No podría ser más nítida. La diferencia entre dos transiciones políticas, entre un gobierno que sale y uno que comienza, es evidente si se compara la transición actual con la última que vivió el país.
En 2019, el defectuoso sistema de primarias abiertas puso a la sociedad en un escenario de balotaje anticipado, tres meses antes de la entrega del poder. Las dos principales coaliciones fueron con candidato único, sin competencia interna para las Paso. La diferencia de votos fue tan amplia a favor de la oposición que desde entonces se dio por seguro el cambio de gobierno. El principal inconveniente de la transición era el tiempo excesivo para el traspaso de mando.
Esta vez el problema es exactamente el opuesto. Más que una negociación sobre el presente, esta transición es una toma de posición para transacciones o intransigencias que se darán en el futuro. Para más vértigo: en un futuro inminente.
Del balotaje salieron dos bloques políticos diferenciados por una brecha electoral considerable. El bloque ganador obtuvo más de 11 puntos de ventaja. Javier Milei, el político frágil, proveniente de una estructura en formación y de un acuerdo de emergencia para el balotaje, sigue siéndolo por esos motivos. Pero cargado de una legitimidad de origen provista por una cantidad de votos inesperada. De una contundente amplitud territorial, socialmente transversal, e ideológicamente devastadora para la narrativa de un peronismo siempre mayoritario, cuando no hegemónico.
Los dos bloques, el del 55% y el del 44%, todavía tienen cierto halo de consistencia porque el balotaje fue hace una semana. Lo más probable es que comiencen a perder algo de esa solidez a medida que los actores políticos que se sumaron en cada lado vayan recuperando algunos grados de autonomía. La cuestión es detectar en qué nueva posición lo hacen; en qué medida eligen sobresalir o replegarse, colaborar u obstruir; y qué grado de capilaridad pueden llegar a explorar en el subsuelo los vencedores y los vencidos.
Javier Milei encabeza como presidente electo el bloque del 55%. Un conglomerado heterogéneo donde el componente ideológico más duro es un porcentaje significativamente menor al 30% de votantes propios que Milei consolidó entre las Paso y la primera vuelta. Luego sumó un 25% de votos provenientes de otras fuerzas. Un voto que eligió la candidatura de Milei para castigar al gobierno.
Contrarreloj
Esa multiplicidad aluvional es la que se ha estado manifestando en las horas febriles que Milei enfrenta para armar su equipo de gobierno. Horas en las que tiene que resolver -sin tiempo y con riguroso pragmatismo- qué prioridades marca en su agenda. Cómo elige o descarta opciones que le acercan: de políticas y de nombres para ejecutar políticas.
Menos por su formación como economista que por la realidad volcánica que tiene que enfrentar en sólo dos semanas, Milei le impuso al bloque del 55% una agenda realista: la prioridad es la economía. Más precisamente, el colapso por insolvencia de la economía. “No hay plata”, ha sido su definición política más terminante. Comprensible hasta para el más desinformado, coherente con su narrativa de campaña, responsiva para la expectativa de sus votantes y predictiva de lo que vendrá.
Pero la articulación de medidas para enfrentar ese abismo ha mostrado un Milei menos dogmático y más práctico de lo que se podía prever. Los significantes que logró imponer como consignas durante el año electoral (dolarización, motosierra, casta) enfrentan ahora su momento operativo. Los teóricos de una dolarización drásticamente hiperinflacionaria -como Emilio Ocampo o Carlos Rodríguez- han sido desplazados por un cuerpo ejecutivo de bomberos -Luis Caputo, Demián Reidel, Osvaldo Giordano- elegido para sofocar el incendio inflacionario y conseguir primero alguna precaria estabilidad, al menor costo social posible.
Algunas definiciones relevantes ya están apareciendo en la superficie: la búsqueda de equilibrio financiero desde el primer minuto de gestión; el mantenimiento inicial del cepo cambiario; la decisión de no provocar eventos disruptivos de resultado incierto, como confiscaciones de depósitos o reperfilamientos de deuda compulsivos.
El giro pragmático de Milei tiene el respaldo de actores externos a su formación política original. Mauricio Macri y Patricia Bullrich lo están ayudando para que comience su mandato de la mejor manera posible, dado el enorme desafío que tiene: convertir su contundente caudal de votos en herramientas eficientes para la gobernabilidad.
En un plano diferente también está aportando Juan Schiaretti. El gobernador de Córdoba tiende a ser más cauteloso -no menos efectivo- en sus movimientos para respaldar una gobernanza imprescindible para el país. Es curioso que desde algunos sectores marginales del peronismo se le critique esa actitud, cuando el eje de campaña del oficialismo hasta el domingo pasado era apelar a la urgencia de un gobierno de salvación nacional.
Estos movimientos tienen su correlato en espejo en el bloque del 44%. Cristina Kirchner probablemente esperaba el triunfo de un Milei más débil y una estrategia de Macri menos audaz. Suspendió su viaje a Italia, admitió una reunión con Victoria Villarruel por la transición en el Senado. La derrota de su relato fue contundente y en toda la línea. Milei ganó con el voto mayoritario de los argentinos más pobres y en los distritos más pobres.
A los 70 años de edad, la vicepresidenta comienza despedirse definitivamente de aquella idea hegemónica que enunció el 27 de febrero de 2012: “Vamos por todo”. Su declive es tan ostensible que el único mérito que anda reivindicando Alberto Fernández en su última despedida es haber terminado su mandato enfrentado con ella. Sergio Massa entró en un cono de silencio tras la derrota, confiado en la brevedad de la transición.
Un sector del bloque de los 44 -el de los sindicatos, organizaciones piqueteras y otros colectivos prebendarios acechados por el ataque al déficit fiscal- pasó de manera virulenta de la defensa irrestricta del sistema democrático, el domingo pasado, al anuncio de una resistencia destituyente el lunes posterior.
Por ahora, cada amenaza que blanden refuerza la posición de Milei.