Así como para estas festividades se estila hacer balances por el año que pasó y profecías para el que vendrá, podría decirse que las tres figuras públicas que en este diciembre de 2024 sintetizan lo que ocurrió y lo que podría ocurrir políticamente en la Argentina, son el presidente Javier Milei, la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner y el juez recientemente retirado de la Corte Suprema, Juan Carlos Maqueda. Sus acciones, mensajes y gestos nos dan una visión bastante completa de los dilemas que estamos viviendo los argentinos.
Javier Milei tiene muchas razones para estar feliz. Si alguna vez un político lo calificó como dirigente barrial, hoy es una figura reconocida en el mundo, para bien o para no tan bien, pero reconocida como difícilmente alguien, ni siquiera él, podría imaginarse hace apenas un año. Además posee logros importantes en economía y mantiene su imagen positiva a pesar del duro ajuste. La sociedad, mayoritariamente, tiene puestas muchas esperanzas en que le vaya bien. Y los que lo repudian, expresan en general el pasado ominoso que no debería volver.
Todo esto indica que aparte de un economista profesional, ha demostrado dotes políticas que no se deberían menospreciar. Bajar la inflación es fundamental, pero no se llega a donde llegó Milei solamente con ese importante logro. Siendo ideológicamente de una posición extrema, ha sabido equilibrarla con suficientes dosis de pragmatismo cuando ello fue necesario. Sin ello no habría ni ley bases, ni vetos a leyes opositoras ni muchos otros logros legislativos imposibles de obtener con la ínfima minoría que su fuerza posee en el Congreso.
Sin embargo, ese equilibrio que es positivo en el presidente, está mostrando en estos días su faz negativa, la de un pragmatismo a veces practicado con medios non sanctos, que además no beneficia al oficialismo, sino que lo termina perjudicando. Es que cuando alguien que no está habituado a las transacciones oscuras en política se cree impelido a hacerlas, y para colmo las pacta con personajes habituados a esas componendas, el novato termina ensuciado en el barro mientras que el habitué al lodo no siente el menor trastorno por embarrarse un poco más. Basta con recordar como le fue a De la Rúa con la “banelco”, cuando su gobierno quiso negociar culposamente con el peronismo para sacar una ley. No sólo perdieron, por un solo pecado, toda castidad, sino que además le terminaron regalando el gobierno a los peronistas, quienes a la postre fueron premiados por su impunidad sin prejuicios. Cuando se negocia con los que no tienen ningún escrúpulo y que han hecho de esos negociados su práctica permanente, los que nunca pierden son éstos, porque tienen el cuero suficiente curtido para que nada le haga mella mientras que los que se perjudican son los tontos que creyeron que ensuciarse un poquito era necesario para salvar el “proyecto”. Se es corrupto a tiempo entero o no se lo es nunca. No se puede ser corrupto a medio tiempo.
Ficha limpia y el caso Kueider son dos casos modélicos para entender de qué estamos hablando. Cristina, con la ley de Ficha, Limpia se victimiza como si fuera una perseguida política, con lo que logra impedir su aprobación. Y con el réprobo senador Edgardo Kueider se hace la moralista, pide su cabeza como si ella fuera una reencarnación de Robespierre y el gobierno, intimidado, se la otorga en una comedia de enredos que le hizo perder totalmente el rumbo a Milei y los suyos. En ambos casos, la responsable principal de la corrupción (está condenada en doble instancia, y Kueider si ahora “trabaja” para el gobierno, durante años “trabajó” para ella y los suyos) acusa flamígeramente de corruptos a los mileistas, pero a la vez lo hace como una adalid de la ética y la moral. No dice que nadie puede tirar la primera piedra porque todos somos culpables, sino que tira ella la primera piedra porque ahora ha devenido incorruptible. Si esa imagen se pudo, de un modo significativo, imponer en parte del imaginario colectivo, no es por tanto por el talento de Cristina, sino por la absoluta torpeza en estos temas de Javier Milei. Claro que Cristina no logrará con estas ingeniosas estratagemas limpiar su imagen, pero sí está logrando ensuciar (con la ambición máxima de hacerlo caer a su mismo nivel) a la de su principal rival político.
Porque Milei, en su pragmatismo no demasiado practicado, hace con Kueider y con Ficha Limpia lo que quiere Cristina y no lo que le proponían los suyos propios. Además justifica a su titular de la DGI, Andrés Vázquez, en su indefendible aumento patrimonial no declarado (quien se enriqueció por hacer a favor del kirchnerismo lo mismo que ahora hará para el mileismo), no dice una sola palabra sobre el enriquecimiento igual de trucho de Cristian Ritondo, un hombre del PRO a su servicio (aunque los macristas, nobleza obliga, tampoco dicen nada) e insiste con el impresentable de Ariel Lijo para la Corte.
Demasiadas cuestiones al filo de la sospecha para un presidente que además de salvar la economía hundida por el peronismo, se presentó como el abanderado de la lucha contra la corrupción, algo que la mayoría de sus votantes le sigue pidiendo. No sabemos si se trata de complicidad o torpeza, pero Milei debería recuperar posicionamiento ético en tanto siga presentándose como el exterminador de la casta.
Cristina, pese a tener tantas condenas y juicios como millones de dólares obtuvo para lograr esas condenas, está en el mejor de los mundos. Es la mujer impoluta. La santa laica. La reina sin pecados. Como dijimos, contra Kueider se hace la Robespierre, con Ficha Limpia se victimiza y si Kicillof la desafía (aunque sea levemente) se compara con Cristo traicionado por Judas. Vale decir, la capacidad simbólica de Cristina para seguir haciendo política aún después de sus colosales fracasos, es algo de lo que debería aprender Milei. En vez de dejarse amedrentar por sus picardías. Frente a Cristina al presidente le sobra ingenuidad.
Sin embargo, si hay algo en que coinciden ambos enemigos íntimos, es en su antipatía profunda hacia la mayoría de los miembros de la Corte Suprema de Justicia (de todos menos uno, o sea, de los mejores). Esa magnífica Corte que cierra el año afirmando que se harán los juicios orales por los casos de corrupción en Hotesur-Los Sauces y de traición a la Patria por el vergonzoso pacto con Irán, donde en ambos la principal imputada en Cristina. Esa Corte que le impide la reelección indefinida al señor feudal formoseño, al despótico patrón de estancias, Gildo Insfrán.
Esa Corte a la que el poder político (de la casta y de la anticasta) odia debido a haber luchado por mantener en alto la institucionalidad del país en el momento en que una gran cantidad de políticos la desprestigian y por sostener la importancia republicana de la Justicia en un momento en que una inmensa cantidad de jueces la desprestigian.
Esa Corte, de la cual con el fin del año se retira uno de sus más probos miembros, el juez Juan Carlos Maqueda, quien como mensaje de despedida, nos deja a todos los argentinos, estas loables palabras con las cuales nosotros también cerramos esta nota: “Veo nubarrones, temo por los poderes judiciales y legislativos. Temo por la institucionalidad... No podemos quedar a la deriva de los hombres (o mujeres agregaríamos nosotros) que, en estos momentos, hacen culto a la personalidad, se creen proféticos y ponen en riesgo las instituciones de la convivencia democrática”.
A quien le quepa el sayo, que se lo ponga.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar