Después de 54 años de actividad profesional enológica, comprendo al vino como una bebida que acompaña y emociona a la civilización mediterránea desde el alba de la humanidad.
De bebida alimento, a bebida social y emocional.
Desde la vida de los pueblos fuertes, al glamour de una copa de cristal, con pie esbelto, cámara aromática y bordes de acuerdo con el varietal y el terruño de origen.
Su contenido moderado de alcohol, la condiciona como grato y sano condimento líquido de la comida.
Pero el alcohol etílico es un componente discutido por la medicina y la sociedad. Algunos bodegueros europeos y americanos, han invertido mucho en investigación y desarrollo para lograr vinos de 0,0°Gl, que apoyan a consumidores y segmentos de la sociedad libre de alcohol.
El vino sin alcohol ya es una bebida y producto comercial en varios países que consumen vino.
Tuve la oportunidad de probar un divertido vino blanco, sin alcohol, de una importante bodega de España. Corría como agua en un restaurante de Cuba, con muchos turistas europeos.
A lo largo de los años, me atrevo a presentar varias razones que identifican su presente y futuro.
El vino sin alcohol no es para entendidos. Es para una sociedad joven, sana, madura. No lo definen la producción primaria de viñateros, bodegueros e INV. Lo define un marco legal alimentario.
El vino sin alcohol ¿sabe a vino? Sí, pero no presenta el cuerpo, la estructura y el volumen de un vino convencional.
Para evitar las debilidades sensoriales de un vino 0,0°GL, se recomienda beber a bajas temperaturas, entre 4 y 9°C.
El vino “alcohol free” es ideal para mujeres embarazadas, con lactancia o que cuidan la dieta sana. Está recomendado para choferes designados, almuerzos ejecutivos y laborales, mercados musulmanes, deportistas y consumidores con trastornos hepáticos y diabetes. Además, es una inteligente y anticipada respuesta de la industria a los lamentables trastornos del alcoholismo.
Los vinos para desalcoholizar deben ser uvas muy buenas, de cosecha temprana, preferentemente aromáticas (moscateles, torrontés, tempranillo, syrah, bonarda, criollas y cerezas). Termovinificación, maceración carbónica y fermentadores automáticos, son los procedimientos más adecuados.
El negocio mundial de este producto prevé un crecimiento anual del 5% en la próxima década. Estiman un movimiento de 10.000 millones de dólares para 2027.
Este vino no compite con los vinos convencionales. Es un complemento ante la tendencia cada vez mayor de vivir con salud y bienestar.
Estas razones me permiten estar abierto ante los “atavismos ideológicos” que caracterizan a la industria del vino.
Defiendo esta propuesta innovadora y complementaria del vino para intentar competir mejor sobre las aguas saborizadas, que hacen un tremendo agujero económico a la industria del vino.
Si la pandemia Covid-19 perdura, los vinos sin alcohol pueden destinar parte de su composición alcohólica a la asepsia sanitaria recomendada. Y, sobre todo, pueden alcanzar la reducción de impuestos que pueden compensar el costo tecnológico de desalcoholizar. Invito a los puristas del vino, a que expongan razones para demostrar la no factibilidad de este novedoso producto que busca la salud y la seguridad alimentaria de determinados y nuevos consumidores.