El retorno más esperado

Durante décadas, los argentinos esperaron el retorno de Perón. Después muchos anhelaron el retorno del peronismo. En tiempos de Macri, esperaron el retorno de Cristina. Ahora, muchos anhelan el retorno del peronismo, otra vez. El deseo se cumple, pero las esperanzas son sistemáticamente traicionadas. Quizá lo que necesitemos sea pensar en nuestro futuro de una forma que no sea volver. No hay tiempo ni lugar adonde hacerlo.

El regreso de Perón, en 1973.
El regreso de Perón, en 1973.

Una elipsis cinematográfica

El regreso de Perón en 1973 se interpretó desde dos perspectivas diferentes: para muchos era la revancha contra la Libertadora y su larga secuela. Perón volvía a ajustar cuentas a sus enemigos, a terminar la revolución inconclusa. Para otros, Perón retornaba con un ánimo muy diferente: venía a unir a los argentinos, a obrar la gran reconciliación nacional.

En febrero de 1974, poco después de la resonante victoria de la fórmula Perón-Peron y unos meses antes de la muerte del General, se estrenó un largometraje escrito y dirigido por Oscar Barney Finn. Se tituló La balada del regreso: un drama de época con una estructura narrativa inspirada en el wéstern.

En el marco de la llamada “expedición de pacificación” a las provincias, ordenada por el General Mitre después de su extraña victoria en la batalla de Pavón, una partida del ejército de Buenos Aires recorre una región del NOA con la misión de asesinar a los líderes y expropiar las posesiones de la facción derrotada: los federales urquicistas.

Van dejando una estela de muerte, violaciones y saqueos por todo el lugar, hasta que llegan a una hacienda importante, propiedad de un viejo caudillo federal, caído en combate. Su viuda (María Luisa Robledo), una matrona enérgica y de fuertes convicciones políticas, se prepara para resistir a la agresión, acompañada de sus hijos, su servidumbre y sus peones.

En la partida de soldados de Buenos Aires viene el teniente Pablo Arias (Hugo Arana). Se ha ofrecido como voluntario para la expedición: es natural del lugar y conoce bien a los vecinos de la zona. Lo ha impulsado un ánimo justiciero, pero ha presenciado con repugnancia los vejámenes y ultrajes cometidos por sus compañeros. Lo une a Martín (Adrían Ghio), el hijo de la matrona federal, una amistad desde la infancia, que se ha convertido con el tiempo en una fuerte atracción mutua.

El oficial al mando de la tropa (Ernesto Bianco) le encarga a Arias la misión de expropiar la hacienda. Este intenta excusarse, dice que esas personas son los suyos, pero no puede evitar el mandato. Al principio busca mediar con la familia. Para eso cuenta con la amistad de Martín, pero choca con la actitud inflexible de la matrona. Consigue, no obstante, que la dueña reciba en su casa a los soldados de Mitre.

La convivencia entre enemigos da lugar a una serie de episodios cruzados de atracción y repulsión. El oficial al mando se resiste a pensar en términos de pasado o futuro: es un vitalista que solo tiene como referencia el presente y la obligación de dar cumplimiento a las órdenes recibidas. Mientras se posterga el inevitable desenlace, la matrona urde un plan para asesinar a los soldados, que fracasa. Es el prolegómeno al final, que precipita traiciones, fuga, muerte y desesperación.

A pesar de que el relato remite a uno de los episodios preferidos del revisionismo histórico -la brutal eliminación de opositores políticos del Interior por parte del gobierno de Mitre-, los asuntos que se discuten también responden a esa perspectiva historiográfica y está bien definida la distinción entre víctimas y victimarios, la narración no solamente complejiza las relaciones mutuas, sino que también excede la referencia histórica remota.

¿Qué supone el regreso del teniente Arias a los pagos de su infancia y juventud? Aparentemente viene con un objetivo confuso que se sitúa entre vengarse de quienes lo marginaron y lo oprimieron y cooperar en la imposición del nuevo orden de modernidad y progreso. Una vez en el territorio los afectos le juegan una mala pasada, vacila ante el designio que se ha impuesto. Intenta conciliar, mediar entre las partes en conflicto.

Su intervención sólo consigue agravar la crueldad y la intensidad de la lucha. Entiende al fin que es el culpable, que fracasa tanto en su primigenio impulso vengador o justiciero -al convertirse en cómplice de la brutal violencia y las vejaciones perpetradas por sus camaradas- como en su posterior propósito conciliador. No es un retorno sabio y virtuoso el de Arias, sino todo lo contrario. Ni justicia ni paz: sólo odio y muerte.

