La Argentina, ¿Estado Nación fallido e inviable?

Una hipótesis puede ser formulada entonces frente a ya la interminable crisis nacional: la Argentina, en caso de implosionar, puede desintegrarse territorialmente. ¿Para convertirse en otros Estados? Es posible, porque las fuerzas en tensión que la harían explotar están repartidas en todo el territorio.

La Argentina, ¿Estado Nación fallido e inviable?
Al menos desde los años 70 el Estado argentino sufre una prolongada decadencia. - Archivo

La Argentina, según diferentes miradas, es un país semisalvaje o semicivilizado. Después de 200 años de vida independiente, cualesquiera de esas visiones son lamentables, aunque sin duda es real y palpable nuestro subdesarrollo, político, institucional y económico-social.

Al menos desde los años 70 el Estado argentino sufre una prolongada decadencia que se profundiza sin solución de continuidad. El fracaso de las dirigencias ha sido (es) estruendoso. Parte de esa responsabilidad cabe al Partido Militar derrotado, afortunadamente, en los años 80 (mérito del Dr. Raúl Alfonsín), pero el mayor peso recae, después de 37 años de gobiernos constitucionales, en la clase política que ha gobernado sin sacar al Estado-Nación de su caída y que se ha mostrado hasta ahora como inútil, incapaz, preocupada por sus propios intereses y, en buena medida, cínica y corrupta. La descomposición impactó en el sistema de representación política, los partidos. Salvo un par de ellos, más que centenarios, que todavía funcionan con órganos internos de gobierno y elecciones periódicas de autoridades, el resto es una constelación de sellos electorales, incluido el presuntamente mayoritario.

La mediocridad, el desinterés por la construcción de consensos y el diseño de políticas de Estado a cumplirse más allá del gobierno de turno, y una corrupción inédita, muestran, desgraciadamente, que impera la nefasta “política criolla”. Esta apelación la empleaba el partido Socialista desde su fundación (1896) para calificar la actividad política argentina, caracterizada por la trampa, los fraudes de todo tipo, el asalto al Estado y el uso discrecional de los recursos o su utilización como bolsa de trabajo.

Jueces venales, cobardes, oportunistas o, directamente, militantes políticos puestos en los máximos tribunales, con notorias excepciones (Carlos Fayt), son fundamentales en esta descomposición porque no cumplen con el mandato constitucional de independencia y de funcionar como contrapoder. En cuanto al poder legislativo, suele funcionar sólo como un deslucido apéndice del Ejecutivo.

Un vistazo a la geografía nacional nos muestra las regiones del NOA y del NEA que, aun con orígenes diferentes, comparten una característica común: la mayor parte de la población vive en la pobreza, pero predomina una pobreza estructural que viene desde el fondo de la historia, particularmente en el NOA, agravada desde los años 90 por la destrucción de los bosques nativos –al compás del avance de la soja-, que ha dejado a comunidades enteras, aborígenes y criollas, sin sus medios habituales de vida.

Son provincias-feudos a cargo de caudillos preocupados sólo por mantener su clientela política-electoral; y el empleo público y la pobreza subsidiada son clave para ello. Sus pertenencias políticas, hoy mayoritariamente peronistas, no obstan para negociar todo a cambio de recursos. El senado de la Nación es un claro ejemplo, y estos caudillos tienen por medio de sus senadores un enorme peso a la hora de sancionar proyectos de leyes o designar jueces federales.

La franja central (Mendoza, Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, CABA y provincia de Buenos Aires, excepto el GBA),) es la que presenta mayor dinamismo económico y movilidad social, y marcos institucionales más sólidos. El Gran Buenos Aires es una mezcla tóxica; con gran concentración demográfica, reúne las mejores y las peores condiciones sociales del país, una síntesis territorialmente pequeña del mejor muestrario de la desigualdad social. Ahí está el gran mercado electoral disputado por la clase política (también por los narcotraficantes). San Luis, lamentablemente, es también una provincia feudal.

Las patagónicas conforman un territorio con escasa población, concentrada en centros urbanos pequeños salvo La Pampa. Algunas son controladas por partidos provinciales que invariablemente acompañan al oficialismo nacional de turno. Y hay algún feudo familiar.

La decadencia se observa en todos los aspectos de la vida nacional, pero se evidencia más en la economía, que no crece desde 2011 (creciente pobreza, indigencia y destrucción de empleo formal). Recordemos que en 1974 la Argentina tenía pleno empleo y sólo un 4% de pobres (hoy 45/50%, pandemia mediante).

La ausencia de programas económicos que reviertan la caída, del anterior gobierno y del actual, potencia tensiones por la distribución de los recursos financieros estatales cada vez más escasos. Esto se agrava por la discrecionalidad con que el PE está asignando fondos a las provincias, favoreciendo a las que le son afines y aliadas, centralmente Buenos Aires.

