Hacia una Educación transparente

Nuestros estudiantes manejan mejor que nosotros en muchos casos, la pantalla múltiple, el capcut de videos, los reels, las imágenes, los buscadores, pero nosotros (como docentes) no necesariamente tenemos que hacer lo mismo. Quizá tengamos la responsabilidad de tener que ofrecer lo que este mundo no les ofrece.

Hacia una Educación transparente

Pienso sobre la marcha, la marcha que caminamos con los pies y la marcha que ponemos diariamente en clases, en las capacitaciones que se nos ofrecen, o se nos exigen. Pienso en la dimensión pedagógica digital, en las tecnologías, y en una idea general que también forma parte de la enseñanza, la formación de un nuevo sujeto y el diagnóstico precoz y a las apuradas de un nuevo campo sociocultural.

Se dio una transición que se veía venir, pero que se aceleró a más no poder en los últimos años: los procesos de información, las IA metidas sin preguntarnos en nuestros celulares, los algoritmos, las redes y la desesperación por lo fugaz y la ilusión de acceder a todo, terminó por colarse como un rayo en la paciencia de la lectura y la escucha, cosas fundantes pero obsoletas y pasadas de moda en las instituciones educativas. Me recuerda al pedagogo Carlos Skliar hablando post pandemia: “Al contrario del exceso y la parafernalia de la conectividad, he retrocedido a la idea de la pedagogía pobre: aquella que mira para los costados y se da cuenta de que lo más importante de la vida o del mundo es aquello que hemos dejado ignorado”.

Hoy los profesores nos encontramos inmersos en un naufragio de capacitaciones, seminarios, exámenes, planillas, mails, grupos de watsaap, clases virtuales, presenciales, que nos desenfocan y nos impiden el tiempo. No tenemos tiempo para pensar qué es lo mejor, o qué creemos que sería lo mejor, o qué necesitamos. Esta sociedad digital se encarga continuamente de ocuparnos, y nos deja sin la posibilidad de ver qué tenemos para decir nosotros, o preguntarnos ¿qué estamos haciendo?, ¿por qué lo estamos haciendo así?, ¿qué se necesitará?, ¿qué se necesita? Es como si pasara el tren de las tecnologías sin siquiera detenerse y nos colgáramos, con las valijas cada vez más vacías, y sin saber muy bien el destino o los planes del maquinista. El kilómetro cero de la educación argentina no puede ser Silicon Valley, o al menos deberíamos ofrecerle nuestras preguntas, nuestros argumentos.

La definición de nuestro tiempo como posthumano está cada vez más presente, más ligado a lo que hacemos o a lo que nos piden que hagamos. Nuestras prácticas tecnopedagógicas deberían venir después de haber tenido tiempo para reflexionarlas. Las IA deberían ser pensadas antes de incorporadas.

Continuamente decimos que la Educación tiene que acompañar los procesos sociales, estar actualizada respecto de los fenómenos que suceden, reinventarse, que el aula ha quedado obsoleta, que la Educación tiene que modernizarse, que tiene que incorporar internet, los celulares, las imágenes, en última instancia, que la Educación tiene que. En esa carrera de tener que, se nos olvida también que nos sucede el mundo y la vida y su extrañeza, y que si nos encargáramos sólo de reproducir el mundo en las aulas, ¿entonces para qué estamos?

Uno de los pensadores más reconocidos de la actualidad, el surcoreano Byung-Chul Han, no tiene ningún libro (todavía) sobre Educación, pero parte de su obra se resume en lo que llama la “Sociedad Transparente”. Si el mundo de la virtualidad e internet, genera un universo de imágenes, de likes, de “trasparencias”, es porque en su detrimento, se excluyen las formas consabidas de lo tangible, de lo rugoso, de todo lo que no logra transparentarse. Nuestro mundo actual, cada vez fija más su atención en lo liviano, en lo comunicable, en un cuerpo de diseño. Como si hubiera pasado de ser denso y difícil de transitar, a ser accesible y en colores. En su apariencia de mundo confortable, suave y libre, encaja perfecto con un mundo alienado y robótico y sumiso. La escuela, los IES donde trabajamos, los bancos donde nos sentamos, la sala de profesores a la que vamos, los libros que leemos, serían lo viejo, lo denso, lo tangible, el picaporte de hierro, centenario, la montaña de piedra. Y en cambio la computadora, el dispositivo, el enlace, el meme (lo “transparente” digital de la educación) vendrían siendo lo fresco, el medio por el cual, en última instancia, los profesores y estudiantes hacen lo nuevo. Esa idea creo que es una equivocación. Aunque estoy exagerando, creo que se clarifican las dos reacciones.

