Y ya el aforismo inicial...
“Entre los caídos se descubren hombres muy erguidos”.
Un gran director cinematográfico italiano, Giuliano Montaldo, fue el creador de la película “Sacco y Vanzetti”, un verdadero alegato contra la injusticia y la discriminación.
Dejó el sello de su lucha contra la intolerancia.
En la citada película, extraída de la realidad, dos obreros italianos fueron condenados a muerte por un crimen que no habían cometido, pese a las pruebas irrefutables a favor de su absolución.
El mismo director, decidió posteriormente, hacer otra película, que protagonizó Gian María Volonté.
Se trató de uno de los procesos más monstruosos que registra la historia de la humanidad -¡y hubo muchos!-.
La película se llamó Giordano Bruno, que fue el nombre de la víctima del citado proceso y refleja con objetividad, su trágico sino.
Había nacido en Nápoles en el siglo 16, en 1548, poco más de medio siglo después del descubrimiento de América por Cristóbal Colón.
Llegó a ser un brillante astrónomo, también filósofo, poeta y sacerdote.
Sus teorías sobre el cosmos, superaron el modelo del sabio polaco Copérnico, al opinar que el sol era simplemente una estrella y que el universo contenía un infinito número de mundos, habitados por seres inteligentes.
Finalmente con sólo 52 años fue condenado por herejía por la inquisición romana y quemado en la hoguera en el año 1600.
Giordano Bruno había ingresado a la orden de los Dominicos a los 17 años para cursar la carrera sacerdotal, de la que egresó a los 24 años.
Aunque su nombre real era Felipe, desde ese momento lo cambió por el de Giordano, con el que pasó a las páginas de la historia universal.
Sus ideas sobre la astronomía, la infinitud del espacio y el movimiento de los astros contradecía la doctrina de la Iglesia Católica.
Entonces, teniendo 45 años, fue encarcelado con la acusación de blasfemia, herejía e inmoralidad.
Permaneció preso durante 8 años.
Ya era Doctor en Teología.
Pero tuvo que abandonar los hábitos por la acusación de desviarse de la religión.
Se dirigió a Suiza.
En Ginebra, supo que Juan Calvino había instaurado una república protestante, a la que adhirió, pero de la que tuvo que alejarse pronto al difundirse un panfleto de su autoría contra Calvino.
Se dirigió entonces a Inglaterra. Allí escribió un libro “Los Furores Heroicos”, donde describe el camino hacia Dios a través de la sabiduría.
A instancias del Conde Mocenigo, un antiguo amigo –que ya no lo era- y que le manifestó, mintiéndole, que la Inquisición lo había perdonado, regresó a Roma donde fue encarcelado por esta institución.
En el año 1599 se inició el proceso contra él.
La sentencia ya estaba dictada, aunque le dieron apariencia de legal.
Finalmente fue quemado vivo el 17 de febrero del año 1600 en un lugar llamado “Campo dei Fiori”.
Es famosa la frase que dirigió a sus jueces.
-”Tembláis más vosotros, al anunciar esta sentencia, que yo al recibirla; porque el juicio de la historia los condenará para siempre”.
Los jueces le habían ofrecido varias veces retractarse de sus ideas, pero su sentido de la dignidad le hizo preferir la muerte.
Y hoy, he querido tratar la figura de uno de esos hombres que nos reivindican con la especie humana. Y a esa dignidad que agiganta su figura, se refiere este af. con el que cierro esta nota:
“Aun herido, el digno sigue volando alto”.