Perón siempre consideró a la guerrilla peronista como las formaciones especiales del movimiento, sus partisanos para tiempos de guerra. Ellos, en cambio, se creían un nuevo ejército que venía a reemplazar al existente.
Para los Montoneros, Perón era el punto de partida pero no el de llegada. De él valía la relación que tenía con el pueblo pero no su doctrina. De él valían algunas de sus reformas, pero en el fondo lo creían un burgués más, que jamás llegaría a ser Fidel.
El General, por su lado no quería otro ejército, quería que los militares volvieran a los cuarteles y que los guerrilleros depusieran las armas.
Ante esa disyuntiva, Perón eligió a Héctor Cámpora como su candidato presidencial en el momento crucial en que se debía obligar a los militares a entregar el poder. No lo iba a hacer contemporizando como quería Lanusse a través de un pacto, sino atacando hasta el último momento por si daban marcha atrás, luego de 17 años de intolerancia y golpismo.
Cámpora fue el nexo involuntario entre dos Perón: el que aceptó la guerra revolucionaria hasta el día antes de ganar las elecciones, pero que al día siguiente quería la democracia integral donde todo hecho de violencia considerado heroico mientras estaba la dictadura, pasaba a ser un acto de delincuencia o subversivo. Por eso los Montoneros sabían que luego de las elecciones a quien había que enfrentar era a Perón, pero no esperaban que él se les adelantase. Y en esa batalla Cámpora fue un hombre al cual el drama de la historia entrampó entre dos fuerzas destinadas al choque fatal. No supo entender lo que estaba pasando, pero aunque lo hubiera entendido, nada podría haber impedido su caída, como en las tragedias griegas. El papel que asumió lo superaba.
Desde el día que ganó puso su presidencia al servicio de Perón, quería seguir siendo lo que todos le reconocían: el más leal de los leales. Pero hete aquí que el más leal devino el máximo traidor. Perón lo único que quería de Cámpora presidente es que se encargara de que los partisanos depusieran las armas. Pero a esa altura Perón les había hecho crecer unas alas tan grandes que ni siquiera su retorno las podría cortar. Por lo tanto Cámpora estaba condenado.
Al verle cara de enojo a Perón le decía, “General dígame qué hacer”, a lo cual Perón le respondía, “ah, no sé, el presidente es usted”. Y ya ni lo atendía. “Pero General, si quiere renuncio”, suplicaba el tío Cámpora pero Perón no contestaba, hasta que lo humilló diciéndole que si quería renunciar lo hiciera ante López Rega.
Lo cierto es que Cámpora cargó con todas las culpas de esos 45 días de caos. Y entonces devino enemigo de Perón e ídolo de la juventud a la que el General echó junto a él, y que luego de décadas, sus herederos honrarían llamándose camporistas, reivindicando una supuesta primavera que Perón vino a finiquitar. Pero como sea, Cámpora no fue un héroe, sino sólo la víctima de una historia que lo sobrepasó, que el pobre presidente delegado nunca comprendió del todo.
¿Es lo mismo Cámpora que Alberto Fernández? En absoluto, la historia jamás se repite igual. Pero también hay similitudes que no está de más recordar, justo cuando Alberto depone todas sus ideas ante Cristina.
En el plazo de un año, Alberto renegó de todas las ideas que sostuvo cuando estuvo enfrentado con Cristina. Lo último que le quedaba era admitir que Nisman se suicidó y acaba de admitirlo. En cambio, Cristina no se arrepintió de absolutamente nada. Acá no hubo un consenso entre dos seres que se reencontraron admitiendo culpas mutuas por haberse peleado, sino la total sumisión de uno a otra.
Ya no le queda al presidente nada de qué arrepentirse, solo le resta la liberación de los presos y la absolución definitiva de Cristina. Pero no tiene con qué hacerlo, porque en un año Cristina se encargó de sacarle casi todo el poco poder con el que lo hizo su delegado. Así como Cámpora no pudo calmar a la juventud revolucionaria, Alberto no podrá acabar con los jueces, políticos y periodistas que Cristina odia y le exige arrasar con ellos, por lo que inevitablemente ella lo terminará odiando también a él, como Perón terminó odiando a Cámpora.
