Javier Milei y su armada Brancaleone

Por momentos, el gobierno argentino recuerda al desopilante ejército medieval de la película que Mario Monicelli estrenó en 1966: La Armada Brancaleone. Salvo las dirigencias extremistas, en el mundo observan con perplejidad conductas difíciles de entender, además de imposible de aceptar en un presidente.

Javier Milei  y su armada Brancaleone

Bill Clinton no comulga con la teoría económica a la que adhiere Javier Milei con fervor religioso. Pero si estuviera debatiendo con el presidente argentino, ese ex jefe de la Casa Blanca probablemente le diría “es la política, estúpido”. O sea, el revés de lo que le atribuyen haber dicho a George Herbert Bush, cuando aquel líder republicano se empeñaba en señalar como cuestiones centrales a la política interna y al escenario internacional.

La frase “es la economía, estúpido” cobró celebridad como forma de subrayar que un gobernante está calibrando mal los problemas de su gestión.

El cuestionamiento, rudo pero no más agresivo que los usados por Javier Milei desde su primera aparición como panelista de TV hasta los días que lleva en la presidencia, señalaría el error de pensar que su supuesta razón absoluta en lo económico está inmune a los estropicios políticos que permanentemente sacuden su gobierno.

Para colmo la mayoría de esos estropicios son cometidos por las dos figuras que encabezan el poder en el país: el presidente y su hermana.

El mayor problema del gobierno, que es también una amenaza para la economía, es el nivel desopilante de ataques virulentos a críticos y opositores, así como también a mandatarios de otras democracias con las que Argentina tiene vínculos económicos inmensos como Brasil, España y Colombia. A eso se suma la guerra abierta entre Milei y su vicepresidenta, además de la señal de autoritarismo que implica echar a cada funcionario que se atreve a opinar por su propia cuenta.

Osvaldo Giordano, un economista lúcido y preparado, que de ser ministro de Economía en Córdoba pasó a la titularidad del ANSES, fue echado de su cargo porque su esposa, la diputada schiarettista Alejandra Torres, votó en contra de la ley ómnibus. A los otros no los echaron por opinar alguna barbaridad, sino por mostrar opinión propia sin pedir permiso.

La diputada Lilia Lemoine usó una metáfora pornográfica para atacar a quienes querían disculparse con Francia, pero no la echaron. En cambio el único funcionario que dijo algo sensato, fue eyectado en el acto.

Por momentos, el gobierno argentino recuerda al desopilante ejército medieval de la película que Mario Monicelli estrenó en 1966: La Armada Brancaleone.

Salvo las dirigencias extremistas, en el mundo observan con perplejidad conductas difíciles de entender, además de imposible de aceptar en un presidente. Usar imágenes escatológicas para explicar a empresarios como ascenderá la economía; estar recibiendo una medalla obscena de Bolsonaro cuando debía estar en una cumbre del Mercosur; viajar todo el tiempo sumando distinciones insólitas y recibiendo halagos ultraderechistas, son parte de una larga lista de comportamientos que pueden generar cualquier cosa menos confianza en los inversores.

El último comportamiento difícil de entender y de aceptar fue la saga de estropicios que cometieron Milei y su hermana a partir del grave error de los jugadores de la selección que entonaron un estribillo racista, homofóbico y ofensivo contra Francia.

El único funcionario que, sin perder tiempo, habló de pedir disculpas, el subsecretario Julio Garro, fue echado de inmediato y linchada violentamente su imagen pública en las redes. Entre sus linchadores hubo un tuitero orgánico del mileísmo que publicó un mensaje tratando de colonialista a Francia y avalando el contenido racista y homofóbico del cantito futbolero.

En lugar de indignarse con ese tuitero que agravó la tensión con Francia, Milei lo retuiteó, haciendo propio un mensaje repugnante. A renglón seguido, la vicepresidenta amplificó aún más el derrape publicando un mensaje demagógico y oscuro.

Como si faltara algo para completar el estropicio, Karina Milei fue a la embajada francesa a pedir perdón por el desastre del que responsabilizó total y exclusivamente a Victoria Villarruel.

Ese procedimiento de la secretaria general de la presidencia fue una exhibición indecorosa de disfuncionalidades y bajezas del gobierno de su hermano. Mostró el destrato a la Cancillería, que es el ministerio responsable de los vínculos con el mundo. También mostró el enfrentamiento entre presidente y vice, así como la agresividad de Milei para humillarla.

Exhibió, además, pocos escrúpulos al culpar exclusivamente a la vicepresidenta por un error cometido primero por el presidente al amplificar la metida de pata de los futbolistas, echando al único funcionario que ofreció disculpas y retuiteando al tuitero orgánico que llamó colonialistas a los franceses y defendió el estribillo racista.

Coronando el descaro, tras el humillante pedido de disculpas en la embajada gala, Karina Milei gestionó que el gobierno francés la invite a la inauguración de los Juegos Olímpicos. Parafraseando a Enrique IV, París bien vale un perdón.

No hay que ser “comunista” para ver la dimensión del estropicio y entender el alcance de sus consecuencias. Señalarlo no es una cuestión ideológica, sino de sentido común.

* El autor es politólogo y periodista.

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