El 24 de abril de 1875 murió en Buenos Aires la amiga de Sarmiento: Juana Manso. Nacida en la misma ciudad durante junio de 1819, se desempeñó a lo largo de una corta existencia como escritora, traductora, periodista y maestra; lugares en los que destacó constituyéndose como ejemplo para las siguientes generaciones.
Juana tenía en claro que la educación era el camino y en enero de 1854 señaló: “Una triste experiencia tenemos, de cuanto es importante, derramar la ilustración de las masas, si hubiese sido ese primer paso después de Mayo 1810, y si se hubiese roto de lleno con las tradiciones del pasado para emancipar la razón como se habían emancipado todos los hombres, tal vez que ni tanta sangre habría empapado estas tierras; ni tantas lágrimas habrían corrido.”
Como todo ser vanguardista no llevó una vida fácil, su matrimonio resultó un verdadero fracaso y muchas de sus pares rechazaron los adelantos educativos que defendió, tales como la educación mixta, gracias a la que hombres y mujeres aprendían lo mismo.
Totalmente consiente de dicha situación escribió a la mítica Mary Mann en 1869: “Conozco que la época en que vivo soy en mi país un alma huérfana o una planta exótica que no se puede aclimatar”.
Aun así no se detuvo y como ella misma señaló: “Todos mis esfuerzos serán consagrados a la ilustración de mis compatriotas y tenderán a un único propósito: emanciparlas de las preocupaciones torpes y añejas que les prohibían hasta hoy hacer uso de su inteligencia, enajenado su libertad y hasta su conciencia a autoridades arbitrarias en oposición a la naturaleza misma de las cosas. Quiero y he de probar que la inteligencia de la mujer, lejos de ser un absurdo o un defecto, un crimen o un desatino, es su mejor adorno, es la verdadera fuente de su virtud y de la felicidad doméstica porque Dios no es contradictorio en sus obras y cuando formó al alma humana, no le dio sexo.”
La venganza social a su irreverencia llegó tras fallecer, cuando su cuerpo pasó dos días insepulto por negársele un lugar en los cementerios católicos de la Chacarita y Recoleta. No sólo construyó su propio camino, también arremetió contra la religión imperante durante años, además se negó a que un sacerdote católico le diera “los últimos sacramentos”.
Rafael Barreda escribió en 1915: “… cuando ya nadie recordaba su memoria supe, por casualidad, donde se hallaban sus restos (…) me trasladé al cementerio de disidentes, hoy clausurado, de la callo Victoria y Pasco. La encargada de aquel sagrado lugar, tuvo la deferencia de indicarme el sepulcro donde reposan: la tierra madre y un modesto enrejado los guardan; ni una lápida, ni una inscripción, nada, absolutamente nada, le dice al viandante que allí reposan las cenizas de aquella genial mujer (…) modesta tumba, regada con flores por la sola mano de la sepulturera”.
Simultáneamente, a pesar del abandono momentáneo de sus restos, Juana ya era homenajeada colocando su nombre a escuelas y asociaciones. Ese mismo año se trasladaron sus cenizas al panteón de maestros del cementerio de la Chacarita, fundado por su gran mentor: Sarmiento.
*La autora es Historiadora.