El primer año del segundo Cornejo

Para su segundo mandato como gobernador, Alfredo Cornejo se ha apoyado principalmente en dos potencialidades locales: la minería y el agua. Ya no alcanza con la revolución de lo sencillo (que el gobierno funcione, se mueva bien) como se propuso en su primera gestión, ahora se requiere la revolución de lo estructural (que la que funcione bien sea la provincia toda, que se mueva bien y rápido). Y eso es mucho más difícil.

El primer año del segundo Cornejo
Foto: Ignacio Blanco / Los Andes

Alfredo Cornejo es el segundo gobernador en democracia que inauguró y lideró toda una era política provincial. Ha iniciado la tercera gestión consecutiva de su partido, cosa que hasta ahora solo había logrado el peronismo renovador, el bordonismo. Tiene además otra particularidad en que aventaja a todos sus predecesores: es el único gobernador que mantuvo una buena relación con el otro gobernador de su mismo signo, Rodolfo Suárez. Antes nunca había ocurrido así porque todos terminaron peleados o divididos o ambas cosas: Bordón con Gabrielli, Gabrielli con Lafalla, Iglesias con Cobos y Jaque con “Paco” Pérez. Si Cornejo tuvo diferencias con Rodolfo Suárez -que ciertamente las tuvo- las mantuvo en discreto silencio público y en general parecen haber sido más bien adjetivas, entre otras cosas porque Cornejo no se metió en la administración Suárez, pero Suárez jamás le discutió la conducción política de la provincia. Finalmente, lo más conocido, su reelección, algo que casi no había ocurrido nunca en Mendoza y cuando aconteció fue con gobernadores que no completaron algunos o todos sus mandatos, como Emilio Civit o don “Pancho” Gabrielli, mientras que Cornejo completó uno y seguramente completará el segundo.

Esos son, entonces, sus récords formales: más que liderar una gestión lideró una era de tres gobernaciones, no se peleó con su sucesor o antecesor según se lo vea, y logró la cultural e institucionalmente tan esquiva reelección mendocina. Y si pudiera proseguirse por algún alfil suyo en un mandato más, con ello lograría un cuarto récord.

En cuanto a los resultados materiales de su era, eso ya es harina de otro costal. En enorme medida dependen de si en los tres años que le quedan logra poner en movimiento Mendoza, una provincia que desde bastante antes de Cornejo avanza poco y nada en su crecimiento en el concierto nacional, en relación a sus posibilidades y a sus anteriores logros históricos. Casi como si estuviera parada, como si fuera un automóvil moderno que no pudiera conseguir combustible para arrancar. Mientras que otras provincias cercanas, con vehículos mucho más antiguos o más precarios, parecen moverse a más velocidad, dentro de sus realidades más pequeñas.

Lo interesante en que en esta cuestión, el diagnóstico de Cornejo y de sus opositores es el mismo: oficialistas y opositores aceptan (en mayor o menor medida) que Mendoza está frenada, o no avanza a la velocidad que sus condiciones objetivas y subjetivas indican. Lo que los diferencia, entonces, no es el diagnóstico, sino las causas del mismo: para Cornejo es porque el país no creció, sino Mendoza avanzaría más que el promedio nacional. No se cansa de repetir que las características de nuestra provincia hacen que cuando el país entero crece, la provincia crece más que el promedio general, pero cuando el país no crece Mendoza sufre más que nadie las consecuencias de ese parate (una teoría, por supuesto, opinable). Mientras que para la oposición (incluso la todavía interna, como lo es Luis Petri) la culpa principal no es nacional, sino provincial, porque no se han formulado y practicado las políticas locales adecuadas para tiempos de crisis. Pero tengan razón unos u otros, lo principal es que Cornejo sabe que, le vaya bien o mal a la Nación, si no termina su gobierno con una Mendoza en pleno movimiento y actividad, su balance terminará siendo más negativo que positivo. Ya no le servirá de nada echar la culpa afuera porque el argumento se habrá gastado.

Para revertir la tendencia es que se ha apoyado principalmente en dos potencialidades locales: la minería y el agua. Ya no alcanza con la revolución de lo sencillo (que el gobierno funcione, se mueva bien) como se propuso en su primera gestión, ahora se requiere la revolución de lo estructural (que la que funcione bien sea la provincia toda, que se mueva bien y rápido). Y eso es mucho más difícil.

