Cristina Fernández cree que puede perder las próximas elecciones. A un año de las primarias, el más elemental cálculo político le indica probable que en el electorado continúe la misma inercia que antes le fue favorable para retornar al poder: el voto castigo. Si se mantiene esa inercia, condenaría al oficialismo a una derrota.
La jefatura del oficialismo siempre tuvo resuelto el falso acertijo político entre salud y economía que el Gobierno quiso imponer con la cuarentena. La emergencia sanitaria puede no ser decisiva en el voto. Incluso en el incierto caso de que termine bien. Si la pandemia es controlada este año y la vacuna prometida arrima cierta normalidad para el próximo, el confinamiento será un recuerdo entre aciago y lejano para el momento que se abran las urnas. Ni pensar si ocurre lo contrario. Sería una catástrofe sobre los hombros de la gestión oficial.
De modo que Cristina apunta con toda su energía a una recuperación económica que le permita justificar el voto castigo contra Mauricio Macri. Hasta el momento, todo está peor. Queda menos de un año para remontar esa cuesta. Y la pandemia se ha extendido más allá de lo esperado.
Fue la vicepresidenta la que le autorizó al ministro Martín Guzmán cerrar el canje de deuda. Un mínimo gesto de distancia hubiese desplomado todo. Cristina regresó con gesto severo a la Casa Rosada para validar la celebración del acuerdo con los acreedores. Selló ese momento como el auténtico inicio de la actual gestión.
Alberto Fernández enunció ese punto de partida con tono fundacional, aunque aún no comenzó la negociación con el FMI, el mayor acreedor.
Geoffrey Okamoto, subdirector gerente del FMI, describió casi al mismo tiempo el escenario que imagina para después de la pandemia: “Algunos países tienen cargas de deuda desafiantes, donde la sostenibilidad es difícil de medir en medio de una gran incertidumbre sobre el crecimiento y las perspectivas comerciales”.
Imposible que cada definición sobre el tema no sea leída en clave argentina. El Fondo es el principal acreedor del país y Argentina es el principal deudor del Fondo. Okamoto escribió “incertidumbre” y no “riesgo”. Para el riesgo existe el cálculo de probabilidades. La incertidumbre es peor: ni siquiera es susceptible de medición. Es la teoría del economista Frank Knight, que Okamoto cita como la pesadilla con apellido (“knightmare”) de la crisis global.
Ese tembladeral explica que millones de argentinos respondan intuitivamente al discurso fundacional del Presidente con la compra de dólares por goteo del cepo. Y que el Presidente se viera forzado a aclarar que no piensa devaluar otra vez el peso, admitiendo, de todos modos, que cada día se degrada por efecto de la inflación. Mientras, las reservas exhaustas del Banco Central incentivan las versiones de disidencias entre su titular, Miguel Pesce y el ministro bendecido por Cristina, Martín Guzmán.
Alberto Fernández apareció luego desencajado en el canal TN. Es la traducción política de esa inestabilidad profunda de la economía, que el oficialismo intuye que puede definir el voto. Fernández sepultó de mala gana al albertismo. Y articuló luego ese disgusto con un mensaje intolerante, marcando un tajo social entre el eje del bien y el del mal. No se trata de simples estados de ánimo. Es una decisión táctica: el oficialismo ha cerrado filas en torno a la crispación. La economía sólo ofrece el rebote del gato muerto; la política se defiende como gato acorralado.
En Diputados, Sergio Massa podría haber evitado el contagio del conflicto de poderes que se cuece en el Senado. Debió adaptarse al orden cerrado. Escaló un conflicto interpartidario al nivel de un nuevo desequilibrio de poderes. La judicialización del reglamento parlamentario es un camino gris entre la crisis política y su equivalente institucional.
Cristina ha logrado encolumnar a su estructura en una contraofensiva virulenta, para ganar tiempo a la espera de alguna recuperación económica. Mientras, la estructura de base se entretiene promoviendo la toma ilegal de tierras. Operaciones inmobiliarias de los gerentes de la pobreza que sinceró el ministro bonaerense Sergio Berni; al albur de sus ambiciones políticas, autorizadas por el eje del bien.
La unidad para la crispación organizó sus tareas. El Presidente se ensañó con Mauricio Macri. Massa puso el rostro para un contrasentido: legisladores presentes en el recinto, pero ausentes en la sesión. Cristina le apuntó a los jefes territoriales, con Alfredo Cornejo a la cabeza.
La coalición oficialista reforzó su cohesión táctica para detener el desafío opositor. La movida de los diputados conducidos por Mario Negri fue efectiva: mostró que la unidad opositora podía saltar de la pantalla al recinto y ofrecer representación política a las recientes movilizaciones de protesta.
Pero la iracunda devolución del kirchnerismo le demandará a la oposición un fino criterio de oportunidad con otros recursos. Si en el Senado aplica el mismo criterio que en Diputados, el Gobierno quedaría a un paso de obtener en la nube los dos tercios de bancas que no pudo conseguir en las urnas.