La Argentina de material plástico

El pueblo argentino ya no elige más a sus representantes, sino sólo a qué miembros de la elite cambia por otros. Se trata de una democracia cada vez más restringida.

La Argentina de material plástico
Ciertos ingenuos de toda ingenuidad creen que alguien que es la representación del poder en estado puro, como Cristina, puede conformarse con zafar de sus enredos judiciales y luego dedicarse a ser una abuelita.

Hay dos Argentinas: una por arriba y otra por abajo. La de arriba es de material plástico, porque todo es maleable. La de abajo es de un material inmodificable, donde nada se puede cambiar salvo decaer, precisamente por no poder cambiar. Todo país tiene sus cosas permanentes y las fluctuantes, la Argentina igual pero con una lógica al revés porque cambia lo que no debería cambiar y no cambia lo que debería cambiar.

Cuando Alfonsín fracasó parcialmente en su intento de republicanizar el país, vino Menem y construyó una síntesis que ni siquiera él se imaginaba -y que funcionó- entre un peronismo retrógrado a lo Herminio Iglesias, un antiperonismo a lo Isaac Rojas y el programa económico de Álvaro Alsogaray. ¡Quién se lo habría imaginado! Cómo convirtió -y más bien cómo pudo convertir- al peronismo en esa mezcolanza es algo que nadie se hubiera imaginado antes.

El segundo hecho en esta misma dirección de plástico fue su reelección, para la cual no tenía los números. Entonces se la jugó psicológicamente, no frente a un peronismo casi todo rendido a sus pies, sino frente a los radicales que tenían la llave de la reelección y por eso los intimidó amenazando con avasallar el Estado de derecho si no le daban la reelección. Y lo logró, se impuso psicológicamente ante gente temerosa de que Menem atentara contra la democracia si no le satisfacían sus caprichos. Pero ya en su segundo gobierno, no pasaron ni unos meses que comenzó el mismo apriete psicológico para ir por el tercero y demás mandatos. Se gastó casi todo el crédito de su segundo gobierno en apostar al tercero con lo que todo lo que económicamente hizo bien en su primera gestión lo remató en la segunda, pero esta vez no lo logró porque no se enfrentó con Alfonsín y sus pruritos sino con una astilla del mismo palo, Eduardo Duhalde, que lo amenazó con sacarle a la calle sus montoneras del conurbano y logró intimidarlo. Allí se le acabó la Argentina de plástico a Menem. A partir de entonces para él fue inexpugnable, ya nada de lo que quería pudo lograr, excepto ayudar a que perdiera Duhalde, su despedida del poder de material plástico.

En el mismo camino anda Cristina con la plasticidad. Por un lado el modelo que junto a su marido inventó, también es estrambótico como lo fue el de Menem: Recuperar todo lo que Perón hizo autoritariamente en los 50 para hacer la parte caudillista del modelo, y sumarle el proyecto montonero de los 70 para hacer la parte revolucionaria del modelo. Ser caudillistas y revolucionarios en una sociedad burguesa no para cambiar la sociedad por otra (de la cual carecen) sino a fin de tener argumentos para justificar como cosas buenas, atrocidades del pasado que de no ser por el relato ficcional no se podrían defender.

Demos un ejemplo crucial: los chicos de la Cámpora que no son corruptos, no es que sean tan tontos de creer que lo de los cuadernos de Centeno no es cierto. Es imposible para cualquier inteligencia mediana negarlo, aunque sea para sus adentros. Pero la interpretación que le dan es épica. Al fin y al cabo, aducen, Néstor Kirchner murió por la causa y Cristina envejece peleando; ninguno de los dos se fue a disfrutar de los millones “revolucionariamente” adquiridos para fines privados sino que los pusieron al servicio de la causa. Es más, haber hecho circular por su vivienda particular a todo el empresariado argentino y exigirle su tributo a la revolución como demostraron rotundamente los cuadernos de Centeno, no es un delito, sino algo extraordinario que nada tiene que ver con una simple corrupción. Como cuando los montos secuestraron a los Born para alimentar con dinero de la oligarquía a la revolución. Hay que quitarles poder y plata a los poderosos de verdad. Y eso no se puede justificar desde el derecho burgués pero sí desde el revolucionario, igual que la supresión de las causas judiciales a como dé lugar porque los Kirchner no robaron sino que en todo caso expropiaron recursos del antipueblo para el lado del pueblo. Por eso hay que liberar a Cristina de todo cargo, como también a Boudou, quien tampoco robó para sí mismo (aunque se haya quedado con algún vuelto) sino por pedido de Néstor a fin de sacarle a los amigos de Duhalde la Casa de la moneda y retornarla al pueblo. Eso por sí solo vale como para que la UBA lo premie como héroe popular.