El peronismo ya muy avanzada la era cornejista está peor que cuando ésta empezó y no da pie con bola. Pero Cornejo tiene rivales de todo tipo entre la multitud de mileistas que pululan en la provincia. No posee un sucesor muy claro entre los del palo (por ahora, el único que parece poner voluntad es Ulpiano Suárez pero no sabemos si le alcanzará ni si es enteramente suyo)) mientras que enfrente tiene a Luis Petri que hoy es más mileista que radical y a su ya tradicional rival permanente, Omar De Marchi que posee la conducción formal del Pro aparte de la Unión Mendocina (aunque hoy ya nadie sabe si esa “Unión” existe). Además tiene un cargo importante en el gobierno de Milei. Cualquiera de ambos que ganara, por sí o por interpósita persona, iniciaría otra etapa. Con ellos, sea el futuro gobernador radical o mileista o ambas cosas a la vez, se pondría como primer objetivo, concluir con la era Cornejo y comenzar una nueva.

Cornejo, hoy por hoy, es un político de estilo macrista en tiempos mileistas. Algún día, hoy ya lejano, supo ser un radical progre (cuando fue el principal consejero de Cobos en el equivocadísimo pacto con Néstor Kirchner), pero de a poco devino un radical que se fue convenciendo de las virtudes del liberalismo, casi como un descubrimiento en su adultez. Y ese quizá hoy sea su virtud y su problema: tanto Macri en su presidencia como Milei en el presente, lo consideran un aliado, pero no uno del palo. Y por lo tanto no le dan demasiado. Deben repartir más entre quiénes son más esquivos o a los que cuesta más conquistar. En particular en el caso de Milei, para quien un “peluca” cooptado, peronista o radical, vale mucho más que aliados moderados pero siempre potencialmente críticos como Macri, Cornejo o Pichetto. Milei quiere su partido personal y exclusivo, pleno de obsecuentes o al menos de dirigentes que siempre, absolutamente siempre, le digan que sí a todo. Las alianzas políticas no le importan al libertario como conceptualmente sí le importan a Macri y Cornejo. Salvo cuando necesita sumar para una ley o un veto en particular. Nada permanente.

Alfredo Cornejo, el licenciado en ciencias políticas, es por concepción político-filosófica un aliancista, un acuerdista, pero su “personalidad” es bien “personalista”. Por eso es muy bueno en armar alianzas pero no en mantenerlas en el tiempo. Le encanta seducir políticos y partidos pero cuando se trata de la acción concreta, eso de consultar antes de decidir, no es lo suyo. La búsqueda del consenso le parece bien, pero lo aburre, no lo riega todos los días, se olvida. A él le gusta la acción y no consultar demasiado lo que tiene que hacer en el momento que decide hacerlo. Cuando pide consejo, le pide lo justo y necesario a cada uno según lo que considera que cada cual le puede servir. Y no más. El resto de las opiniones de ese interlocutor en otros temas no le importan casi nada. Por eso, de a poco, todos los que no eran suyos pero que fue atrayendo para conquistar su primera gobernación, se le fueron alejando mientras que los suyos suyos se fueron un tanto burocratizando, como suele ocurrir cuando los funcionarios, por permanecer en demasía, por dejar los principales esfuerzos en manos del líder y por no ver peligro inmediato de perder, se creen destinados a la eternidad.

Cuando intentó su no demasiado profundo ni convencido desembarco nacional, siguió siendo un macrista en tiempos kirchneristas. Sus esfuerzos le alcanzaron para contener al radicalismo en Juntos por el Cambio (Cornejo es un millón de veces más radical que Lousteau en el buen sentido del término) y para aspirar a algún cargo importante en un segundo gobierno aliancista (que por entonces, en medio del desastre peronista, todos descontaban como seguro), pero nunca para sacar el premio mayor. Pudo haber sido vice de Patricia Bullrich, y por cierto que lo estuvo pensando, pero optó por la opción conservadora y por ende eligió repetir seguir en la acción local antes que tocar la campanita nacional. Vio que no había mucho más lugar. Que los macristas siempre consideraron a los radicales como aliados electorales, pero no como aliados políticos con los cuales compartir decisiones de gobierno.

