A veces, es difícil distinguir entre las causas y las consecuencias de una situación. La transgresión hecha foto que precipitó la controversia por la causa Olivos nos sumerge a un escenario de confianza fracturada. El escándalo, en la comunicación política, es un conflicto social por la develación de un hecho oculto que viola la moral vigente. Y esto no hace otra cosa que expandir el disenso, cuando lo que necesitamos es aferrarnos a ámbitos que nos unan y hermanen.
Los argentinos padecemos diferentes problemas derivados de la economía, pero también en otros órdenes, cuando queremos educar a nuestros hijos, cuando queremos que nos respeten, cuando vemos con desagrado las políticas y los comentarios de quienes dirigen el país, cuando nos sentimos acorralados por impuestos a la hora de llevar adelante un emprendimiento y por leyes a las que tenemos que regirnos.
Y a pesar de que esto pareciera ser lo que origina nuestros problemas, (la desesperanza), lo que padecemos son las consecuencias de otras causas que provocan estos hechos que sufrimos a diario.
Existen situaciones casuísticas, no casuales, son en efecto provocadas como causa y planificadas voluntariamente. Hechos que tienen amplias consecuencias, que a veces nos duelen más en el bolsillo pero que tienen otras dimensiones de mayor impacto para la vida en armonía y la necesidad natural del ser humano de proyectarse en el futuro. El desorden social que hoy existe, la sociedad desarticulada, violenta, exclusiva, injusta, en donde se ha quebrado la virtud de la justicia, en donde el trabajo es casi un milagro y no una necesaria condición natural para el progreso personal e integral del desarrollo humano.
La causa entonces de nuestra amargura es cultural.
Cabe entonces preguntarse ¿qué es la cultura? Es el conjunto de hábitos, costumbres, razonamientos, expresiones, actitudes, que confluyen en el vivir diario y que de eso depende que nos sintamos bien o nos sintamos incómodos, que nos sintamos acogidos o despreciados depende que podamos llevar pan a la mesa o sufrir hambre, depende que nuestros hijos aprendan herramientas y virtudes para ganar la vida o se vean desvalidos para enfrentarla. Es lo que nos permite vivir en sociedad en paz y que tengamos aliento o desaliento para enfrentar cada jornada, porque, en palabras del papa Francisco, “para conseguir la paz se necesita valor, mucho más que para hacer la guerra”.
La cultura que quiere deformar nuestro idioma, la cultura que le quita dignidad a la persona y a cada uno lo que corresponde porque no da trabajo, porque estamos ante un despotismo democrático que es la causa de la vulneración de los derechos más preciados del hombre: la libertad. El tener condiciones de vida digna gracias al esfuerzo y al trabajo, nos posibilita la libertad de emprender, de crecer, de pensar. Sí. Estamos siendo manipulados. Hoy se nos manipula hasta con el mismo idioma, a través de todas las expresiones que todos conocemos que impulsa el kirchnerismo, con su atrincheramiento cognitivo y sus -no- atributos y cualidades signadas por la falta de transparencia. Kirchnerismo, que es el primer causante de la pobreza espiritual y material que vive nuestro país, porque culturalmente nos lleva a una situación de ruptura con el sentido común, porque su visión es ideológica y la ideología impide ver la realidad y pensar con autonomía. Es un colonialismo ideológico. Porque nos impide ver lo natural ( que a cada día le sigue la noche y que los perales dan peras y los manzanos, manzanas). Porque la cultura de hábitos y costumbres que impulsa el gobierno actual, nos oprime, por su intervencionismo, por sus grises infinitos, por su tiranía.
A su vez existe la cultura de la indiferencia, del relativismo moral, eso produce el liberalismo y el individualismo que tiene su expresión en otra rama de la política que es el macrismo, que con su debilidad, y falta de sensibilidad por los desposeídos no supo cómo frenar el autoritarismo del kirchnerismo, sino que a su vez fue tal su frivolidad que lo acrecentó.
Debemos sobreponernos a esta opacidad política, de la cultura argentina que descuida y abandono a los niños, de la falta de alimentación sustentable y saludable, de la falta de justicia, cooptada hoy por la vehemencia de la política partidaria, y la violación de nuestra libertad. Se nos manipula con planes asistenciales, se nos manipula con la comunicación y se nos manipuló con la pandemia. Hay que mejorar la política.
Nos debemos una reflexión, un cambio en esta cultura de la agresividad, de la hipocresía de quienes piden respetar normas que los propios rompen, en la cultura de la violencia en distintos ámbitos de la sociedad. Porque no podemos soportar la injusticia, ni doblegarnos a la cultura del descarte, ni ceder a la globalización de la indiferencia.
¿Podemos apelar al sentido común? ¡Qué cosa más normal que nos acostumbremos a trabajar! ¡qué cosa más normal que nuestros hijos vayan todos los días a la escuela y aprendan un oficio o aprecien y valoren la educación formal, ¡que nuestros jóvenes quieran quedarse en una Argentina que no los expulse y les ofrezca empleo y oferta laboral!. El camino no es Ezeiza. Hay que frenar esta barbarie que nos quieren imponer.
Es hora de reconstruir y no destruir, como hace la cultura ideologista, la cultura violenta; es hora dar lo mejor por mejorar, por una sociedad justa con futuro y solidaridad.
*El autor es presidente de Coninagro