“El cementerio está lleno de personas imprescindibles.” Napoleón Bonaparte
Esta última semana dos palabras dominaron el léxico político: esenciales y estratégicos. Todos los miembros de la elite dirigente que se vacunaron ilegalmente lo hicieron -según sus propias afirmaciones- porque su actividad es esencial y/o estratégica. Porque son imprescindibles. Primera condición para que se conforme una casta en el lugar donde deben estar los representantes del pueblo.
Como tantas veces hemos dicho, la política argentina repite a la italiana 10 o 15 años después; la copia. La corrupción estructural, la tangentopolis, que a principios de los 90 llevó al proceso de mani pulite (el guillotinamiento de toda la clase política de ese tiempo por parte de una alianza entre jueces, periodistas y opinión pública) se repitió en la Argentina en los 2000. Aunque el proceso fue similar en cuanto a los niveles de corrupción pero hasta ahora el castigo a los corruptos es infinitamente menor al que aconteció en Italia.
Sin embargo no vaya usted a creer, estimado lector que porque en Italia casi todos los políticos corruptos fueron presos o destituidos, eso mejoró mucho la política peninsular. Al contrario, al poco tiempo -con Silvio Berlusconi- la clase política corrupta era reemplazada por algo más grave aún, por una casta, tan corrupta como la anterior pero mucho más invulnerable. Es como si la evolución política fortaleciera a las peores especies.
En 2008, haciéndose eco de esa novedad, de ese salto cualitativo, apareció en Italia un libro llamado “La Casta. Así se han convertido en intocables los políticos italianos”, escrito por los periodistas Antonio G. Stella y Sergio Rizzo. Llegó al millón de ejemplares convirtiéndose en el libro nacional más vendido de la historia italiana porque la sociedad se sintió del todo identificada con su mensaje.
En esa misma línea, el periodista Marco Travaglio definió la casta como “grupo cerrado de tipo mafioso, refiriéndose a la actitud que según él está arraigada en la casta de buscar, siempre y en todas partes, la inmunidad o impunidad para los delitos cometidos y hacer frente común contra la justicia y la magistratura cuando uno de sus elementos es indagado”.
O sea, el paso de la clase política a la casta política se da cuando la dirigencia construye un sistema de impunidad tal que les permita no rendir cuenta por los delitos cometidos, y les garantice seguirlos cometiendo.
EL best seller itálico habla del esperpento de “una clase política despilfarradora e inútil casi tan costosa como la Administración de los Estados Unidos, preñada de coches oficiales, pisos gratuitos y corrupción a raudales”. Para dar un ejemplo, en el año 2005, último año de Berlusconi, los aviones de la presidencia del Gobierno volaron “una media de 37 horas al día” (sic), según gasto facturado. Hablamos del país con “el mayor número de coches oficiales (con chofer, por supuesto): puestos en fila, llegarían a Moscú. Y todo esto después del mani pulite. El remedio resultó ser peor que la enfermedad.
Cualquier parecido con la realidad argentina claro que no es coincidencia. Con el gobierno de Alberto Fernández, estamos pasando de la corrupción estructural del gobierno de los Kirchner a la conformación de la casta que en primer lugar busca la impunidad para sí misma, luego reclama sus privilegios por pertenecer y finalmente anhela eternizarse en la conducción de la república como una especie separada del resto de la comunidad. El lawfare primero y el vacunagate después, han sido sus dos primeras señales de presentación. Es algo novedoso en el país, pero copia textual de lo ocurrido en Italia.
El presidente Alberto Fernández no es el introductor de la casta porque como en casi todas las cosas, él ignora lo que está pasando de fondo en el país que formalmente preside. Es apenas su caballo de Troya, aquel que está permitiendo la conformación de la casta en la Argentina.
Puso una elite de notables para hacer la reforma de la justicia (Losardo, Beliz, Ibarra) y lo sacaron corriendo porque lo único que espera la casta es la liberación de sus presos, la consagración de la impunidad.
Dijo que lo de las vacunas era imperdonable, pero a los pocos días se rectificó (como lo viene haciendo absolutamente en todas las cosas) y afirmó que sólo se trataba de unos colados en una fila. Ni siquiera una infracción, apenas una picardía como dijo el pobre de Ginés, el chivo expiatorio, el devorador de pecados que paga con su solo sacrificio el mal cometido junto a los otros. Al ex ministro lo tiraron al foso de los leones a ver si con su cabeza se paraba el affaire, pero fue la punta del iceberg a partir del cual se va desenredando la madeja fatal.
Y conste que esto se descubrió gracias a la prensa de investigación -como casi siempre- que obligó a confesar a Horacio Verbitsky. Y menos mal para la casta que por el trabajo de los periodistas la corrupción se descubrió relativamente temprano porque en un mes más se hubieran vacunado todos sus miembros, salvo los dignos que lo rechazaron o rechazarían. Porque en esta lógica se trata de algo normal, aunque por cada vacuna que se de por fuera del protocolo se está arriesgando la vida de una persona a la que efectivamente le corresponde. Eso es lo que para ellos es una picardía, o apenas una colada en una fila.
En la casta todos los privilegios se sistematizan, no son excepción. Sus miembros consideran a los privilegios como derechos correspondientes a su posición.
La casta es más cultural y más sólida que la clase política. La clase es más penetrable, se puede reformar por dentro con conductas mejores, o metiendo gente nueva desde afuera. Pero con la casta política no puede haber cambio porque es inmodificable desde dentro. Mientras que si alguien la quiere cambiar desde afuera, el que cambia es el que entra, adoptando iguales vicios que los que pretendía combatir.
En la casta ocurre exactamente lo contrario que en las renovaciones políticas. En éstas, nueva gente y nuevas ideas mejoran la representatividad. Acá no, es al revés, los nuevos que entran a la política a querer reformarla según dicen, son en general peor que los que estaban desde antes que al menos conocen como se maneja el sistema y disimulan mejor sus vejámenes. En cambio los nuevos se venden apenas entran. Es peor lo nuevo que lo viejo en la casta. Como dicen en Italia: “Los ‘nuevos’ partidos no se parecen a los de la Primera República. Hay que decirlo con absoluta convicción, pero sin ninguna nostalgia: estos partidos son peores”.
Como sostiene Lilita Carrió, la casta política es algo más que el oficialismo, actúan igual -si pueden- todos los miembros de la elite y lo que es peor, aún por fuera de la casta esas conductas son frecuentes.
Por lo tanto cuando estamos en esa etapa del proceso político, nada lo modifica, ni la renovación ni la revolución ni siquiera el que se vayan todos. Mientras la casta se siga desarrollando, solo conduce a la antipolítica, a que el imaginario popular crea que el mal está en la política misma y que quien se contagie de ella termina siendo definitivamente malo. En el libro italiano se dice: “Cuando los partidos se convierten en castas de profesionales, la principal campaña antipartidos sale de los partidos mismos”.
En síntesis, detrás del affaire del vacunagate con toda la indignación que el mismo pueda traer consigo, hay un proceso sociocultural mucho más profundo: en la Argentina si triunfa la impunidad que se está buscando por todos los medios y los privilegios se imponen como derechos de la elite, quedará conformada definitivamente una casta que podrá llevarse puesta a la República. En eso estamos.