Lo cierto es que Cornejo nunca pudo poner los dos pies a nivel nacional. Mendoza seguía siendo su territorio, y si se alejaba de ella podía quedarse sin el pan y sin la torta. Y a la postre su precaución o intuición resultó más que cierta. Juntos por el Cambio a nivel nacional fue arrasado por un fenómeno nuevo e inesperado, y para colmo, mantener Mendoza le costó más de lo esperado (lejos, lejísimos de los dos tercios con los que alguna vez debió haber soñado), con lo cual se demostró que sus temores eran reales. Hubiera perdido duro si elegía el destino nacional y si en vez de él mismo, ponía a un hombre suyo como candidato en Mendoza, también podría haber perdido la provincia. Basta ver lo cerca que estuvo Petri, y el crecimiento que alcanzó De Marchi, todos en detrimento de un peronismo que descendió a las más plenas tinieblas del infierno, y aún no puede recuperarse de su catastrófica caída. Por eso lo más probable es que la pelea por la sucesión gubernamental en 2027 (salvo que ocurriera un milagro peronista) se dará entre cornejistas y anticornejistas, pero todos mileistas, si al anarcolibertario le sigue yendo bien. Aunque pronosticar a tanto tiempo, hoy es pura ciencia ficción.

Para fortalecerse en Mendoza, Cornejo decidió iniciar su segunda gestión con aquello en lo que fracasó drásticamente su antecesor Suárez en la primera semana del inicio de su gobernación: la minería. Desde ese entonces la palabra se convirtió en prohibida, no se podía hablar de esa actividad, y mucho menos hacer algo, por miedo a que detonara aquella bomba mediante la cual, una multitud de fervientes antimineros y una opinión pública mayoritaria apoyándolos, paralizó todo tipo de emprendimiento minero en Mendoza.

Sin embargo, en lo que debe reconocerse como la mejor obra del primer año de su segunda gestión, Cornejo esta desactivando con un éxito mayor a lo pensado, esa bomba que nadie hasta ahora se atrevió a tocar por miedo a que explotara. La está desarmando meticulosamente, con sumo cuidado. No tocó la ley que prohíbe la megaminería a cielo abierto, el acido sulfúrico y el cianuro, pero cubrió al sur mendocino de pequeños emprendimientos (¿la revolución de lo sencillo en minería?), proyectó otros mayores, asistió a todo encuentro nacional o internacional que hubo y hasta los trajo aquí. Y hoy la minería sustentable parece haber prendido en Mendoza sin que sus enemigos puedan contraatacar, al no contar ya con una opinión pública mayoritaria a su favor, y por ende, al poseer menos capacidad de movilización.

La otra tarea que debe realizar para volver a cargar el tanque de nafta del auto parado, es la revolución del agua que prometió hacer con el dinero de Portezuelo, el desafío de los próximos años. Hasta ahora se gastó el 25% de esa dinero en una especie de tarea consensualista, vale decir quedar bien con todos los municipios dándole algunas obritas pequeñas a cada uno. Pero ahora deberá pensar más con lógica provincial y estructural (y esta revolución no es nada sencilla). Renovar profundamente el uso del agua en Mendoza, crear para ello una nueva columna vertebral institucional porque la actual es buena pero está magullada. Por el paso del tiempo sin innovar demasiado, hay mucho corporativismo en el tema del agua y eso hay que desmontarlo como hizo con la minería. Una tarea compleja porque el peso de la costumbre es muy fuerte y nadie quiere cambiar nada, aunque en el tema haya cambiado casi todo. La tradición del agua (sobre todo cuando tiene un buen origen como en Mendoza) es un valor en sí mismo, pero siempre que se renueve todas las veces que sea necesario. Además, Mendoza, la provincia institucional por excelencia, según admiten propios y extraños, no ha podido evitar caer también en el mal argentino nacional de las últimas décadas: que muchas de sus instituciones sean copadas por el corporativismo, o sea que sus miembros piensen más en sus propias ventajas que en los beneficios que deben brindarle a la sociedad.

En síntesis, el segundo Cornejo tiene desafíos sustancialmente distintos al primer Cornejo, pero el mismo objetivo: poner a Mendoza en movimiento, hacerla retornar a sus mejores momentos o crearle momentos aún mejores. El gobernador parece estar poniéndole fuerte voluntad a esos objetivos, que no desconoce, pero tampoco desconoce que tiene enfrente adversarios de fuste que vendrán con todo a disputarle el trono y la era si no le va bien, y que está rodeado de demasiados funcionarios demasiado satisfechos de sí mismos como para poner toda la voluntad necesaria que se requiere en tan compleja misión.

* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

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