La complejidad de la vida en el adulto mayor

La entrada a la edad del adulto mayor, como todo ciclo vital, implica una nueva acomodación, una crisis, un atreverse a desorganizarse para crear un nuevo orden también temporario. Crisis no es cataclismo, no implica destrucción. Lleva en su esencia la posibilidad de una nueva elección y la aceptación de dejar ir lo que ya no sirve.

La complejidad  de la vida  en el adulto mayor

Complicada es la vida, sin dudas. Mas aun cuando somos grandes y hemos construido una manera de ser que nos condiciona pero que también nos organiza. Tal vez allí está el desafío de vivir. Imaginar una nueva manera de organizar nuestros deseos, un nuevo orden, una original priorización. Claro que para esto es necesario transcurrir la desorganización, ese lugar donde reina la incertidumbre que angustia y paraliza.

¿Por qué los seres humanos, esa es la pregunta que nos ocupa hoy, tememos tanto dejar los espacios físicos y psicológicos conocidos? Podríamos remitirnos a aquella primera referencia cuasi biológica del útero materno donde se comienza a construir el psiquismo. Allí las paredes están acolchadas, los ruidos externos apaciguados por ese medio líquido que todo lo amortigua, lo suavizan. La naturaleza manda inexorablemente: hay que salir de ese confort y llega el parto como paso ineludible de crecimiento. Y a pesar de que, desde los primeros momentos de vida, la vida se constituye así, los seres humanos jamás renunciamos a querer eternizarnos en las paredes mullidas y vivimos el crecimiento y su desorganización coexistente como un castigo que no merecemos.

La entrada a la edad del adulto mayor, como todo ciclo vital, implica una nueva acomodación, una crisis, un atreverse a desorganizarse para crear un nuevo orden también temporario. Crisis no es cataclismo, no implica destrucción. Lleva en su esencia la posibilidad de una nueva elección y la aceptación de dejar ir lo que ya no sirve, pero que aún tiene reminiscencia de seguro, aunque sólo sea parte de la fantasía psicológica de lo que se considera como seguro, o, aunque desde lo real sea seguro ya que dejarlo pudiera posibilitar un peligro.

Sugiero que se preocupen seriamente si nunca se desorientaron. El camino de la vida es un proceso no lineal que por sus sinuosidades nos obliga, a veces, a intuir el camino cuando estamos transitando la curva. Es el punto ciego. No sabemos jamás lo que aparece al final de la curva: si la continuidad del camino, un obstáculo o el corte abrupto de un barranco que nos haría caer al vacío. Hay un momento en que no se puede eludir el riesgo si queremos seguir caminando. También es cierto que, si sentimos que no podemos hacerlo, es conveniente detenerse y por qué no, retroceder hasta sentir que se puede seguir. Pero detenerse no significa cristalizarse, es sólo una pausa, es sólo un espacio de tiempo como el que se toma el músico para entrar afinadamente con el resto de la orquesta o para que su producción individual no se opaque con un comienzo incierto.

Cristalización

Es bello el cristal, sus reflejos luminosos nos cautivan y está siempre en el mismo lugar. Pero no tiene vida. Su brillo es engañador, porque es muy fácil para los sentidos confundir brillo con luminosidad. La verdadera luz viene de adentro, del deseo de vivir y es dinámica, pasa por todas las tonalidades y se atreve a llegar hasta lo más oscuro para buscar nuevamente lo claro. Lo que se cristaliza queda en ese estado de aparente perfección, pero no tiene vida. Así funciona nuestro psiquismo cuando se rigidiza: luce brillante como la nieve, como el cristal y también sostiene otra propiedad: es frío y desvitalizado.

Uno de los mayores peligros para el psiquismo en el ciclo vital que nos ocupa es quedarse en el estado de cristalización. Inmutable, con un orden que limita, con un aparente ordenamiento que engañosamente les indica a los sentidos que “todo está bien”.

Pero ahí está el punto donde debemos focalizar. La única manera en que la bombonera cambiará de posición, forma y luminosidad es con la destrucción.

El psiquismo no puede tomar esa consistencia porque camina inexorablemente hacia la destrucción. Sólo la flexibilidad continua, el llevar los deseos al acto, el convertirse en protagonista del cambio en el cambio, impide la rigidización y muerte del psiquismo.

Los que hoy somos adultos mayores tenemos un legado de nuestra generación anterior donde la consigna, luego de los 50 años, era mantener todo como estaba. Lo que se había logrado, bienvenido, y lo que no, que se extinguiera. No había permiso para desear. Cancelar el deseo, era la consigna, debemos agregar que biológicamente en esa época, tener 60 años era tener una expectativa de vida bastante corta (entre 65 a 70 años). Esto también adquirió otro dinamismo dado desde los campos culturales y científicos. Si hoy la expectativa de vida está entre los 80 y los 90 años, y la gente de más de 50 no flexibiliza su psiquismo para mejorar su calidad de vida, le quedan más de 30 años de sufrimiento.

Cuando se entra en esta etapa de la vida, como en cualquier otra, hay indicadores externos e internos de la misma. Entre los externos, es obvio que lo primero que la marca es la edad, aunque es bien conocido por todos que hay gente de esta edad que jamás dejó la adolescencia. Hay un conjunto de indicadores que nos hablan de que estamos convirtiéndonos en adultos mayores. Entre ellos: el cese o enlentecimiento de las actividades que conservábamos desde jóvenes, los nietos, los síntomas de dolencias físicas no experimentadas, la menopausia, el cansancio frente a menor desgaste físico, el acortamiento del sueño, el mantenimiento de un léxico que los jóvenes no utilizan, los olvidos frecuentes de los nombres, la dificultad para realizar muchas actividades simultáneas, hijos que no se han terminado de ir y padres muy ancianos que requieren cuidados. Pero también marcan pauta los indicadores internos: la mayor capacidad de reflexión, el uso de la palabra que reemplaza al grito o a la acción, la mayor ponderación en el manejo de las emociones, la experiencia y el enorme caudal cognitivo recogido a través de los años que es un capital incalculablemente valioso. Aunque la persona llegue a esta edad habiendo logrado flexibilizarse siempre, sin dudas que este cúmulo de cambios lo obliga a reposicionarse y a interrogarse: ¿cómo debo vivir de aquí en adelante? Hay una sola respuesta. Vivir conforme a los deseos, planificar la vida en función de aquello que me da bienestar, aunque eso implique una remoción importante.

* La autora es licenciada en psicología.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA