio de todos estos aliados derechistas españoles y argentinos.

La otra cuestión que debería hacernos reflexionar es una que, en su versión actual, comenzó en los años 90 cuando al presidente Menem le regalaron una Ferrari y sabiendo que todos los protocolos elementales le impedían quedársela ya que se la habían cedido por su cargo, el riojano solo atinó a decir “La Ferrari es mía”.

El lujoso y costosísimo auto se lo regaló a Menem un empresario italiano que tenía negocios con el Estado Argentino. El riojano, como un chico, tomó la joya mecánica y viajó a casi 200 kms por hora hacia Mar del Plata sin ni siquiera pagar los peajes. Y cuando le preguntaron sobre el tema, así, literalmente, respondió:

-¿Es cierto que viajó a 190 kilómetros por hora, violando la velocidad máxima? – le preguntó uno de los periodistas.

-Sí, es verdad, pero yo soy el presidente – le respondió Menem, con desparpajo y sin perder la sonrisa.

La segunda pregunta lo incomodó:-Presidente, la Ferrari es un regalo que le hicieron como jefe de Estado, ¿no debería donarla para ponerla a la venta?

-La Ferrari es mía, es mía. Me la donaron a mí, yo no veo por qué la debo donar.

Explicitando así, un modo de hacer política donde a los hombres que ejercen el poder no les interesa y a veces ni siquiera son capaces de diferenciar lo público de lo privado, aunando en su supuesta “majestad” ambas atribuciones. Detrás de una fachada de república liberal, aparecía el fondo nunca resuelto del todo en la historia argentina, de la monarquía absoluta como forma real de gobierno, tamizada con la barbarie del caudillismo que tampoco nunca dejó de acompañarnos.

Con el tiempo, otro peronista, Néstor Kirchner llevaría al extremo esta confusión entre lo público y lo privado, empezando ya en su gobernación santacruceña donde se apropió, no como Estado sino como atributo personal por el hecho de ser presidente, de los mil millones de dólares recibidos de la Nación por regalías petroleras para guardarlos donde quiso, sin jamás avisarle a nadie. Tanto que aún hoy nadie sabe donde fue a parar esa plata o si fue utilizada para alguna finalidad pública. La transformó en un patrimonio personal, o familiar,, sin el menor de los pudores. Y se la gastó toda para él y su proyecto de poder.

A partir de esa colosal sinvergüenzada que, como con Menem, sólo puede existir en un país que en realidad es un reinado conducido por caudillos feudales, Kirchner y su señora hegemonizaron veinte años de la historia política nacional donde la identificación entre los recursos públicos y los intereses privados fue mucho más que absoluta. En una magnitud que nunca había ocurrido, cuantitativamente tan enorme que devino cualitativamente otra cosa, otro Estado, otro país. Aún en la más plena de las democracias republicanas, la Argentina volvía a tener dueños, amos, patrones, poseedores personales de los bienes colectivos. Con los Kirchner el ascenso individual desde la política suplantaría a la movilidad social por el esfuerzo y el mérito, que nos distinguiera como Nación moderna en el siglo XX.

Lo que estamos viviendo ahora con Milei va por otro camino. No hablamos de corrupción como con los Kirchner, pero es parte de la misma idea cultural: la de que el cargo público que el pueblo le otorga a un representante, en el solo momento de ser juramentado, pasa a ser propiedad personal del mandatario. Por eso no sabe o no quiere distinguir entre viajes internacionales públicos y privados, que no son lo mismo, pero hasta ahora el presidente anarcolibertario ha realizado más viajes privados que públicos. Cuando debería ser exactamente al revés.

Milei cree que esos premios sesgados que le otorgan sus amigos internacionales solo por ser sus amigos ideológicos, le suman puntos a la Argentina en el mejoramiento de sus relaciones internacionales. Lo cual no es en absoluto cierto y a veces hasta puede ser lo contrario si origina conflictos con los países con los que necesitamos convivir, más allá de las diferencias ideológicas y políticas entre sus gobiernos.

Si el presidente Javier Milei quiere realmente librar la batalla cultural contra la decadencia nacional, no le vendría mal combatir férreamente contra éste, precisamente uno de los males más profundamente enquistados en nuestra cultura política: la confusión entre lo público y lo privado en la mente y las decisiones de una gran proporción de los presidentes argentinos, entre los cuales él no es una excepción.

* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

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