No fue sólo un estrepitoso fracaso de Liz Truss. La deriva británica es el fracaso del Partido Conservador. Sin timonel ni mapas ni bitácoras, los tories extraviaron al Reino Unido en el laberinto del Brexit. Desearían poder personificar esta debacle en la mujer que prometió resucitar el espíritu thatcheriano, pero Truss no salió de la nada sino que fue entronizada por sus correligionarios.
Sólo seis semanas antes, los conservadores habían apostado a la “trusseconomics”. Ella no sacó de la manga su idea de recortar drásticamente los impuestos a las grandes fortunas cuando ya se había convertido en primera ministra. Llegó al cargo precisamente porque propuso el más grande recorte impositivo en beneficio de los millonarios.
La mayoría tory estuvo de acuerdo en que esa medida produciría una ola de inversiones y un efecto derrame de riqueza en clases medias y bajas. En sólo un puñado de días, los mercados avisaron a los conservadores que el agujero fiscal que generaría la reducción de impuestos con el aumento del gasto por la crisis energética, devoraría la economía británica, agravando la caída del comercio exterior y del PBI que produjo el Brexit.
Truss creyó que con sacar de la Secretaría del Tesoro al ultra-ortodoxo Kwasi Kwarteg, detendría el sismo financiero. Pero era una ilusión. Los mercados vieron que la primera ministra no tenía más hoja de ruta que esa receta híper-liberal. Quizá, verán también que los conservadores carecen de mapa para encontrar la salida.
Lo que ocurre en el Reino Unido es una señal de que las recetas ultra-liberales son inconducentes, aunque estén en ascenso varios exponentes de ese dogma en muchas partes del mundo, incluida la Argentina.
El Partido Conservador apostó a esa vía y descarriló, batiendo el récord de brevedad en Downing Street. A ese récord lo tuvieron otros dos conservadores: Anthony Eden, quien estuvo sólo dos años tras la salida de Winston Churchill, y Douglas-Home, quien fue primer ministro entre 1963 y 1964, o sea sólo un año.
La dueña del nuevo récord no es la única dueña del extravío económico. La causa inmediata fue su propuesta de reducción impositiva, pero si la crisis británica es más grave que la causada en la Europa continental por la pandemia y por la guerra en Ucrania, es por el brexit.
La ola global de covid y la guerra expansionista de Putin complicaron la economía en el mundo, pero la caída de las exportaciones y del PBI, el desabastecimiento y el caos en el sistema migratorio que están golpeando al Reino Unido, son consecuencias de que la salida de la Unión Europea no es lo que describían Boris Johnson y demás brexisters para el corto y mediano plazo.
David Cameron se equivocó al realizar el referéndum sobre salir o permanecer en la UE, pero su apoyo a la opción “remain” era más acertada que el brexit propiciado por extremistas como Niguel Farage y demagogos temerarios como Johnson.
Theresa May también estaba más cerca de la realidad que los partidarios del “hard brexit”, cuando buscaba una salida de la UE ordenada y acordada entre Londres y Bruselas. Pero Boris Johnson logró convencer a una amplia mayoría de que había que salir de un salto y dando un portazo. Pues bien, esa salida condujo a esta situación tan caótica como el peinado de Boris Johnson.
Las fiestas en Downing Street violando el distanciamiento social, así como las mentiras que quedaron al descubierto por posteriores investigaciones, motivaron la renuncia de ese exótico primer ministro tory. Pero la realidad indica que no estaba controlando los efectos del “hard brexit” que él propició e impuso.
Como está claro que éste no fue un fracaso sólo de Liz Truss sino también del partido oficialista, es posible que el intento de proseguir el mandato conservador con Rishi Sunak, o Ben Wallace, o Penny Murdount, o James Clevery o volviendo a Johnson, termine fracasando y, como reclaman los laboristas y otras muchas voces en el reino, se adelanten las elecciones para un cambio de gobierno.
Incluso puede haber otras consecuencias. Por ejemplo, que crezca el impulso separatista escocés que lidera la primer ministra Nicola Sturgeon, y que empiece a tomar fuerza el independentismo galés, también acrecentado por los efectos negativos del Brexit y el creciente deseo de regresar a la Unión Europea.
Todo puede ocurrir. Lo demuestra el carácter inédito de la situación. El gobierno más extraño que tuvo Gran Bretaña fue el de “gran coalición” entre tories y laboristas, que encabezaron Churchill y Clement Attlee. Explica aquella excepción otro acontecimiento excepcional: la Segunda Guerra Mundial.
En este caso, son las consecuencias no anunciadas y, hasta ahora, no controladas del Brexit, las que explican esta nueva excepcionalidad: el gobierno más breve y fallido de la historia británica.
* El autor es politólogo y periodista.