Estas tensiones tienden, acá y en todo el mundo a visualizar dos polos de fuerzas contrapuestas, enfrentadas: las centrípetras y las centrífugas, siempre presentes en cualquier sociedad. Las primeras son las que cohesionan una sociedad porque ofrecen bienes simbólicos (valores, culturales…) y materiales, básicamente condiciones para que la sociedad y sus integrantes puedan desarrollar proyectos de vida en común. Las centrífugas, en cambio, si no tienen una contención adecuada a sus expectativas y pierden la confianza, buscan otros caminos para la consecución de objetivos políticos, económicos, sociales y culturales. Rechazan entonces una cohesión que sienten excluyente y propugnan emigraciones, divisiones o secesiones porque entienden que se destruyeron los elementos y factores de unión: identidad, proyectos de vida individuales y en comunidad compartibles con otros conjuntos sociales locales de un país. Independientemente de la oportunidad en que estas fuerzas incipientes se manifiesten, y de la irresponsabilidad de algún político que representa a los mendocinos (¿nos representa?), lo cierto es que esas fuerzas existen; y se corre (corremos) el riesgo de que crezcan y se consoliden, como ocurre en otras sociedades, planteando “in extremis” la constitución de un Estado independiente.

Nuestra Argentina es desde hace décadas un país a la deriva. Con una democracia de muy baja calidad, carece de moneda, de presupuesto, de instituciones que funcionen, de un poder judicial independiente que otorgue seguridad jurídica a los actores económicos y a la población en general. Nuestras relaciones exteriores, en lugar de ser una política de Estado coherente y sostenida en el tiempo, son veletas que cambian con cada gobierno. La ideología del gobierno predomina por sobre los intereses permanentes del Estado-Nación, es decir de toda la comunidad. Todo esto no hace sino incentivar la aparición y el crecimiento de las fuerzas centrífugas mencionadas. Piénsese en los diversos nacional-localismos en otras partes del mundo desde la caída del muro de Berlín: la disolución de Yugoslavia en múltiples Estados, incluyendo la mini república de Kosovo; la división de Checoslovaquia; el activo secesionismo catalán; las pérdidas territoriales de Rusia por separación de ex repúblicas. Y el más reciente: Gran Bretaña se retiró de la Unión Europea, pero tiene la amenaza del nacionalismo de Escocia, que quiere permanecer en la UE, lo que supondría la secesión del Reino Unido. Es claro en este ejemplo ver el juego de fuerzas contrapuestas y, aun cuando generalmente predominan las centrípetas, en ocasiones aparecen disparadores que pueden desencadenar procesos inversos, es decir de aparición, crecimiento y, eventualmente el triunfo de las centrífugas.

Todo lo expuesto hasta aquí apunta a que entendamos que los Estados no son entidades políticas eternas. Pueden ampliarse, disgregarse o desaparecer. Desde el siglo XIX Chile creció, Brasil también; Bolivia y Paraguay perdieron territorios.

En las primeras décadas del siglo XIX surgía nuestro país como entidad independiente mediante una guerra de independencia; muy pronto, por diferentes factores ideológicos, políticos y económicos, quedó sumido en luchas fratricidas intermitentes que sólo concluyeron cuando la ciudad de Buenos Aires fue declarada Capital Federal en 1880. Hasta entonces, la Argentina perdió territorios que originaron nuevos Estados-Nación: Paraguay, Bolivia y Uruguay. Los territorios del antiguo virreinato que se desprendieron de las Provincias Unidas, lo hicieron fundamentalmente rechazando el centralismo porteño y el control de Buenos Aires sobre los recursos aduaneros (la gran caja del Estado).

Entre 1879 y 1884 la Nación consolidó su espacio territorial actual con la ocupación definitiva de la Pampa Central, la Patagonia y la región chaqueña. De manera que durante el siglo XIX actuaron y triunfaron en diferentes procesos, dentro de un gran espacio, fuerzas centrifugas y fuerzas centrípetas. Estas últimas fueron las que construyeron el país actual, pusieron en valor sus territorios, lo ocuparon y explotaron, inmigración mediante, y lo convirtieron en un emporio agroexportador. La inmigración europea dejó de fluir hacia 1930 y tuvo un pequeño rebrote en 1949-1950.

En la segunda mitad del siglo XX, desde los años 60, el proceso se revirtió, y comenzó una gradual pero sistemática emigración de argentinos hacia EEUU, primero, y Europa después, sin que haya concluido. Partieron médicos, ingenieros, científicos de todo tipo, emprendedores, trabajadores calificados. Hoy son cientos de miles los compatriotas que está radicados en el extranjero, infinidad de ellos descuellan en la ciencia, el arte, las empresas, la academia. También hay núcleos muy numerosos radicados en Chile y Brasil. Estas emigraciones, individuales (excluyo las provocadas por las dictaduras militares), muestran que nuestros ciudadanos dejaron de ser contenidos por la Argentina, por falta de oportunidades, insatisfactorias condiciones de vida, expectativas negativas sobre su futuro en el país o por cosas tan simples como desear caminar o pasear sin el temor a que lo asalten o lo maten. La enorme cantidad de argentinos que tramitaron en las últimas décadas la doble nacionalidad con Italia o España es una muestra acabada de la insatisfacción de amplios sectores de cualquier estrato social con nuestro país. Es un proceso que, en lugar de la salida individual (emigración) puede convertirse en algún momento en otro que propicie el desarrollo de fuerzas centrífugas. Enorme y ruidoso fracaso de la clase política argentina, y en menor medida de los ciudadanos, porque no hemos sabido salir de las antinomias.

