“Arroz con leche, me quiero casar, con una señorita de San Nicolás, que sepa coser, que sepa bordar, que sepa abrir la puerta para ir a jugar”. La canción tiene algunas connotaciones machistas porque eso de que sepa coser, sepa bordar manda a la señora -mejor señorita porque todavía no se ha casado- adentro de la casa. Sin embargo, debe tener la aptitud de abrir la puerta para ir a jugar.
Es una canción pero está implicando la importancia del juego en nuestras vidas. Es una actitud de los niños. Ellos son los que están dispuestos a jugar siempre y eso es una de las características que los distinguen. Jugamos en nuestra infancia y es la parte linda de ella. Quien no lo haya hecho no guardará los mejores recuerdos de sus años niños.
Pero también es una manifestación de la importancia que tiene el juego en nuestras vidas. Claro, hay una nítida diferencia entre el juego de los niños y de los mayores. Los mayores también jugamos y no lo hacemos sólo por placer; jugamos para ganar.
No por nada los naipes y los dados deben de ser dos adminículos de los más requeridos para estos entretenimientos y en casi todas las casas hay alguno de los dos, o los dos, para aquellos momentos de distención que son tan reconfortantes.
En esta época de pandemia se ha agigantado su uso y muchos recurren a ellos para paliar el embotamiento que significa el encierro. Son frecuentados en diversos momentos de la semana.
Tantos los mayores como los menores tenemos nuestros lugares de juegos. Para los niños el patio o la pieza de los juguetes es el ámbito ideal para el desarrollo de los mismos. Aunque también el patio de la escuela cuando llega el ansiado recreo. Un campito ralo cerca de la casa es también un lugar ideal para desarrollarlos y para socializar con otros niños vecinos.
Los mayores tenemos varios ámbitos. Están los cafés de algunos pueblos, donde se juntan los parroquianos a desentrañar un truco furibundo o cualquier otro juego que implique la baraja. El dominó también es muy utilizado y el ajedrez para los más melonudos. Pero están los sitios clandestinos, a veces una pieza especial del mismo café donde se juntan a jugar fuerte, por cifras que nos sorprenderían en cuanto a su magnitud.
Claro que el sitio ideal para desarrollar estas tareas tan ligadas al esparcimiento son los casinos. Una orden del Gobierno de esta provincia admitió el regreso a la actividad de los casinos con una población restringida.
Me impresionó. Pasé el fin de semana pasado por dos casinos y pude comprobar que, cumpliendo con el distanciamiento obligatorio, había dos o más cuadras de cola esperando entrar a los templos de la timba. Una cantidad de gente que uno no ve ni en bancos ni en supermercados. Me dí cuenta entonces que para muchos es el casino un vicio difícil de desentrañar, que los necesitan para usar gran parte de su tiempo desafiándola a la suerte.
Es increíble toda la gente que está pendiente de los casinos y claro, después de siete meses de espera, tienen una avidez digna de un cuento de Roberto Arlt.
Se abrieron los casinos: “Hagan juego, señores”.