El sismo político que derribó ministros y la cúpula militar, se originó en desacoples de las capas tectónicas del gobierno de Brasil. El primer sacudón ocurrió un par de semanas antes del tembladeral que modificó en pocos días la cumbre del poder. Ese primer sacudón volteó al general Eduardo Pazuelo en el Ministerio de Salud.
Fue la primera señal de que varios partidos que integran la coalición oficialista en el Congreso, presionan a Jair Bolsonaro para que cambie de actitud frente a la pandemia, porque la mayoría de brasileños lo responsabiliza por el trágico desastre sanitario que sufre Brasil.
Esa presión logró la caída del canciller Ernesto Araujo, el más ideológicamente consustanciado con el jefe de Estado. Juntos, Bolsonaro y Araujo se abrazaron a Trump, respaldando incluso la descabellada denuncia de “fraude masivo” que provocó el asalto del 6 de enero al Capitolio.
Los dos tienen como guía “intelectual” el pensamiento esotérico de Olavo do Carvalho, un creador de teorías conspirativas. También comparten la posición negacionista frente al calentamiento global y a la pandemia. La consecuencia en ambos es la negación de la ciencia.
La posición anticientífica explica que Bolsonaro haya destituido al médico Henrique Mandetta como ministro de Salud porque apoyaba las políticas anti-pandemia de los gobiernos estaduales. Por la misma razón echó al sucesor de Mandetta, el oncólogo Nelson Teich, colocando como ministro de Salud a un militar.
Si en el escenario de una guerra el ministerio protagónico es el de Defensa, en una pandemia el ministerio que debe ponerse a la cabeza es el de Salud. Pero Bolsonaro, por el contrario, lo anuló.
Los partidos evangélicos, que a través de sus iglesias pueden auscultar lo que late en la sociedad, presionaron desde el Congreso para que renuncie el general Pazuelo y presida el ministerio de Salud Marcelo Queiroga. Al asumir, este cardiólogo se comprometió a luchar contra pandemia guiándose por la ciencia; algo que debiera ser una obviedad, pero no lo es en un gobierno anticientífico.
Mientras Bolsonaro escenificaba de manera grotesca su posición anti distanciamiento social, anti políticas sanitarias y anti-vacunas, el jefe de Itamaratí embestía contra la administración Biden, el régimen que encabeza Xi Jinping y el gobierno de Narendra Modi, siendo que Estados Unidos, China y la India están entre los principales productores y proveedores mundiales de vacunas. Por eso los partidos oficialistas presionaron para que el presidente deje de sabotear las políticas anti-panmdemia.
Los partidos evangélicos detectan que Bolsonaro no logrará la reelección. Por eso quieren disfrazarlo de sensato, responsable y centrista.
El presidente piensa, por el contrario, que mantenerse en el extremo lo beneficiará si hay polarización con Lula, por el discurso radical que adquirió el líder del PT cuando empezó a ser perseguido por el juez Moro. Error de cálculo que perciben los partidos evangélicos que quieren correrlo al “centrao”. Saben que Lula volverá a las posiciones socialdemócratas que caracterizaron su gobierno y le dieron el apoyo de gran parte del empresariado. Por eso iniciaron la embestida contra los ministros más lunáticos y extremistas, como Araujo.
Bolsonaro hizo concesiones, pero como desquite destituyó al general Fernando Azevedo y colocó en el Ministerio de Defensa a Braga Netto, un militar ultra-bolsonarista. La consecuencia inmediata fue la renuncia del Edson Pujol como jefe del Ejército, Ilques Barbosa como jefe de la Armada y Antonio Bermúdez como jefe de la Fuerza Aérea. Ellos, como el destituido Acevedo, se oponían al intento de Bolsonaro de usar las Fuerzas Armadas contra los gobernadores que buscan disminuir la actividad económica para disminuir los contagios y superar el colapso sanitario.
Probablemente, los militares renunciantes también creen que fue acertado el golpe de 1964 contra Joao Goulart. Pero no están dispuestos a violar la Constitución por un presidente al que perciben desequilibrado. Al menos eso sugirió el hecho de que, tiempo atrás, le comunicaran al vicepresidente Hamilton Mourao que lo apoyarían plenamente si asumiera la presidencia en caso de que un impeachment destituyera a Bolsonaro.
La cúpula militar que rechazó embestir contra gobernadores y cerrar el Congreso si iniciara un juicio político al presidente, actuó con espíritu constitucionalista. Por eso esta crisis militar tiene como único precedente la renuncia de la cúpula castrense que, en la década del 70, se opuso a las medidas de apertura que impulsó el general Ernesto Geisel, cuarto presidente de la dictadura y mentor de su sucesor, el general Joao Figueredo, quien negoció con el demócrata Tancredo Neves la entrega del gobierno a los civiles.
Los militares que se fueron, igual que una porción mayoritaria de la sociedad, habrían llegado a la misma conclusión que el diario O Estado do Sao Paulo: Bolsonaro es “el presidente más inepto de la historia de Brasil”.