Volver

La analogía, como todas las analogías, tiene un punto ciego, un aspecto en el que los parecidos se rompen. El Teniente Arias no es responsable del conflicto en el que se encuentra. Tan sólo es un peón en un juego que ni domina ni gobierna. Perón, en cambio, es el jugador principal del drama que se desenvuelve en la Argentina de los 70. Ha gravitado de manera decisiva en los últimos 30 años de la vida del país. Ha instigado conflictos, acuerdos y maniobras desde el exilio.

Su regreso muestra a las claras una voluntad y una convicción de su parte de que puede controlar las fuerzas por él desatadas, que han permitido su victoria. Se equivoca. El país ha cambiado. Él mismo ha cambiado. En todo retorno deseado, anhelado, a lugares, a personas o situaciones late la esperanza de un regreso en el tiempo. ¿Es realmente posible volver? Varios años después, en sus magníficas Crónicas del Ángel Gris, Alejandro Dolina creyó necesario (quién sabe por qué) ensayar una “Refutación del regreso”.

“Aun cuando fuera posible volver al pasado, nada sería igual. Todos los actos de nuestra vida repetidos minuciosamente, serían distintos al estar ocurriendo por segunda vez. Esta diferencia es sustancial. Llevaríamos con nosotros la carga de la experiencia anterior. Nos estaría negada la ansiedad y la esperanza. ¿Con qué entusiasmo apostaríamos a cartas que ya sabremos perdedoras? Alguien dirá: sería preciso borrar la memoria y volver al pasado sin recordar que ya lo vivimos. Respuesta: ¿De qué sirve volver si uno no sabe que vuelve? Para el caso es posible pensar que ahora mismo estamos viviendo por segunda o quinta vez la misma vida.”

Otra elipsis cinematográfica

No serían estas las únicas advertencias sobre la naturaleza engañosa del retorno. En agosto de 1982, un par de meses después de la rendición de las fuerzas militares argentinas en Malvinas, se estrenó una película dirigida por David Lipszyc titulada precisamente Volver (al final de la película aparece un intertítulo explicando que fue filmada en marzo de ese año).

Un ejecutivo de una empresa multinacional (Héctor Alterio) llega con la misión de cerrar la fábrica que la firma posee en el país. Es argentino, pero lleva muchos años viviendo en los EEUU. Lo recibe un atento empleado (Hugo Arana) que lo asistirá en su difícil misión. Paralelamente aprovecha para retomar la relación con su antigua novia (Graciela Dufau) y con un gran amigo (Rodolfo Ranni).

La ilusión que le despierta el regreso se va tornando en una experiencia amarga y desoladora. Su propósito choca con el descontento y la resistencia de los trabajadores de la fábrica. A raíz de esto su amigo le reprocha haber olvidado completamente sus épocas de delegado sindical, en la misma empresa, antes de mudarse a Nueva York. La exnovia le enrostra haber traído de regreso afectos y emociones perdidas, alterar su vida, sus intereses y sus relaciones, y le exige prácticamente que se vaya.

Intenta postergar la decisión de liquidar la filial local, pide unos días más para intentar una solución con los trabajadores, pero no lo consigue. La breve estadía le revela cruelmente su fracaso, no solamente en los propósitos de su viaje sino de su vida en general.

Una obsesión argentina

Apenas un año después del estreno de Volver, los argentinos votarían por lo nuevo. El entusiasmo duró poco. En 1987 Carlos Chacho Álvarez decretaría en un sombrío artículo “el fin de lo nuevo”. Desde entonces y de forma paulatina, los argentinos se han ido dejando vencer por la melancolía, una sensación de pérdida que tiene que ver con un tiempo pasado supuestamente pleno, feliz. La representación del futuro pasa casi inevitablemente por un regreso.

Durante décadas, los argentinos esperaron el retorno de Perón. Después muchos anhelaron el retorno del peronismo. En tiempos de Macri, esperaron el retorno de Cristina. Ahora, muchos anhelan el retorno del peronismo, otra vez. El deseo se cumple, pero las esperanzas son sistemáticamente traicionadas. Quizá lo que necesitemos sea pensar en nuestro futuro de una forma que no sea volver. No hay tiempo ni lugar adonde hacerlo.

* El autor es profesor de Filosofía Política.

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