La ciudad que se construyó como relato

Mendoza posee mucha información documental y cartográfica sobre su historia urbana, algo de lo que otras provincias carecen.

La ciudad que se construyó como relato
Imagen ilustrativa / Archivo

Hay muchas maneras de “celebrar” la fundación de la Ciudad de Mendoza, Nuevo Valle de Rioja, aquel 2 de marzo de 1561. El aniversario de la ciudad siempre tiene la desgracia de caer en el tiempo de los festejos vendimiales y supongo que, por eso, no se celebra con todo el brillo que corresponde y con la inclusión de un feriado provincial que acompañe, como ocurre en el resto de provincias argentinas.

La memoria es una construcción social permanente y no puede hacerse de una sola vez y pensar que será vigente eternamente. Por ello, cada generación va haciendo su aporte y enriqueciendo sus significados. Todos somos deudores de aquellos miembros originales de la Junta de Estudios Históricos de los años ’40: de los Juan Draghi Lucero, de los Juan Isidro Maza, etc.

Algunos de nosotros hemos ido levantando escalones que suman al conocimiento de su historia a lo ya construido. Y es de esperar que nuevos investigadores y divulgadores recojan el testimonio desde donde nosotros lo dejamos. No sólo aportamos crónicas o análisis, también construimos nuevos planos históricos, nuevas infografías sobre los planos existentes, nuevos recursos gráficos y fotográficos, etc.

Mendoza, en este sentido, puede considerarse una ciudad afortunada. Posee mucha información documental y cartográfica sobre su historia urbana que otras provincias carecen. No cualquier ciudad argentina se puede dar el lujo, que sí nos hemos podido dar nosotros, de tener una evolución urbanística desde el siglo XVI hasta nuestros días [Ver: “Mendoza, aquella Ciudad de barro” (2008)], absolutamente documentada con planos y documentos.

Es una suerte y también un compromiso el hecho de sumar, en esta empresa, a otros estudiosos, no sólo de la historia urbana y política, sino de la historia de las ideas en esta antigua ciudad cuyana, tales como Arturo Andrés Roig.

Un concepto histórico

La que hoy conocemos como Ciudad de Mendoza no es otra cosa que el viejo departamento de Capital (recargado) de la provincia de Mendoza, creado en 1868, que es el municipio más antiguo de la provincia.

Sepamos, de paso, que su creación legal implicó la exclusión de los entonces arrabales de la ciudad histórica como eran San José y Pedro Molina y el actual Dorrego (hoy pertenecientes al departamento de Guaymallén) y La Chimba (actual cabecera del departamento de Las Heras). Ajustando un poco más hasta podríamos incluir a la villa cabecera de Godoy Cruz.

Por ello, la Ciudad de Mendoza (1561/1868) es más un concepto histórico que una división política administrativa y no está mal que ello ocurra, porque es también el centro simbólico de toda el área metropolitana.

Ha franqueado vicisitudes desde aquellos inicios tan difíciles en el siglo XVI; su pertenencia durante sus primeros doscientos años como Corregimiento de Cuyo a la entonces Capitanía General de Chile (hoy un país vecino); su constitución como sede de la campaña libertadora hacia Chile y Perú del general San Martín en tiempos de la independencia de España; su terremoto de 1861 que la asoló; y a fines del siglo XIX, su puesta en valor y cabeza de modelo de una dirigencia modernista que la puso a las puertas del siglo XX como una provincia de vanguardia por su notable reconversión económica y social posterremoto; ser el lugar donde se gestó el lencinismo, aquel primer populismo provincial, antes que el país conociera, décadas después, al justicialismo.

Mendoza es una ciudad lo suficientemente glamorosa como para narrar su historia en tanto ciudad arquetípica de zonas áridas: ciudad oasis-ciudad bosque. Acontecimientos estos que le han dado los condimentos necesarios como para hacerla no sólo una ciudad muy vivible para sus citadinos sino también una ciudad muy visitable como turista.

Hoy en día, que los relatos están tan devaluados, en tanto se los ve como falsificaciones de la realidad, no está de más aclarar que los relatos no son ni buenos ni malos en sí mismos. Es el uso espurio que se les da.

La primera de las historias fue un relato oral. Y es más, para facilitar su memorización y difusión se lo hacía en forma de versos. De esa tradición provienen La Ilíada y La Eneida que contaban las epopeyas griegas y romanas. Y ni hablar de las más clásica de todas, en el mundo árabe, como “Las Mil y una Noches…” Desde allí podemos imaginar un pequeño grupo humano, de una tribu trashumante, escuchando historias o relatos alrededor del fuego en las largas noches de la primera humanidad.

Las historias de nuestra familia y de nuestra ciudad, que los abuelos contamos a nuestros nietos, o los profesores relatamos a nuestros alumnos, forman parte de esta forma de construcción social de la memoria. Los disparadores para lanzar un recuerdo determinado suelen ser una antigua foto en blanco y negro, o una versión en color sepia.

Contrariamente a lo que los dirigentes políticos suelen pensar, a la gente común le encanta revisitar su pasado, memorias antiguas de la ciudad, de sus monumentos, de sus calles, de antiguos negocios desaparecidos, publicidades de otros tiempos, etc.

Parafraseando un sabio proverbio chino que dice: “Si los malos supieran el beneficio de ser buenos, serían buenos…de puro malos…” Podríamos afirmar, sin equivocarnos, que: “Si los políticos supieran el beneficio político de ser constructores de la memoria, serían conservadores del patrimonio…de puro políticos…”

*El autor de la nota es Investigador principal del CONICET.

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