“¡La próxima clase tienen una prueba de todo lo repasado!”, ordenó la profesora de Lengua visiblemente enojada luego de la pregunta de un estudiante de 4to año que no entendía lo escrito con letra cursiva en el pizarrón.
Días después, el mismo grupo fue testigo de otro modo de actuar en otra materia. A medida que los adolescentes terminaban el trabajo práctico, el profesor los llamaba de a tres para completar la evaluación con preguntas orales. Al finalizar, los oyentes tenían la misión de calificar a su compañero, el examinado se ponía una nota y el docente manifestaba su parecer. “Sabía todo, pero me puse un 9 porque me trabé varias veces en la exposición”, contó uno de los muchachos satisfecho por la experiencia. “El profe me dijo que para él era un 10″, cerró el alumno que también había sido aprobado por sus pares.
“Rendir un examen forma parte del proceso de aprendizaje”, decía un tuit en el mar de las redes sociales que vi esta semana y me animó a esta reflexión. El comentario iba más allá: “Castigar a un estudiante que reprueba poniendo el bochazo en su historial académico, lo único que hace es reivindicar esa idea absurda de que no podemos cometer errores”.
Escalas, notas, responsabilidad, exigencia, calidad educativa, valoración al mérito y/o al esfuerzo, el proceso sobre el resultado vs el resultado sobre el proceso (en un mundo que pondera resultados)... Todo se pone en juego y se mezcla “en el mismo lodo”, todo manoseao -parafraseando a Enrique Santos Discépolo-.
Sin desautorizar a la primera docente que está en todo su derecho a tomar un examen, más aún en época de diagnóstico, observé que la evaluación como sinónimo de castigo no sólo queda anticuada en un universo educativo que está revolucionado por el debate de la inteligencia artificial, sino que no existe como método pedagógico.
Vamos por parte...
Sin ahondar en detalles, podemos decir que hay diferentes tipos de evaluación según:
- la intencionalidad (diagnóstica, formativa, sumativa);
- el momento (inicial, procesal, final);
- el agente evaluador (heteroevaluación, coevaluación, autoevaluación);
- la extensión (parcial, global).
Por otro lado, vale aclarar que mientras la calificación “es una forma de representar mediante un código un juicio evaluativo”, la evaluación educativa del aprendizaje tiene como objetivo central “mejorar el proceso educativo en base a información sistematizada”.
En definitiva, como se señala en uno de los artículos de la revista especializada Scielo, “la evaluación del aprendizaje sería el acto de juzgar la efectividad del proceso de enseñanza y aprendizaje a partir de la información obtenida, procesada y analizada de los estudiantes”. Y para ello -sigue el artículo- el saber especializado y la ética profesional son los requisitos básicos que deben aprender y dominar todos los profesores o aquellos profesionales de la evaluación del campo educativo.
“La tarea educativa de la evaluación de los aprendizajes debe ser parte consustancial al ejercicio de la profesión para cumplir con su función pedagógica, que es de naturaleza ética: ‘desarrollar la personalidad, las aptitudes y la capacidad mental y física del niño hasta el máximo de sus posibilidades’ (Unicef, 2019, art. 29a) y ‘preparar al niño para asumir una vida responsable en una sociedad libre, con espíritu de comprensión, paz, tolerancia, igualdad de los sexos y amistad entre todos los pueblos, grupos étnicos, nacionales y religiosos y personas de origen indígena’ (Unicef, 2019, art. 29d)”, concluye el estudio “Evaluación educativa de los aprendizajes: Conceptualizaciones básicas de un lenguaje profesional para su comprensión”.
Este desarrollo y preparación tienen más que ver con lo que demanda el ámbito laboral por estos días y que se extiende cada vez más, incluso en las áreas estatales (desde el Instituto Nacional de la Administración Pública INAP ya han dado varios cursos y hoy cierra la inscripción para el que comienza el miércoles 5): la gestión por objetivos.
“La idea básica de la gestión por objetivos -explica el español Javier Rosado López- es alinear las actividades de todas las unidades de una empresa con objetivos definidos. Los empleados son libres de elegir el camino para lograr estos objetivos y su rendimiento se mide por los resultados.”
No analizamos aquí si esto es conveniente o no, pero sí está claro que entre las actualizaciones que requieren el sistema educativo y la formación docente aparece la necesidad de que las y los estudiantes de todos los niveles tengan claro el objetivo de la escuela de este milenio en Argentina, así como estuvo bien definida la meta de la escolarización obligatoria allá, hace 139 años, con la Ley 1420.