El ministro de Educación de la Nación, Nicolás Trotta, afirmó que debatir sobre la esencialidad de la educación es “una discusión falaz”. No ha quedado claro, en virtud de esa rara costumbre de nuestros funcionarios de hablar en ocasiones sin pensar, si la falacia estriba en discutir lo que es naturalmente esencial o si resulta falaz pretenderlo. Como sea, se trata de una versión más de la antigua costumbre de sumergirnos en debates innecesarios, maniqueos y siempre inconclusos, que no suelen conducir a ninguna medida concreta.
La lista es casi inabarcable, jalonada por hitos como el propuesto por el secretario de Derechos Humanos de la Nación, Horacio Pietragalla, al afirmar que en Formosa no hay campos de concentración ni se cometen delitos de lesa humanidad, un argumento de tal rusticidad que ratifica lo ya sabido: nadie está obligado a demostrar competencia alguna para ocupar un cargo público; basta un poco de empatía ideológica y no mucho más.
Aunque en este caso pueda apreciarse también hasta qué punto muchos de entre nosotros están atrapados en el pasado. Y estas, nuestras falaces discusiones, contribuye a que sigamos concentrados en el espejo retrovisor e incapacitados para ver nada adelante, sin futuro.
Todavía no hemos logrado convencernos, por caso, de que la emisión monetaria descontrolada genera inflación ni de que el gasto público desbordado alimenta ese círculo infernal como en una suerte de eterno retorno. Mucho menos de que la utopía de “vivir con lo nuestro”, desvinculados del mundo, lleva siempre a la liquidación de nuestros activos y a la consolidación de un sistema parasitario, alimentado por el gasto público y por la emisión. O de que los subsidios sin orden ni concierto destruyen empleo.
Como si ello no alcanzara, llevamos 75 años discutiendo si queremos formar parte del mundo capitalista, como si a dicho mundo le interesaran nuestras discusiones “de peluquería” –lo dijo una expresidenta, Cristina Fernández– y tuviera tiempo para esperar a que resolvamos nuestros problemas de identidad a fin de asumirnos como latinoamericanistas, europeístas, pro orientales o pro norteamericanos. Es el país jardín de infantes al que alguna vez aludió María Elena Walsh, aquella poeta y compositora que al escribir para niños nos hablaba a todos.
Queda, para el récord, la más falaz de nuestras discusiones falaces: debatir si lo de Venezuela es una dictadura, casi una humorada si se hiciera caso omiso de los miles de seres humanos perseguidos, encarcelados, hundidos en la miseria o que debieron emigrar como consecuencia del accionar del régimen de Nicolás Maduro. Y, para volver al principio, todavía faltan precisiones sobre la vuelta a las aulas, tras un año fatal para la educación argentina, mientras tratamos infructuosamente de convencernos de que ella es esencial. Lo que configura una discusión falaz, según el ministro del ramo.