El sismo de 1985 y el hallazgo del santuario de altura del Aconcagua

La circunstancia del rescate del fardo funerario con la momia del niño incaico producido simultáneamente al sismo del 26 de enero de 1985 hizo que algunas personas asociaran el temblor con aquel hecho. Se tejieron todo tipo de hipótesis. Incluso años después se atribuyó la ausencia de nevadas al traslado de la momia.

El sismo de 1985 y el hallazgo del santuario de altura del Aconcagua
1985, cuando hallaron a la momia del niño inca en el Aconcagua. Foto archivo de diario Los Andes.

El 26 de enero de 1985 fue un día histórico para los mendocinos. La tranquilidad provinciana se interrumpió bruscamente. Un sismo de una magnitud de 5,7 Ml (Richter) y VIII (Mercali modificada) azotó a Mendoza. Según el informe del Instituto Nacional de Prevención Sísmica: “Godoy Cruz, el departamento más próximo al epicentro sufrió los mayores daños. Hubo graves daños en algunas viviendas de adobe”. Las zonas más afectadas fueron Villa Marini y Villa Hipódromo. El epicentro fue determinado a 15 km al sudoeste de la capital provincial, siendo de una profundidad menor a los 15 km, calificado como casi superficial.

La foto del edificio antiguo del Hospital El Carmen en ruinas se convirtió en la emblemática imagen del histórico terremoto. El nosocomio debió evacuarse y los internados fueron derivados a otros hospitales. Fallecieron tres menores a causa de derrumbes y tres mayores por dificultades cardíacas derivadas del pánico. Los daños más graves se produjeron en construcciones de adobe, mampostería de ladrillo muy antiguas y en construcciones mixtas.

Centenares de familias quedaron en minutos sin hogar. Un apagón general en el Gran Mendoza aumentó la desorientación de la población en medio de la oscuridad. La atención a los heridos y la falta de alimento, vestimenta y techo para los damnificados fueron las dificultades urgentes a resolver. Se formó una comisión de emergencia dirigida por funcionarios provinciales que recibió el apoyo del presidente Raúl Alfonsín, como así también de gobiernos de otras regiones del país y del extranjero.

Paralelamente, el 26 de enero de 1985, el profesor emérito de la Universidad Nacional de Cuyo, doctor Juan Schöbinger, se encontraba en las inmediaciones del cerro Aconcagua con la finalidad de bajar un fardo funerario ubicado en un santuario de altura incaico que había sido hallado casualmente por un grupo del Club Andinista de Mendoza. El citado investigador escribió: “Mientras dormitábamos, pasada la medianoche, sentimos un vaivén, indicio de un fuerte temblor de tierra. Pensando en que el epicentro se hallaba en Chile o en el Pacífico, no nos preocupamos demasiado (¡Luego nos enteramos que la zona más afectada fue la propia ciudad de Mendoza!)”.

El Aconcagua representa para muchos andinistas no sólo una cumbre física sino también un camino de transformación física, anímica y espiritual. Similar concepción tenía la comunidad que realizó un enterramiento a 5300 metros, hace quinientos años. Ese santuario de altura, preservado por el frío, fue el primero y el único hallado en la segunda montaña más alta del mundo.

La momia del Aconcagua era un niño de unos 7 años, pertenecía a una familia incaica de alta estirpe y tenía una dieta a base de maíz. Su vida se ofrendó como un sacrificio a los dioses. Desde la cosmovisión incaica, la víctima no moría, sino que iniciaba un largo camino. Era un mensajero que iba a establecer un contacto con el mundo divino y así restablecer el orden cósmico sagrado.

A partir del hallazgo se inició una frondosa investigación, en la que participaron más de 30 especialistas y que EDIUNC publicó en 2001 bajo el título “El santuario incaico del cerro Aconcagua”, compilación realizada por Schöbinger.

Los estudios continuaron hasta el presente. “Desde hace décadas la protección y condiciones de conservación del cuerpo son responsabilidad del Incihusa-Conicet” afirma el investigador y doctor J. Roberto Bárcena quien publicó, en la página de ciencia de este diario, una descripción con detalles del hallazgo y de la aplicación de modernos estudios que acercan precisiones sobre la dieta humana y animal.

La circunstancia del rescate del fardo funerario producido simultáneamente al sismo hizo que algunas personas asociaran el temblor con aquel hecho. Se tejieron todo tipo de hipótesis. Incluso años después se atribuyó la ausencia de nevadas al traslado de la momia.

Desde el paradigma incaico desbordes de ríos, erupciones volcánicas y sismos eran mensajes del espíritu de la tierra. El respeto hacia la naturaleza se traducía en esfuerzos por apaciguar su furia, convirtiendo así a la Madre Tierra en objeto de veneración. Para comprender esta cosmovisión es oportuno citar al egiptólogo alemán Eric Hornung: “La religión egipcia vive del hecho de que los dioses existen y penetraba todos los ámbitos de la vida». Esta sentencia es válida para el mundo de otros pueblos como el incaico.

Lo que para la cultura occidental pudo ser una simple coincidencia, para la concepción de los pueblos originarios el terremoto simbolizó la tierra enfurecida. Noemi Jofré, ceremoniante y referente de la comunidad huarpe considera que el sismo de 1985 fue un llamado de atención ante el cambio de espacio del fardo funerario.

“Desde hace unos pocos años nos abrieron la puerta del Cricyt - en referencia al Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales, Conicet - dado que ellos resguardan el material hallado. Estamos trabajando en forma conjunta para construir un santuario de altura, protegido y seguro, en la base del cerro y restituir la ofrenda a ese espacio sagrado que es el Aconcagua”, afirma Noemí.

A lo largo de estos cuarenta años se ha aprendido que la toma de conciencia sobre la prevención sísmica es el camino para hacer frente a este tipo de eventos y para mitigar sus consecuencias. Asimismo, se amplió la mirada sobre las concepciones y prácticas ceremoniales de los pueblos originarios. La expresión “diversidad cultural” está presente en narrativas, conmemoraciones y declaraciones. Quizá sea el tiempo de restituir la momia al cerro Aconcagua como símbolo de unión entre la mente científica-racional y la mítica-intuitiva de los pueblos que habitamos en las cercanías del coloso de América.

* La autora es profesora de historia.

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