Fue como arrojar un fósforo a un pastizal empapado en combustible. La detención del rapero Pablo Hasél hizo estallar protestas. Madrid, Barcelona y Valencia fueron campos de batalla entre jóvenes y policías. Un aroma a “Mayo Francés” flotó sobre las barricadas, porque los manifestantes tenían la edad de los que sacudieron Francia en 1968 haciendo caer a Pompidou del cargo de primer ministro.
Por la detención del exponente de un rap de bajo vuelo creativo, quedó al borde de la ruptura el gobierno en el que conviven incómodamente el PSOE y Unidas Podemos.
Además de despotricar contra la monarquía, Pablo Hasél suele decir cosas horribles en sus raps y en sus sitios en las redes. Una canción dice que el alcalde de Lleida, Angel Ros, merece un balazo. Otros pronunciamientos parecen justificar los crímenes de ETA. Incluso ha merodeado la exaltación de Al Qaeda. Entonces ¿por qué sorprende e indigna que lo llevaran a prisión? ¿tantos jóvenes están a favor del terrorismo?
¿Por qué, entre otras figuras, un humanista lúcido y brillante como Joan Manuel Serrat cuestionó el encarcelamiento de alguien que fomenta el odio político contra las dirigencias conservadora y socialista?
Respuesta: porque la sensación generalizada es que la verdadera razón por la que lo metieron preso es haber atacado al rey emérito, al que calificó de borracho, mujeriego y corrupto en su hit “Juan Carlos el Bobón”.
Sobran razones para pensar que, de todas las desmesuras que Hasél ha cometido, las que lo llevaron a prisión son los ataques a la corona. Esa fue la línea roja que atravesó. Se entiende, entonces, que estallara la indignación.
¿Cómo no va a causar indignación que encarcelen al joven rapero que se burla del rey emérito, y no ese monarca que se refugió en Abu Dabi cuando España se inundaba de revelaciones sobre cuentas millonarias en Suiza y en paraísos fiscales?
Juan Carlos de Borbón ha causado a la monarquía española el mayor daño, pero quien va preso es el rapero que lo ataca con burlas. Al rey de la foto junto al elefante que mató en un safari, que compartía con su amante alemana millones de euros que habrían sido obtenidos mediante sobornos, lo está protegiendo Mohammed Bin Rashid al Maktoum, primer ministro de Emiratos Árabes Unidos y emir de Dubai acusado de tener secuestradas a sus hijas Latifa y Shamsa.
La imagen del apresamiento de Hasél mostró a España como un “reino del revés”. Los tribunales supuran confesiones de Luis Bársenas, ex tesorero del PP que revela la repartija de dinero entre los principales dirigentes. Sobre el escenario político, la ex presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, mantiene un vergonzoso silencio mientras van a prisión una colaboradora suya y una docente universitaria por perpetrar un fraude académico para que ella obtenga una maestría sin haber cursado ni presentado trabajo alguno. Y Pablo Casado, para sacar al PP del barro donde chapotea, propone dejar la emblemática sede partidaria de la calle Génova; como si un club intentara revertir una seguidilla de bochornosas derrotas de su equipo cambiando de estadio, en lugar de cambiar jugadores y cuerpo técnico.
Frente a semejante espectáculo, la detención del rapero actuó como la chispa que causa la explosión. La prisión no apaga a Pablo Hasél, sino lo contrario: lo catapulta al estrellato del anti-sistema. No es su talento artístico, por demás escaso, sino su provocación y su impresentable desmesura lo que lo visibiliza. Y la detención le da protagonismo.
Su aporte es hacer visible una legislación contraria a la libertad de expresión. Al fin de cuentas, una democracia es mejor permitiendo que se digan cosas horribles, como las que ha dicho Hasél, que apresándolo por haberlas dicho. Más aún si se percibe que lo que más molestó no son sus obtusos enaltecimientos del terrorismo, sino sus ataques a un rey cuya decadencia lleva tiempo opacando la corona.
A España no le sobran razones para respetar el sello Borbón. La historia prueba lo contrario. Juan Carlos creó legitimidad resignando el poder absoluto que heredó del dictador Francisco Franco, para que nazca una democracia que dio a catalanes, vascos y demás comunidades el derecho a la autonomía, el autogobierno, la lengua y la cultura propias.
Si el rey que creó una legitimidad para esa monarquía, se hunde en el desprestigio por sus indecencias y negligencias, la mancha y deslegitima.
No son los raps de Pablo Hasél los que sacuden el trono desacomodando a Felipe VI. Son los sobornos acumulados en cuentas secretas de bancos suizos los que están carcomiendo la corona borbónica.
*El autor es Politólogo y escritor.