No hace falta explicar por qué la política está devaluada, los datos sobran sobre la situación económica, los casos de corrupción también y otra infinidad de problemas que tenemos. El sistema democrático en Argentina llega a los 40 años ininterrumpidos con miles de defectos y una de las mejores definiciones referidas a las expectativas no cumplidas en estas cuatro décadas pueden ser bien resumida con la frase del ensayista Alejandro Katz quien considera que en nuestro país, hasta ahora, el logro de la democracia ha sido la “ausencia de dictadura”, no es poco, pero sabemos que no alcanza.
Pero tenemos un desafío mayor en estos tiempos, de angustia, frustración y bronca, y es evitar negar a la política como herramienta de cambio. Es difícil pensarlo así cuando ya estamos exhaustos de poner el cuerpo y recortar expectativas. Entiendo que hemos llegado a esta situación, en buena parte por la dirigencia política. Pero también hay empresarios, sindicatos, la sociedad y otras instituciones que también tienen que ver con el desastre que vivimos y el enojo de la gente para con la política.
Es claro que no podemos dejar sólo en manos de los políticos esa tarea de desarrollo, porque como dijo De Gaulle, la política es demasiado importante para que esté en manos de los políticos, pero tampoco descartarlos.
Hay muchos políticos y funcionarios de distintos partidos políticos profesionalizados en la función pública, saben cómo desenvolverse, saben qué problemas pueden solucionar, conocen cómo pueden ayudar, su tránsito por el Estado hizo que entendieran muchas cosas y para bien. Aunque nos cueste creerlo, son muy eficientes en sus funciones, ayudan, asesoran, recomiendan, en definitiva, hacen que varias cosas sucedan.
Justo toca que en la transición más complicada de Argentina, puede llegar a la presidencia un dirigente que no pasó por la función pública y que habla y propone varias soluciones simplistas, bien populista.
Justo toca en este momento que Javier Milei diga, aún sabiendo que está mintiendo, que la gente que tiene planes sociales los va a conservar y que luego el mercado los va a absorber porque la economía va a crecer. Buena parte de la gente que recibe un plan social es inempleable, nadie les va a dar trabajo; el problema es más de fondo. Milei olvida, como dijo el filósofo y politólogo Isahia Berlin, que “la libertad de los lobos puede significar la muerte de las ovejas”. Se puede estar en contra de la idea de que a cada necesidad corresponde un derecho, pero tampoco es cierto que el mercado resolverá todas las necesidades.
No estoy defendiendo el estatismo a ultranza y la maraña de regulaciones que impiden exportar y los tremendos problemas que estamos padeciendo por un exceso de demandas hacia el Estado.
La cultura Milei impone y grita, habla con superioridad moral. El manejo de un país excede el acting de un panelista en un programa de televisión. No se sale de una crisis de esa forma. La crisis de representación no se resuelve sin más política. Se suele comparar a Milei con Donald Trump y Jair Bolsonaro, más allá de las diferencias de origen, el economista es el más outsider de todos. Pero ni Trump ni Bolsonaro lograron seguir en el gobierno, con lo cual, buena parte de los estadounidenses y brasileños que fueron por un cambio votando a esos referentes, no quedaron conformes con sus gestiones. Perdieron cuatro años.
Mucho millennial, y no tanto, que vota a Milei, debería interiorizarse de lo que sucedió durante la década del ‘90, no creo que lo encuentren en Tik Tok, cuando funcionó un modelo bastante parecido al que propone el economista. Mendoza perdió más de 1.400 empresas industriales y bajó 24% los empleos de ese sector según el Censo Económico del 2003. Es que convenía importar los productos que aquí se producían porque salían más baratos en el exterior. La desocupación llegó casi al 20%. También se modernizó el país en varios rubros y la pobreza, medida por ingreso, fue una de las más bajas en 40 años. Con dolarización se acaba el desarrollo turístico de Mendoza, a los extranjeros les convendrá ir a otro lado.
La política
Pueden pensar que soy ingenuo, en este diario publicamos muchas notas y columnas sobre los desaguisados de los políticos. Todos estamos cansados de vivir peor. A pesar de todo, todavía hay mucha gente que va y vota, a pesar de todo lo hicieron 17 millones de personas, todos esos tienen algún interés en que la política siga y mejore, su esperanza sigue estando ahí, no los desaprovechen y tengan más contacto con las necesidades reales de la gente. Vivan más austeramente, salgan con el mismo patrimonio cuando dejen la función pública ustedes, sus amigos y familiares.
Hay encuestas que marcan a Juan Schiaretti como el candidato más serio, pero el más votado es Milei, hasta que no resolvamos estas tensiones como sociedad puede pasar cualquier cosa. ¿Cuál de los 5 candidatos tendrá más capacidad para desactivar la bomba? ¿Quién sabrá qué cable y cómo desconectarlo primero? También el compromiso cívico sigue siendo bajo y la política debe habilitar más canales de participación y transparencia.
Pasadas las PASO, el filósofo y politólogo Daniel Innerarity, consultado en todo el mundo, recomendó que los argentinos lean su libro La política en tiempos de indignación editado en 2015, lo he citado en otras columnas. Aquí comparto tres párrafos:
“Los que rechazan la política lo hacen con una lógica que no es la de ciudadanos responsables sino más bien la de observadores externos o clientes enfurecidos que termina destruyendo las condiciones en las cuales puede desarrollarse una vida verdaderamente política. La crisis económica hizo visibles los graves defectos de nuestros sistemas políticos y más insoportables por las injusticias que causaba, vivimos en tiempos de indignación. Pero nuestra indignación puede llevarnos a conclusiones que representan lo contrario de aquello que queremos defender. Como advierte José Andrés Torres Mora, puede que estemos haciendo un diagnóstico equivocado de la situación, como si el origen de nuestros males fuera el poder de la política y no de su debilidad”.
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“¿Tiene sentido mantener al mismo tiempo ciertas críticas hacia nuestros representantes políticos y exhibir la inocencia de los representados? Hay una contradicción en el hecho de pretender que nuestros representantes sean como nosotros y, al mismo tiempo, esperar de ellos cualidades de élite. Es imposible que unas élites tan incompetentes hayan surgido de una sociedad que, por lo visto, sabe perfectamente lo que debería hacerse”
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“Hay algo peor que la mala política, sí su ausencia. Influir, observar y exigir responsabilidades no es lo mismo que tener que decidir. La política es una ocupación inconcreta para la que se necesita capacidad de juicio, visión de conjunto, prudencia, intuición, sentido del tiempo y la oportunidad, capacidad de comunicación, disposición a tomar decisiones para las que no hay una certeza completa. Quien se dedica a ella debe incluso aceptar una cierta superficialidad que le permita hacerse una idea general de las cosas, una visión que echaría a perder si se detuviera demasiado en los detalles. No puede ser un aficionado ni un especialista. Aquí radica buena parte de los motivos del escaso aprecio que se tiene a los políticos: respetamos más a los especialistas que a los generalistas; los primeros se protegen mejor de la crítica que los segundos. Los administradores de la objetividad, quienes desearían que la política fuera una ciencia exacta, tienen muchas dificultades a la hora de entender para qué sirve porque se hacen cargo de que la política, más que gestionar objetividades, tiene que ver con la ponderación del significado social de las decisiones, de su oportunidad en contextos determinados, del modo como afectan a las personas”.
Entiendo que son imperdibles aportes para reflexionar antes de votar.