Espantosamente humanos

Lo que expresan las fiestas clandestinas y demás aglomeraciones, no es rebeldía. Expresan indolencia. Una oscura y devastadora indolencia hacia el otro.

Espantosamente humanos
El Gobierno decidió que el control de la diversión nocturna dependa del Ministerio de Seguridad

En el siglo V antes de Cristo, los jóvenes de la aristocracia ateniense celebraban grandes banquetes en los días de ayuno y recogimiento en honor a los dioses. Aquellas manifestaciones podían terminar en desbordes, como el día del año 415 en el que destrozaron las estatuas “sagradas” que “protegían” la polis. Los mayores se aterraban ante las burlas juveniles a las tradiciones y cultos ancestrales. Aquella rebeldía era una cuestión cultural. La consecuencia de escuchar a los filósofos y sofistas, abrazando el razonamiento lógico y poniendo en duda las costumbres y creencias.

Muchas otras rebeliones generacionales tenían causas culturales. Las mentes menos formateadas por tradiciones, religiones y costumbres absorben lo nuevo con más facilidad y lo ponen en choque contra lo establecido. Movimientos rupturistas como el surrealismo germinaron en las mentes menos ocupadas por lo que estaba impuesto. El desarrollo de los medios de comunicación por las revoluciones tecnológicas generó en el siglo XX revoluciones culturales y sociales. Desde el Mayo Francés de 1968 al hipismo, el rock y el arte psicodélico fueron causa y consecuencia de una generación que se diferenciaba de sus mayores hasta en la vestimenta.

“Los Beatles inventaron la juventud”, dijo Charly García en una bella y reveladora metáfora de aquellas revoluciones culturales. Pero no existe ningún vínculo entre las rebeldías que escandalizaban a padres y abuelos, con las manifestaciones que hoy ponen en peligro la vida de padres y abuelos. El choque generacional que antes se expresaba a través de insurrecciones artísticas, protestas y barricadas, no es antecesor de las “fiestas clandestinas” y demás aglomeraciones protagonizadas principalmente por jóvenes en el mundo. Esas manifestaciones, en el marco de una pandemia cuyos picos acrecientan las muertes, las convalecencias graves y los derrumbes económicos con masivas pérdidas de puestos de trabajo multiplicando la tragedia, no son fenómenos culturales.

La relación que tienen con la edad es puramente biológica. Los jóvenes tienen más instinto gregario y excedente de energía. Esos rasgos declinan con el tiempo.

Lo que expresan las fiestas clandestinas y demás aglomeraciones, no es rebeldía. Expresan indolencia. Una oscura y devastadora indolencia hacia el otro.

Por cierto, las aglomeraciones juveniles que generan focos de contagio tienen explicación. Y es biológica. Pero que tenga explicación no implica que tenga justificación. A esta altura de la pandemia, nadie desconoce sus consecuencias trágicas. Aunque no sea la única causa, cada foco indolente producirá una ola de contagio que causará internaciones tortuosas, muertes y problemas económicos que cerrarán empresas y aumentarán el desempleo generando hambre y sufrimiento.

Nadie puede a esta altura desconocer esa realidad. Y si a pesar de semejante conocimiento se actúa como tanta gente está actuando, estamos ante una postal desoladora de la naturaleza humana.

La magnitud de los males que provocan las olas de contagios es tan grande, que la indolencia que lleva a provocarlos alcanza niveles criminales. Confunde el hecho de que el crimen se cometa bailando y bebiendo en fiestas o en playas atestadas. Tales actividades parecen no cuadrar en la categoría de crimen. Sin embargo, enfocadas desde sus consecuencias, no cabe duda que lo son. Por eso es un error por negligencia, por demagogia o por superficialidad, catalogarlas como actos “irresponsables”. No es una cuestión de responsabilidad. Quien sabe que actuando de tal modo puede ocasionar muertes y otros males, empezando por su propia familia, no es “irresponsable”, sino algo peor.

Hacen demagogia las dirigencias políticas que se niegan a señalar el carácter aberrante de esas conductas, limitándose a denunciar errores y estropicios cometidos por gobiernos. Esos errores y estropicios deben ser denunciados. Pero por negligentes y corruptas que sean las actuaciones de los gobernantes, nada justifica callar la indolencia de amplias porciones de la humanidad.

Otro error es señalar a los jóvenes como si fueran de otra especie. Lo que por razones biológicas se manifiesta más en los jóvenes, es un rasgo oscuro de la naturaleza humana.

El comportamiento que hace estragos en el escenario de la pandemia revela un rasgo de las personas de todas las edades, aunque se manifieste con mayor intensidad en determinadas franjas etarias.

En el comportamiento social ante el coronavirus, la diferencia no es moral. Los mayores no tienen más ética y más solidaridad con los otros, sino más años y más vulnerabilidades.

Respecto a la indolencia con la vida y sufrimiento del otro, la diferencia entre mayores y jóvenes es en cantidad de instinto gregario y excedentes energéticos.

Los que se aglomeran en balnearios y en fiestas clandestinas no son jóvenes en el sentido que “inventaron” Los Beatles. Sólo son espantosamente humanos.

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