“Por un lado, decimos que el productor agrícola tiene que transformarse en un empresario agrícola. Por el otro, menos mal que no se transforma en un empresario agrícola, porque sino (con hechos como la helada) cierra la persiana y se va”. Esa frase, dicha hace pocas semanas por un dirigente vitivinícola en una reunión con varios periodistas, puede ser un puntapié para analizar el comienzo de 2023.
Sin querer marcar una diferencia entre productores y empresarios, es cierto que al productor se le pide cada vez más mejorar su rendimiento de kilos por hectárea, el uso del agua, la eficiencia energética... y la lista sigue. Este cambio de mentalidad, por decirlo de alguna forma, implica pensar más como un empresario que mide ingresos y costos en un proyecto ordenado a largo plazo, en general con cálculos realizados antes de siquiera pisar el suelo. El temor implícito es que quien no lo haga pasará a integrar la fila de hectáreas abandonadas en Mendoza.
Más allá de eso, hay un factor que no se puede perder de vista. A las más de 51.000 hectáreas que, se estima, perdieron el 100% de su producción por las heladas (20.884 ha de frutales y 30.921 ha de vid) se suman problemas de falta de rentabilidad, inseguridad rural, brecha cambiaria y aumento de insumos, más una incertidumbre económica general.
Ese factor al que me refiero, esa esencia, es aquello que (para sorpresa de quienes están fuera del sector) hace que -a pesar de los problemas- después de cada caída los productores intenten levantarse, duplicando esfuerzos a la espera de una nueva cosecha. Muchos empresarios cerrarían sus negocios, pero los productores buscan salir adelante, porque su tierra y sus cultivos son más que un valor económico, son el fruto de su trabajo.
Tampoco quiero sonar iluso: en algunos casos la remontada es posible y, en otros, no basta solo con el esfuerzo. Ahí juega como punto clave no solo levantarse, sino hacerlo mejor. Como me dijo cierta vez un productor, los desastres climáticos son terribles, pero a la vez dan la oportunidad de renovarse. Para esto también es necesario el trabajo en conjunto entre los propios agricultores y con el Estado, en sus distintos niveles.
Ojalá, entonces, que este 2023 sea un año donde los productores puedan mejorar como empresarios agrícolas, pero sin perder su propia esencia.