Hace más de dos meses murió mi amigo Enrique Díaz Araujo, en la compañía de su mujer, María Delia, en su casa, en La Plata. Quiero intentar este esbozo del amigo, maestro, incitador de mi vocación, en su otoño final, pues forma parte de lo mejor que ha dado la cultura de Mendoza al país.
Alguna vez leí que cuando mueren ciertos hombres, arde una biblioteca. En Díaz Araujo ardió un mundo de libros que bien conocía. Pero también, se consumió una pasión por esta Argentina que conoció a fondo, desde su raíz fundante, lo que él llamó “La Argentina latente”. Pidió ser amortajado con la bandera de Belgrano. Todo un símbolo para tiempos de intemperie espiritual, cultural, política.
Vi comenzar y pulir varios de sus libros, y ese tecleo de su máquina de escribir allá en Filosofía y Letras y luego en su computadora. Por la palabra pensada se ve el corazón del hombre. Compartimos intereses comunes. Y lo esencial: esos diálogos eternos, enriquecedores, incitantes, que ya comienzo a extrañar… ¡Qué modo inefable de abrir la cabeza sin imponer, pero sugiriendo…!
Evocar el valor del encuentro personal en tiempos de pandemia…
Reflejó en sus libros lo mejor del alma argentina de todos los tiempos. Hay que releer su ensayo: Aquello que se llamó la Argentina para advertir su talante. “En mi epitafio –me dijo alguna vez- desearía que dijese: “EDA, polemista…”. Es que buscó afanosamente la verdad y esto me marcó. Fue un hombre inquieto hasta el final… Y claro ejemplo de una cultura argentina, del interior, auténticamente universal por sus intereses y alcances, y profundamente nacional por sus raíces y su mirada en pos del mañana.
¡Cuántos libros dio a luz en este siglo y algunos en trilogías! Una fecundidad envidiable. Ejemplo de juventud del espíritu. Veamos algunos: Estudios Malvinenses (2018); Del Laicismo del ’80 a la Reforma Universitaria de 1918, 2015-2016; San Martín: cuestiones disputadas, 2014; Lesa Humanidad, 2012; Ernesto Guevara de la Serna, 2008; La Argentina en la Hora norteamericana. (El sino de Chapultepec), 2 T. Irracionalismos, (2009). El allendismo chileno. En 4 tomos una época, pensada por años: La guerrilla en sus libros. Ensayos Ásperos. Y su último retoño: Setenta canciones del folclore cuyano. (set.2020). En todos ellos la misma pasión inveterada por la verdad, que ya se vislumbraba en su libro de comienzos de los 70: El GOU: una experiencia militarista en la Argentina. Trata allí sobre la Revolución de 1943 y el prólogo a Perón…
Enrique Díaz Araujo fue un exponente relevante de una generación, que me gusta llamar innovadora, que surge tras los años 50 y que ha dado formidables frutos, que hay que conocer y hacer conocer, a las nuevas generaciones, tal vez, huérfanas de arquetipos y modelos. ¿Me permiten algunos nombres?: Dardo Pérez Guilhou, Carlos Nallim, Enrique Zuleta Álvarez, Juan Schobinger, Alberto Falcionelli, Carlos Ignacio Massini Correas, Francisco Ruiz Sánchez, Rubén Calderón Bouchet, Arturo Andrés Roig, los padres Sepich y Fosbery, Mariano Zamorano, Joaquín López, Ricardo Casnati, Guido Soaje Ramos, Guillermo Saraví, Abelardo Pithod, Víctor Delhez, Sergio Sergi, Lorenzo Domínguez, Daniel Ramos Correas, Enrico Tedeschi, Adolfo Ruiz Díaz, Nolberto Espinosa, Gloria Videla de Rivero, Emilia Puceiro de Zuleta Álvarez, Francisco Letizia, Denis Cardozo Biritos, Edberto Oscar Acevedo, Jorge Comadrán Ruiz, Pedro Santos Martínez, Benigno Martínez Vásquez, Diego F. Pró,…y tantos más… que interpelan la banda ancha de mi ignorancia… Sumar: Ducmelic, Azzoni, Canals Frau, Draghi Lucero, E. Correas. Estos hombres y mujeres han nutrido mi alma con sus libros y sus obras. De varios de ellos he sido alumno en la Universidad de Mendoza y en Filosofía y Letras, Y de casi todos: lector voraz… En Enrique hago el homenaje a todos…
Lo que más me impresionó siempre es lo que yo llamaría la coherencia interna en el Dr. Díaz Araujo, su fidelidad a sí mismo. Está presente en todos sus libros. Siempre dejó la impresión cierta de no dejarse nada, no guardarse nada para sí, en un formidable intento de de-velar su pensamiento íntimo labrado con rigor lógico apuntando a lo esencial, en una época, como dice Guitton, que se olvida lo esencial. Ray Bradbury le hace decir a uno de los protagonistas de Fahrenheit 451 que siempre detrás de cada libro hay un hombre… Pues bien siempre detrás de cada libro suyo está Díaz Araujo entero, íntegro, sin dobleces o “eufemismos”. Es de la clase de escritores que se sabe lo que piensa y se polemiza con él desde el primer instante. Sus obras han sido siempre para mí, una invitación a pensar. Por otra parte, perteneció por derecho propio, labrado día a día, a esa “Argentina invisible” que acuñara Eduardo Mallea, el gran novelista a quien escuchó, en silencio, en conversación animosa con su amigo y maestro, Julio Irazusta, como me evocó más de una vez. ¿”Qué podía hacer yo, sino simplemente escuchar?”, me decía con una sonrisa amplia, imborrable… Pasión argentina sobre todo.
Cuando yo llevaba en mi alma lo que sería mi libro sobre la disolución de la URSS y la evaporación del marxismo leninismo en tiempos de Gorbachov, que luego publicó la Universidad de Mendoza, cómo no recordar esos diálogos, que me mostraban otros horizontes, otras formas de ver un problema histórico, religioso, ideológico, humano, advirtiendo las riquezas de matices que solo la cultura humana integral puede aportar, y es la que tenía Enrique. Me ayudó a ver desde otros miradores, me sugirió nuevas sendas para avisorar más lejos. Y, por último, me entusiasmó con un trabajo –escribir un libro- en el cual, en el fondo siempre está el hombre, solo, frente a sí mismo. Pero, ¿es posible medir o pagar el entusiasmo, la proverbial generosidad de su tiempo y de su saber, que el viejo maestro daba a su nuevo amigo? Es una deuda imposible de cancelar. Y es la raíz más profunda de este mi sencillo homenaje a Enrique Díaz Araujo.
*El autor es de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza.