El kirchnerismo no se cansa de argumentar que en la Argentina existe un poder permanente que está por encima de los gobiernos, compuesto por los grandes empresarios entre los cuales sobresalen los grandes medios de comunicación. Y que suele apoyarse en los jueces para mantenerse en ese lugar del “poder real” en las sombras. Ellos serían los gestores del lawfare, vale decir, la persecución política mediante artimañas jurídicas a los líderes populares, que aunque tengan el gobierno, no tienen el poder real.
Sin embargo, si tuviéramos que hablar en serio del verdadero poder permanente y real en la Argentina, hablaríamos de un fenómeno más invertebrado pero mucho más profundo que la supuesta alianza entre empresarios, jueces y medios.
Hablaríamos del peronismo, sobre todo en el modo en que se ha ido reinventando desde que se reconstruyó la democracia en la Argentina.
En este sentido, peronismo no es lo mismo que kirchnerismo, mejor dicho el kirchnerismo es la versión presente más importante del peronismo, pero el peronismo es mucho más que el kirchnerismo, tanto en poder como en permanencia
El peronismo es esa colosal herramienta de poder político y político-económico que forma el cuerpo social corporativo más grande del país.
El peronismo es un cuerpo que tiene como columna vertebral al sindicalismo casi en su totalidad.
El peronismo es un cuerpo que tiene de corazón al conurbano bonaerense. que es -como dice Carlos Pagni- quien con su funcionar político condiciona de modo esencial el funcionamiento político de todo el país.
Y el peronismo es un cuerpo cuyos demás componentes, aparte del corazón y la columna vertebral, están compuestos por las tribus, caudillos, patrones de estancia y señores feudales con esa identidad política (e incluso con otras aliadas) que dominan en la mayoría de las provincias argentinas, excepto en esa franja compuesta por el “otro país”, vale decir, Capital Federal, Santa Fe, Córdoba y Mendoza, donde aún cuando gobierne el peronismo, sus gobernantes (por su alta institucionalidad en promedio con el resto de las provincias) no forman parte de la estructura permanente del poder peronista, que fue siempre el poder más importante de la república desde Alfonsín a hoy, haya tenido la presidencia de la nación o no la haya tenido. Lo mismo da.
El sindicalismo argentino al que Perón convirtió desde el primer día de su asunción, en 1946, en sindicalismo de Estado, tenga afiliados de empresas públicas o privadas, viene siendo desde siempre la columna vertebral del movimiento. Si hay algo que impidió la desaparición del peronismo luego de su caída en el 1955, mucho más aún que la conducción política de Perón desde el exterior, fue el sindicalismo que consiguió prebendas de todos los gobiernos, desde Frondizi hasta Onganía, tanto de gobiernos civiles como militares. Incluso algunas prebendas más importantes que las que les dió Perón como la ley de obras sociales que fue el privilegio determinante para convertirlos en empresarios incluso más poderosos que muchos empresarios privados. La CGT es una, si no la más, de las estructuras sindicales corporativas empresarias más grandes y poderosas de América Latina.
Raúl Alfonsín, que sabiamente intuyó que antes de su asunción, en las décadas anteriores la política argentina había sido básicamente una alianza entre sindicalistas y militares, pudo empezar exitosamente la tarea (que luego completarían los gobiernos peronistas posteriores) de dejar sin poder político a los militares. Pero desde el día que lo intentó, apenas un mes luego de llegar al gobierno, fracasó rotundamente con sacarle poder al sindicalismo. Y eso sigue así.
El resto del poder real de la Argentina lo tienen los intendentes peronistas del conurbano y los gobernadores peronistas de las provincias chicas y medianas. Los conductores nacionales del peronismo pasan pero ellos quedan y han impregnado con su estilo de hacer política casi todas las modalidades institucionales de nuestra democracia.
Este cuerpo permanente del poder laico secular (y también religioso) no tiene una sola cabeza, es más de por sí no tiene cabeza. Pero siempre requiere de una cabeza para ser dirigido, ya que por sí solo se mueve por la mera lógica de la sobrevivencia tratando de consumir la mayor cantidad de poder real del país aunque el pueblo languidezca como lo hace ahora.
Ideológicamente, abandonado a su mero arbitrio, es ciego. La vista, y por ende la dirección y el proyecto, se la otorga el caudillo nacional que lo comanda, tenga la ideología que tenga, siempre y cuando se mueva negociando con su lógica caudillista de existir. Como que están dispuestos a aceptar cualquier cacique nacional que los conduzca a la victoria, pero no están dispuestos a abandonar su funcionamiento tribal.
Ese accionar se ejemplifica perfectamente en el nuevo Juárez de Santiago del Estero, el gobernador perpetuo, Gerardo Zamora. Accionar que adoptó como suyo cuando siendo radical entró al mundo K desde el transversalismo gestado por el pacto Cobos-Kirchner. Entonces se feudalizó igual o más que los caudillos locales de origen peronista.
En el cuerpo peronista la forma coopta todo contenido.