En síntesis, el Perón autoritario de los 50 y la juventud socialista de los 70 explicados desde la revolución explica todo para los creyentes y en nombre de ella todo es válido y correcto. A pesar del atraso contra natura que tal concepción del poder conlleva en una democracia moderna, esto funciona en la Argentina de material plástico donde no se puede cambiar lo que hay que cambiar y se puede cambiar todo lo que no se debe cambiar.

Ciertos ingenuos de toda ingenuidad creen que alguien que es la representación del poder en estado puro, como Cristina, puede conformarse con zafar de sus enredos judiciales y luego dedicarse a ser una abuelita. No, Cristina está preocupada por sus enredos judiciales pero esa preocupación no es su principal problema. Ella está intentando movilizar a la sociedad en su dirección. Hacer lo mismo de Menem: atacar por todos los flancos posibles en lo judicial no para lograr más adhesión de un peronismo no K que lo tiene rendido a sus pies y sin ningún Duhalde a la vista, sino a sus opositores republicanos, de los cuales sus partes más timoratas ya están diciendo: ¿por qué no se le entrega lo que quiere, que al fin y al cabo no es más que un indulto a su persona y a la de sus hijos, y ella así se deja de tensar el sistema? Los que así razonan deducen que es poco lo que pide a cambio de dejar de utilizar todo su enorme poder en contra del sistema democrático. Es preferible liberarla de sus causas -si al fin y al cabo igual no va a ir nunca presa- en vez de que siga atosigando al país con esta ofensiva durísima en contra de la justicia y el Estado de derecho.

Esa idea ronda en gran parte del sistema judicial y en algo del político opositor, temerosos que los arrase a todos para lograr su impunidad. Entonces quieren hacer lo que Alfonsín le dejó hacer a Menem salvo que esta vez en vez de autorizar la reelección, autorizar la impunidad total de la dama y sus críos.

Luego estará por verse si el proyecto camporista de Cristina es posible de realizarse en la sociedad que fuera la de mayor clase media de América Latina, con reservas para tamaños excesos. Un sistema como ese dentro de la formalidad burguesa es algo que siempre pone en tensión la gobernabilidad, y dificulta marchar decididamente hacia algún lado.

El diagnóstico es preocupante pero es solo eso, un diagnóstico: Un país donde la elite puede cambiar, para su bien, como si fuera de material plástico, todo lo que le molesta, pero que a la vez no puede cambiar, para bien, nada de lo que le molesta al pueblo, sea porque no quiere o porque ya ni siquiera puede aunque quiera.

Y nada para mejor cambiará por abajo porque la elite no hará nada que no la beneficie personal o partidaria o ideológicamente, pues es una casta que (salvo dignas pero pocas excepciones) ya solo se representa a sí misma y la única conexión que tiene con los que ya no son más sus representados, es el voto. Estos ahora no eligen a sus representantes sino qué miembros de la casta reemplazarán a otros. Es una democracia, la nuestra, muy restringida en los hechos.

Por eso cuando usan la voluntad política para sus propios intereses, la sociedad deviene de plástico, pero en los temas estructurales como la inflación, la educación y la pobreza no solo no pueden hacer nada sino que nos han vuelto un país dual cuando el continente dual va dejando de serlo. Ese retraso es fenomenal, es una decadencia única en el mundo, pero con una elite feliz y satisfecha porque consigue todo lo que quiere para sí.

A Menem un día se le acabó la posibilidad de moldear al país como si fuera de plástico. Cristina y los suyos todavía lo siguen intentando.

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