El norteamericano John Anthony King llegó a nuestro país en 1817 y hacia 1841, harto de la tiranía de Juan Manuel de Rosas, decidió irse. Publicó su experiencia en estas tierras, a las que llegó a amar, bajo el título Veinticuatro años en la República Argentina.
Gracias a este texto conocemos el caso de Pedro Baca y su familia. Baca era opositor a Rosas y advertido por un amigo decidió salir de la ciudad durante un tiempo, para evitar caer en manos de la Mazorca.
Al día siguiente de su partida los mazorqueros visitaron su hogar y expulsaron a la familia sin permitirles llevarse nada. Refugiados en casa de un amigo la esposa de Baca envió “a un muchacho de doce años para solicitarse el permiso de alzar una muda de ropa para la desamparada familia, pero como llegó a la casa con miedo y dijo su mensaje, algunos de los miserables que quedaron custodiándola, lo declararon espía (…). Vi al pobre chico mientras lo conducían como dejo dicho; ¡una criatura de doce años detenida por espía! (…) antes que se puso el sol ese muchacho fue fusilado por orden de Rosas, en el corral o patio del cuartel…”.
Semejante brutalidad nos deja sin palabras -al igual que a los hombres de su tiempo- y con cierta desesperación retroactiva.
Pero, además, al gobernador de Buenos Aires, no le bastaba con eliminar a sus enemigos o a criaturas inocentes, a muchos los martirizaba hasta último momento.
Francisco Ramos Mejía, en una biografía sobre don Juan Manuel, señaló el caso de tres religiosos que sufrieron con brutalidad: “A los venerables y ancianos sacerdotes Cabrera, Frías y Villafañe los hizo fusilar en su residencia de Santos Lugares, pero antes quiso apurar ‘el placer’ y les mandó cortar del cuero cabelludo toda la parte de la corona, luego les hizo sacar la piel de las manos y en seguida los mandó al banquillo. Los prisioneros de guerra que no eran fusilados o degollados ‘a serrucho’ o a ‘cuchillo mellado’, se les hacía llevar una existencia atroz, viviendo entre los animales y podredumbre”.
Tras la tortura generalmente eran decapitados con elementos sin filo y no importaba si estaban muertos al momento de ser sepultados. Las razones variaban, algunos fueron ejecutados por desertores, otros por vagos, por robar un caballo o por haber hablado en contra de la Federación y el jefe máximo. También llegaban prisioneros del interior, como Apolinario Gaetán: un anciano cordobés, detenido en su hogar, que terminó en Retiro por “sospechoso”. Ciego, vivió hacinado con otros trece cordobeses. Todos fueron fusilados un año más tarde, por órdenes del mismísimo Rosas.
Las familias de las víctimas perdían sus patrimonios, pasando todo a manos del gobierno o directamente de los mazorqueros.
A pesar de este tipo de comportamientos, la figura de Rosas es rescatada como ejemplo, fruto de corrientes históricas más cercanas a la literatura que a la ciencia.
*La autora es Historiadora.