Fue “un Metternich del siglo 20″, aunque en su lado oscuro hay un cúmulo de crímenes y negligencias que opacan su paso estelar por la historia mundial.
Clemens von Metternich fue el ministro de Exteriores del Imperio Austrohúngaro que diseñó y consolidó la “Europa de Hierro” tras la debacle de los ejércitos napoleónicos. Pero al diseñar el tablero geopolítico y estratégico de la Europa pos-Napoleón, tuvo el cuidado de no humillar ni acorralar a Francia contra la ruina económica. Por eso aquel diplomático austriaco inspiró en Henry Kissinger la idea de “equilibrios legítimos” que le dio sus mayores logros en el tablero internacional.
El mayor de todos fue el entendimiento que tejió con Chou En-lai, primer ministro de la República Popular China, para lograr el abrazo de Richard Nixon y Mao Tse-tung que descompensó la Confrontación Este-Oeste.
Mao se había alejado de la Unión Soviética por la “desestalinización” que impuso Nikkita Jrushev, pero la posibilidad de un eje Moscú-Pekín que convirtiera en aliados a los dos gigantes comunistas, era un riesgo que Kissinger entendía imprescindible conjurar. Y lo hizo, al precio de aceptar el rútulo de “provincia china en rebeldía” sobre Taiwán, dejándola sin su asiento en la ONU.
Otro de los grandes aciertos de Kissinger fue entender que las tropas del general Westmoreland podían seguir ganando batallas, pero a la guerra hacía tiempo que la habían ganado los vietcong y los norvietnamitas. Por eso negoció la tregua de 1973 con Le Duc Tho y comenzó la retirada norteamericana que se completó en 1975.
El acuerdo de paz con Vietnam le valió un Nobel de la Paz, que resulta una burla absurda si se tiene en cuenta que antes de entender que en ese tipo de conflictos no se impone el que gana más batallas, impulsó lluvias de Napalm y defoliantes como el Agente Naranja sobre las junglas y las aldeas que flanquean el río Mecong.
Su otro crimen en el sudeste asiático fueron los masivos bombardeos que hizo lanzar sobre Laos y Camboya, exterminando a cientos de miles de personas, la mayoría campesinos.
Sacar a los norteamericanos del pantano vietnamita fue un acierto, al que se debe sumar el apoyo urgente y masivo a Israel que revirtió la guerra del Yom Kippur, lo que lo llevó a otro acierto: descubrir que Anuar el-Sadat sería el primer líder árabe con el que se firmaría la paz.
En 1973, el presidente egipcio acababa de lanzar un ataque fulminante y en coordinación con el ejército sirio sobre Israel. Sin embargo, Kissinger entendió que era con ese líder nasserista que debía encararse la negociación, cuyo resultado fue la firma con Egipto del primer acuerdo de paz árabe-israelí.
En el lado oscuro de la centenaria vida de Kissinger, está su esfuerzo por involucrar a la CIA en una cadena de acciones y conspiraciones que desembocaron en el criminal golpe de Estado contra Salvador Allende, por quien sentía un odio personal inexplicable.
Mientras supervisaba los planes golpistas y los complots en marcha, el secretario de Estado de la administración Nixon le juraba y perjuraba al canciller chileno Orlando Letelier que Washington no haría nada contra el gobierno de Allende.
También avaló la criminal entente clandestina que fue el Plan Cóndor, asesorando en ese sentido al dictador paraguayo Alfredo Stroessner. Incluso avaló el negligente (además, obviamente, de aberrante en términos institucionales), golpe de Estado contra Isabel Péron.
Las organizaciones armadas Montoneros y ERP ya estaban derrotadas, y esas derrotas habían ocurrido, mediante guerra limpia y guerra sucia, durante un gobierno peronista. Era un gobierno pésimo, pero elegido en las urnas. Derrocarlo fue un estropicio jurídico, institucional y político, que dio inicio a la dictadura más criminal de la historia argentina.
La estrategia de Kissinger para neutralizar la influencia soviética a través de Cuba, propició otras dictaduras, haciendo correr ríos de sangre en el Caribe y América Central. .
Por eso, al anunciarse su fallecimiento, los discursos políticos y las páginas de la prensa mundial se colmaron de elogios y también de condenas a quien fue, sin dudas, una figura protagónica del siglo XX, pero cuyo lado oscuro reapareció en su última década de vida, cuando justificó la guerra contra Ucrania y evidenció su admiración a Vladimir Putin.
El hombre que murió cien años después de su nacimiento en Baviera, fue en los años setenta el dueño del poder en los Estados Unidos. Lo retrata un chiste que se hacía en aquellos años: Pregunta: ¿qué ocurriría si muriese Kissinger? Respuesta: Nixon se convertiría en presidente.
* El autor es politólogo y periodista.