Hay un “peso” que tiene la escuela como formadora, que necesita pensarse a sí misma, en sus prácticas y en sus lugares. Personalmente me juego con una sección Recreo donde elegimos música todas las semanas con mis estudiantes. Pero esa música no puede ser alguna demasiado famosa, o demasiado “liviana”, sino que tiene que tener algún anclaje, alguna rugosidad. Instrumental, pianistas, Bill Evans, Keith Jarret, o jazz, trompetistas. Lo hacemos porque no nos demanda, no nos pide nada más que escuchar. Las instituciones educativas tienen que volver a pensar qué hacemos dentro de ellas. No puede ni tiene necesariamente que reproducir el mundo. Quizá tenga que hacer otra cosa.

Nuestros estudiantes manejan mejor que nosotros en muchos casos, la pantalla múltiple, el capcut de videos, los reels, las imágenes, los buscadores, pero nosotros (como docentes) no necesariamente tenemos que hacer lo mismo. Quizá tengamos la responsabilidad de tener que ofrecer lo que este mundo no les ofrece. Y lo que esta sociedad no les brinda es paciencia, es tiempo, tiempo para leer, por ejemplo, tiempo para preguntar si entendiste, tiempo para escuchar, para sentir, para conectar con el otro.

Creo que nos encontramos en un dilema de reacciones, una Educación “material” por un lado, frente a una “transparente” por el otro. Obvio es que lo lógico sería combinarlas, pero cómo. De pronto resulta tan difícil equilibrarse en medio de una maratón desesperada hacia la digitalización urgente, hacia el ideal remoto, hacia la búsqueda de la estrella certificada. Yo entiendo que educarse, generalmente, o en muchos casos, es ir a contramano. Alguien que se sienta en uno de nuestros bancos, es alguien que es capaz de sumergirse en otra cosa distinta. Y esa otra cosa, ese espacio somos nosotros, ellos, y la mediación que de eso hagamos.

Pienso que hay que volver a hablar. A caminar entre los bancos. A agacharse a leer lo que escribieron con la mano. A tratar de vincular lo que hacemos con el mundo actual (pero no solamente en su fase digital). Eso es bien difícil. Por momentos siento que la innovación pedagógica es reírnos juntos. Es estar sentado en semicírculo, es ayudar al compañero de banco. Es que el que está en la otra fila, no es un futuro competidor profesional, es mi compañero/a y como decía Spinetta, puede ser mi amigo/a, mi novia. Es formar comunidad, de clase, educativa, para que después formen comunidad en un boliche, con sus vecinos, con el municipio, con sus familias. Creo que el entorno digital es una plaza vacía si no piensa que enseguida nos vemos, que hay algo fundante en ser humanos y tener que vernos.

Claro que intentamos usar tecnologías digitales en clases, trabajar con imágenes, infografías, videos. Entiendo que todos/as lo hacemos a nuestra medida, con nuestros elementos, pero estamos obsesionados con el mismo hacia allá. No sólo por exigencia, si no por voluntad de entender las premisas socioculturales y conocer su importancia. El asunto está en que se nos volvió la única dirección, la única casa a la que había que arribar. El único lugar. El último predio. El kilómetro cero.

Las sociedades actuales nos marcan una hoja de ruta con el mismo cartel de llegada: tecnología, utilitarismos, rentabilidades. Me niego a pensar que la Educación que ofrecemos tiene que lidiar siempre y únicamente el mismo destino. Educarse para la vida, educarse para la solidaridad, educarse para humanizarnos, a veces se ve distinto, a veces se ve como si los estudiantes se estuvieran riendo, estuvieran juntos con su docente, haciendo la educación pública, que todavía, intenta pensar una totalidad educativa.

A veces siento que nadie nos dice lo elemental, nadie nos lo reclama. Nadie espera de nosotros lo que es básico para formarse en algo, en cualquier cosa. Me recuerda a Bertolt Brecht, que cada tanto traigo a mi memoria: “qué tiempos son estos, que tenemos que defender lo obvio”. A veces hay que recordarnos lo obvio, porque tanto perseguir aquello que se ve a lo lejos, que salta, que parece el futuro, nos debilita lo que era, y que está (o debiera estar) a nuestro lado.

* El autor es profesor de Sociología. Especialista en Docencia.

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