La renovación peronista de los 80 intentó, más que conducir ese cuerpo tal como estaba, convertirlo en otra cosa más parecida a los partidos de una república democrática, liberal en lo político. Sin embargo tuvo poca vida y no pudo llegar al poder nacional porque apenas apareció un político que se mimetizó con la renovación pero prometiéndole al cuerpo peronista seguir siendo lo que era y no renovarlo de ningún modo, lo pudo conducir sin ningún problema aún adoptando un programa económico totalmente contrario al peronismo tradicional. También lo pudo conducir Eduardo Duhalde en cuanto caudillo en jefe del corazón del cuerpo peronista, el conurbano bonaerense. Y luego los Kirchner que como Menem provenían del cuerpo peronista del país profundo, siendo el riojano y los santacruceños expresiones acabadas de caudillos tribales. O sea, en democracia al peronismo a nivel nacional lo condujeron el conurbano bonaerense o los caudillos de las provincias feudales. Ningún modernizador.
El gobierno peronista actual es un jinete sin cabeza pese a tener tres cabezas. Alberto Fernández hace mucho que dejó de existir como presidente real. Cristina Fernández está demasiado ocupada en resolver sus problemas jurídicos y políticos y ver cómo se borra lo más posible de esta criatura patética de la cual ella es la única madre creadora. Y Sergio Massa no puede controlar la economía, que era su llave a la presidencia.
En estas condiciones políticas ningún gobierno que no fuera peronista podría terminar el mandato porque no se puede presidir a ciegas, sin cabeza, un país. Pero ese cuerpo argentino sin cabeza propia, que es capaz de adaptarse a cualquier cabeza que lo contenga y le permita seguir creciendo aunque el país decrezca, hace 40 años, cuando menos, que es la verdadera condición de gobernabilidad de la Argentina. Es el poder real. Y por ahora está sosteniendo a este gobierno sin cabeza. O sea que la Argentina está marchando ciega hacia su imprevisible destino.
Mendoza y el jinete sin cabeza
En Mendoza también el peronismo ha sido en los últimos años un jinete sin cabeza. O mejor dicho, con una cabeza hegemonizada absolutamente por el kirchnerismo local (que tiene de conductora a Anabel Fernández Sagasti, una de las más fieles espadas nacionales de Cristina Fernández) que, a pesar de sus permanentes pedidos de unidad, no ha podido conectarse políticamente con lo que queda de lo más estructural del peronismo mendocino: la mayoría de los intendentes de los municipios conducidos por el justicialismo. Y ellos no se han sentido nunca identificados con el kirchnerismo.
El domingo próximo comenzará el proceso electivo en las comunas de todos esos intendentes que decidieron volver a presentarse o presentar a sus sucesores absolutamente desdoblados de cualquier fórmula provincial o nacional. A estas alturas toda una definición ideológica, aunque más no sea por la negativa. Recluirse en sus territorios, como un cuerpo sin cabeza, a la espera de un futuro líder que les preste su cabeza y que los confirme como caciques de sus tribus. Expresiones del peronismo real, el verdadero, el que siempre permanece como parte de la naturaleza.
Los intendentes, luego de finalizada la hegemonía del proyecto provincial de los peronistas renovadores en 1999, intentaron sustituirlos, pero no pudieron llevar la lógica municipal a la provincial, por lo que perdieron su oportunidad.
Sin embargo, al poco tiempo tuvieron otra oportunidad debido a la conducción de hecho de Juan Carlos “Chueco” Mazzón, que conformó la liga de intendentes y los relacionó con el peronismo nacional. De esa síntesis surgieron las gobernaciones de Celso Jaque y Francisco “Paco” Pérez.
Mazzón no era una cabeza conductora, pero sí era el intermediario que conectaba a la cabeza coyuntural con el peronismo permanente, al cual él pertenecía. Era “el peronista” por antonomasia. Vivía en los palacios del poder nacional cerca de cada jefe, ya que cada vez que había un cambio de conductor, el nuevo jefe heredaba al “Chueco” del viejo jefe, porque su “saber” del peronismo real, el de abajo, el de las tribus municipales y provinciales, era irreemplazable.
Pero con la muerte de Mazzón desapareció en el peronismo mendocino cualquier nexo entre los intendentes y la conducción nacional. Llegando hasta la esquizofrenia actual en que el peronismo provincial lo comanda formalmente el kirchnerismo en un momento en que el peronismo nacional no tiene cabeza alguna que lo mande.
En esta realidad, los intendentes siguen sin encontrar un proyecto provincial que es lo que supo tener la renovación, ni ningún nexo propio con el gobierno nacional, que es lo que supo ser el “Chueco”. Por eso están aislados entre el encerramiento y la dispersión.
No obstante, como una vez me dijo un “peronista real”: “los conductores pasan pero nosotros siempre permanecemos aunque a veces debamos ocultarnos y otras mirar para otro lado. Sin embargo, al final siempre volvemos”.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar