La segunda vuelta de la elección presidencial en Costa Rica confirmó la crisis de los sistemas de partidos, que es un fenómeno político global con manifestaciones crecientes en la región. Un candidato populista contrario a la política tradicional, Rodrigo Cháves, acusado de acoso sexual como funcionario del Banco Mundial, ganó con el 52,8% de los votos. Se impuso sobre José María Figueres, un ex presidente de extracción socialdemócrata, que tuvo que dejar el país por causas de corrupción, quien obtuvo el 47,6%. En la primera vuelta, el candidato ahora derrotado había obtenido 10 puntos más que el ganador. La abstención fue muy alta, llegando al 47% de los votantes. Costa Rica, junto con Uruguay, está considerado uno de los dos países con mejor institucionalidad de la región. El resultado electoral genera dudas hacia el futuro sobre si eso se mantendrá así. Cháves fue ministro por un breve tiempo del presidente saliente, Carlos Alvarado, cuya fuerza política, Partido de Acción Ciudadana (PAC) obtuvo sólo el 1% de los votos y ningún legislador. El resultado muestra que subyace en la sociedad costarricense un fuerte malestar con la política tradicional, producto del estancamiento económico, en parte generado por la pandemia.
Respecto a la elección presidencial colombiana del próximo 29 de mayo, se confirma también la crisis de la estructura política tradicional. En este caso, liberales y conservadores mantuvieron su predominio en la política, que hundía sus raíces en el siglo XIX y que compartió el poder en el último medio siglo. Una coalición progresista amplia y compleja sostiene la candidatura de Gustavo Petro, ex guerrillero y ex alcalde de Bogotá, quien en los últimos meses moderó su discurso. La centroderecha, que se desarticuló como fuerza política desde comienzos del siglo XXI con la irrupción de Álvaro Uribe, y que se encontraba muy dividida frente a esta elección, se unificó finalmente -en su electorado, pero no en su estructura- detrás de la candidatura de Federico Gutiérrez. Acercándose la elección, la polarización electoral entre centroizquierda y centroderecha lo favoreció. Hasta un mes atrás, Petro se imponía por un alto margen en primera vuelta; hoy, si bien mantiene todavía una diferencia de más de 10 puntos respecto a Gutiérrez, deberá competir en la segunda vuelta. Lo probable es que finalmente gane Petro, pero sería con una ventaja más reducida de la que tenía semanas atrás. El actual presidente, Iván Duque, termina su mandato con un nivel de aprobación muy bajo. Los efectos económicos de la pandemia es una de las causas de ello. La segunda vuelta tendrá lugar el 19 de junio.
Pero la elección presidencial más relevante de la región es la de Brasil, cuya primera vuelta es el 2 de octubre y la segunda el 30 del mismo mes. Desde mediados de 2021, las encuestas mostraban una intención de voto muy favorable hacia el expresidente Lula, ganando en primera vuelta con más de 20 puntos de ventaja sobre el actual presidente, Jair Bolsonaro, que va por su reelección. Pero en las últimas semanas esta diferencia se redujo en aproximadamente 10%, abriéndose la posibilidad de una segunda vuelta entre ambos, y en la cual Lula, el candidato del PT, se impondría. Bolsonaro -como sucede con Gutiérrez en Colombia- se va beneficiando con el efecto polarización que genera la proximidad electoral. Como sucede en Colombia, se da este fenómeno de concentración del voto en los dos candidatos con más posibilidades, y que teóricamente debería darse en la segunda vuelta, comienza a darse ya en la primera. Lula ha moderado su discurso y se alió con sectores de la política tradicional, tratando de disminuir los recelos del mundo económico ante su candidatura, lo que en gran medida logra. Los candidatos de centroderecha, como el ex juez Moro -quien condenó y encarceló a Lula por corrupción- y el alcalde de San Pablo, Joao Doria, han visto disminuir su intención de voto en beneficio de Bolsonaro, quien poniendo en marcha políticas sociales de carácter populista, recupera apoyo en los sectores de menores ingresos. Bolsonaro, afiliado ahora a un partido tradicional (Partido Liberal) repite su fórmula de alianza: evangélicos y militares.
Pero simultáneamente a que se desarrolla el proceso electoral en la región, con un giro hacia el centroizquierda, se agudizan los problemas de gobernabilidad. Presidentes sin el apoyo de estructuras partidarias sólidas y que no cuentan con un sustento suficiente en el Parlamento, tienen crecientes dificultades para gobernar. Un ejemplo claro de ello es el presidente Pedro Castillo en Perú. Al cumplir siete meses en el gobierno, enfrentó su primer proceso de destitución en el Congreso. Logró sortearlo con éxito, aunque todos esperan nuevos intentos para desplazarlo. Pero al comenzar el mes de abril, enfrenta crecientes protestas sociales en el interior del país, que se extendieron a la capital y acentúan el riesgo de gobernabilidad. El alza en los precios de combustibles, peajes, alimentos e insumos para el agro, desencadenó las protestas en diversas regiones del país. Bloqueo de rutas, saqueos a comercios y enfrentamientos entre manifestantes y policías, han puesto al gobierno de Castillo en una situación difícil y frágil. El propio primer ministro de Castillo, Aníbal Torres reconoció públicamente que no podía descartarse que el Presidente debiera dejar el poder.
Un llamado de atención para los gobiernos de la región.
*El autor es Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.