En el transcurso del siglo XXI se han agudizado los problemas estructurales de la Argentina; economía quebrada, pobreza creciente y una sociedad partida en dos por una dirigencia incapaz de buscar y lograr consensos para implementar programas y políticas de Estado de largo plazo. Esta situación plantea la posibilidad cierta de la inviabilidad de la Argentina como Estado-Nación independiente.

En el juego del poder mundial, no existen los vacíos geopolíticos. Cuando se producen, otro poder los ocupa. La dirigencia política argentina (especialmente la fanatizada), tiene una visión tan corta que es incapaz de captar la realidad del mundo actual y ve todo a través de un prisma ideológico bastante oxidado, por izquierda o por derecha. La intrascendencia internacional a que fue conducida la Argentina, su insignificancia económica, su desprestigio por la corrupción rampante y por el crónico incumplimiento de sus compromisos, sus desigualdades de todo tipo y la demolición sistemática que ha hecho de su aparato de defensa nacional (por ceguera ideológica), impiden al país hacer lo mínimo; por caso, controlar el saqueo que hacen flotas pesqueras en nuestro mar patrimonial. La política exterior marcada por prejuicios ideológicos divaga en discursos vacuos cuando no banales, tanto durante el gobierno anterior como en el actual. Se aleja al país, así, de sus aliados naturales y estratégicos, fundamentalmente Brasil. Esto es una muestra más de la “política criolla”, que siempre mezcla los intereses del Estado (de larga duración) con los del gobierno de turno (siempre transitorios).

En este contexto, es claro que las fuerzas centrífugas pueden comenzar a desarrollarse porque, simplemente, las centrípetas no ofrecen nada nuevo ni bueno, sólo prepotencia, imposiciones, avasallamiento a instituciones y sectores económicos, etc. Y, en lugar de diálogo, moderación y entendimientos básicos, la sociedad contempla divisiones, gritos, agresiones e insultos de los ahora llamados “halcones de la política”; todo esto cuando Argentina carece de poder, respeto y prestigio en el mundo, y hay claros síntomas de desintegración social, es decir, cuando se corre el riesgo de una implosión como sociedad nacional, generando un vacío geopolítico.

Precisamente en el plano geopolítico la Argentina tiene un grave problema. Durante el segundo mandato de Cristina Fernández, el gobierno cedió a China por 50 años 200 hectáreas en Neuquén para que su ejército construyera una base de rastreo satelital. Esta base tiene fines duales: científicos, pero también militares. No casualmente la opera el ejército chino. Constituye una enorme espina clavada en la yugular de EEUU, porque esa base podría interferir o desarticular sus satélites militares. Eso resulta inadmisible para la superpotencia norteamericana en un espacio que es estratégico para su seguridad nacional. La administración macrista no pudo cambiar la situación. La debilidad argentina es manifiesta y se le deben “favores” a China, como su “ayuda” para incrementar las reservas del Banco Central. El hecho muy concreto es que Cristina Fernández introdujo a nuestro país en un conflicto entre dos superpotencias globales y, al entregar una porción territorial al ejército chino, comprometió nuestra seguridad nacional sin beneficio de inventario.

Una hipótesis puede ser formulada entonces: la Argentina, en caso de implosionar, puede desintegrarse territorialmente. ¿Para convertirse en otros Estados? Es posible, porque las fuerzas en tensión que la harían explotar están repartidas en todo el territorio. También sería posible, en medio del vacío, que porciones territoriales dominadas por fuerzas centrífugas fueran integradas voluntariamente a otros Estados, que aun con serios problemas, tienen elementos que podrían resultar atractivos para ellas, ansiosas de encontrar un proyecto sugerente de vida en común. Hay dos Estados vecinos con institucionalidad fuerte, economía organizada y sociedades que, pese a sus desigualdades y conflictos, se reconocen integradas y en marcha hacia un destino común. Estos dos vecinos son aliados estratégicos de EEUU en todos los planos, incluyendo la seguridad continental. Y, en caso de que el conflicto EEUU-China escalara, no cabe duda del lugar donde se ubicarían y de cómo se ocuparía el vacío argentino.

A la luz de la descomposición y decadencia de nuestra Argentina, es razonable y deseable pensar que esta hipótesis sea improbable y sólo constituya un ejercicio abstracto puramente especulativo. Pero no debe olvidarse que la Historia borra personajes intrascendentes y naciones que se autodestruyen. Una sociedad como la nuestra, partida en dos extremos de fundamentalismos que se odian no puede dar otro resultado que un Estado-Nación fallido, inviable.

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