Pasó la Pascua. Pasó 2020. Pasaron el estupor y el desconcierto de sabernos en medio de una pandemia del mundo mundial. Nuestro lenguaje se llenó de terminología de punta: asintomáticos, inmunidad, antígeno, cepa, fase, webinar, lockdown.
Nos invadieron un ejército de expertos de las ciencias. Hicimos, desde el aislamiento de nuestros hogares, un curso acelerado de medicina. Los infectólogos treparon en el ránking de profesiones más buscadas mientras los jugadores de fútbol pasaron al lado oscuro de la luna donde nadie los ve, al igual que las estrellas de televisión y los famosos. Ahora las vedettes (término para denotar estrellazgo) son los periodistas. Las noticias, aplanadas por el monotema del virus, son el pan nuestro de cada día. Seguimos el minuto a minuto de las mutaciones del agente 19 y sus aventuras por el planeta. Que si hizo escala en Londres, que si viene de la sabana africana o recaló en las playas de Brasil y quedó varado en un micro popular.
El lenguaje, al igual que nuestras certezas, fue arrasado en las orillas de 2020 y sumió al mundo entero en un descalabro semántico. Las cepas, ahora, no refieren al tipo de uva que le da su particular aroma y textura a un vino en el paladar. Los rebaños ya no pastan en los montes ni en los campos. Las manos ya no son fuente de caricias y sólo se estrechan entre contactos estrechos que se mueven en cercanía dentro de sus burbujas. La boca, antes objeto de deseo, es un megáfono virulento que escupe partículas indeseadas y desparrama el mal. “Aparta de mí tu boca”, debería cantar Rada hoy a su muchacha, y rogarle que no ponga su mano en ningún lado porque ya no moriría de placer sino de muerte.
Las fases y las fosas forman un solo corazón. Lo que siempre fue invisible a los ojos ahora es visible y grotesco bajo la manipulación política y el abuso de poder. Se nos impone taparnos la boca y marchar de manera obediente a la cucha porque el monstruo acecha. El miedo es un bolígrafo voraz que va reescribiendo los acontecimientos a su antojo. Pasa de mano en mano, untado de alcohol en gel, para decretar que estamos en peligro de extinción y que cualquier otro que no sea yo, es mi enemigo.
¿En qué nuevas orillas nos depositará esta Némesis? ¿Tendremos que dejar que las cosas sigan el curso fijado por los mandatarios a riesgo de toparnos con la punta helada de otra realidad que no es la que se relata? Ya vimos cómo las historias se repiten ad infinitum. Fuimos testigos de los que corrieron desesperados a salvarse cubriéndose el pinchazo y de los que temerariamente ostentaron el brazo en alto como estandarte de inmunidad. Se hizo un gran silencio en el mar de la ignorancia, mejor no saber. Mejor creerse el cuento deformado. Mejor subirse primero a los botes y que a los demás los salve la providencia. La historia sin fin.
Pero siempre quedan exponentes de coraje en medio de la turba asustada. Los que eligen otro cantar. Los que recuerdan que salvarse solos y a escondidas, es de roedores. Que estamos hechos de algo más que de un tubo digestivo y unos orificios que excretan desechos. Que la bajeza es humana pero que la humanidad se ha puesto de pie infinitas veces.
¿Por qué habría de ser diferente esta vez? Que las manos están hechas para tenderse y extenderse. Que las pruebas y los desafíos son parte de este viaje que nos presenta la vida y que vivir temiéndole a todo, no es vivir.
Que sobrevivir es asunto de todos y no de las minorías. Porque como es arriba es abajo y como es enfrente es aquí. No lo digo yo. Es una ley primera. Como la que recitaba nuestro Martín Fierro y que debería seguir tan vigente como el vino. Porque la vida y la muerte son sintomáticas y constitutivas de nuestra condición. Y si el asintomático no siente nada, corre el riesgo de perder, no sólo el olfato, sino la sensibilidad. Eso no tiene retorno. Que tornarse una persona humana y compasiva debería encabezar todos los decretos. Que decretarse superior y merecedor de privilegios pasó de moda.
¡Cómo caer bajo los hechizos de promesas vanas y certezas inexistentes! Porque ¿qué hay más de cierto que la incerteza? Porque la muerte es parte de la misma suerte que todos, sin excepción, correremos tarde o temprano.
Mi deseo, hasta que ese día llegue, es que el coraje, que se ha tornado un bien escaso, se vuelva exponencial.
*La autora es Escritora.