Alberto se humilla a más no poder, pero Cristina no responde, como Perón no le respondía a Cámpora. Cristina no cree en ningún acuerdo con el enemigo pero como sabe que Alberto sí, le dice que lo intente, mas bajo su total responsabilidad, aclarando que ella no está de acuerdo pero que el presidente es él y que haga lo que él quiera. Si no lo hace estará condenado por no hacerlo, si lo hace lo condenará por hacerlo. Está perdido en ambos casos, igual que Cámpora.
El tío Cámpora y el tío Alberto cumplieron el papel de delegados de alguien que por diversas razones quería pero no podía acceder a la presidencia. Cámpora fue el delegado de Perón ante la juventud, Alberto el delegado de Cristina ante la justicia.
A Alberto le ofrecieron la presidencia, no la pidió él, igual que Cámpora, pero él creyó que lo convocaban por ser el moderado que Cristina necesitaba para equilibrar. Eso puede haber sido cierto para sumar votos pero no para gobernar. Apenas asumió el nuevo gobierno, Cristina cambió de estrategia, ya no quería un moderado sino un exterminador de jueces, de igual modo que Perón no quería a un hombre que intermediara con la juventud, sino que la disciplinara.
Pero a diferencia del General, que allí nomás hizo renunciar a Cámpora y asumió él, Cristina no puede hacer lo mismo, al menos por ahora. Es el único motivo por el cual lo retiene, aunque ella cree que Alberto es un inútil. Y él, como Cámpora, no cesa de pedirle disculpas, con resistencias módicas como decir que ella o su esposo no son Perón (afrenta que Cristina jamás olvidará porque siempre se creyó más que Perón y cuando menos un equivalente de Evita) o sacarse fotos con ministros cuestionados. Totalmente a la defensiva frente a quien lo ataca a lo “vamos por todo”.
Cámpora debió cumplir el papel de representar a los Montoneros, por eso al día siguiente de ganar quedó desactualizado para lo que quería Perón a partir de ese entonces que era deshacerse de la guerrilla. Alberto fue elegido para convocar a todos los peronistas que no solo Cristina no podía convocar, sino que tampoco quería convocar ella por sí sola, porque los ve como los que deben desaparecer políticamente y ser reemplazados por los amigos de su hijo. Alberto creyó que podría seguir al día siguiente de ganar cumpliendo un papel similar al del día antes. Como Cámpora. Pero Cristina ya no lo necesitaba más para eso porque lo que quería de los “moderados” que convocó Alberto es solo que la ayudaran a ganar. Pero no darles poder alguno. Tiene la ventaja de que el peronismo no K solo se conforma con un lugar bajo el sol, pero no quiere cambiar nada. Esos peronistas no tienen ganas de pelear ni ideas con las cuales pelear. Sólo quieren subsistir. Algo parecido a lo quiere Alberto. En cambio, ella quiere cambiarlo todo.
Alberto solo es su abogado y desde la presidencia debe seguir siéndolo; ella lo puso allí para que cumpliera un encargo jurídico, no para que se creyera otra cosa. Por eso lo odia cada vez que se cree otra cosa. Como Cámpora es un personaje atrapado en la tragedia de la historia; no puede ser él pero si deja de serlo enteramente no será nada, que es lo que quiere Cristina que lo enfrenta a un imposible a fin de terminar reinando sola ella, cubriendo de a poco todo el Estado con su gente más fiel.
Alberto a veces debe acordarse de Cámpora; tal vez aún sueñe con dar vuelta el destino trágico al que lo conducen las fuerzas de la historia conducidas por la que se cree fiel representante de ellas. O al menos ponerle un parate a ese final camporista al que lo llevan (camporista en el sentido del tío Cámpora, no de los camporistas K). Pero lo cierto es que hoy está un año más débil que cuando asumió, para poder siquiera intentarlo.