Hoy, aludiré a uno de esos hombres que Lionel definiría como “olvidado inolvidable”.
En 1861 un barco alemán de pasajeros, llega al puerto de Buenos Aires. Un científico desciende. Es mundialmente conocido por sus trabajos paleontológicos y zoológicos, en especial sobre insectos por su libro “Manual de Entomología”.
También su obra “Historia de la Creación”, ratificó su fama y fue traducida a 5 idiomas.
Su nombre, Germán Burmeister y ya había estado en América en dos ocasiones, cuando recorrió Brasil, y luego Argentina, Uruguay y Chile.
Fruto de esos viajes fueron varios libros, uno de los cuales estaba dedicado íntegramente a la Argentina.
La atracción que esta región ejercía sobre él, le hizo renunciar a su cargo en Alemania y aceptar el ofrecimiento que le hicieron el gobernador de Buenos Aires Mitre y su Ministro Sarmiento, del cargo de director del Museo de Buenos Aires.
Su relación con Sarmiento, desde entonces, se basó en una mutua admiración y respeto, aún cuando el estadista apoyaría, posteriormente, los estudios y trabajos de Ameghino.
Burmeister transformó la desordenada reunión de materiales que había en el Museo de Buenos Aires, en colecciones científicas, que incrementó con hallazgos propios.
Fue especialmente un zoólogo, ya que de sus estudios juveniles sobre insectos pasó al de los vertebrados.
Pero en su variada labor científica, también fue paleontólogo. Prueba de esto último fue la obra que llamó: “Descripción Física de la República Argentina”, en la que describió exhaustivamente la fauna, flora, la geología y paleontología del país, tarea que quedó inconclusa.
La obra de Burmeister fue fundacional, pues dejó una escuela de discípulos continuadores de su obra.
Además inició la publicación de los Anales del Museo Público de Buenos Aires, con sus descripciones de los mamíferos fósiles de la formación pampeana, y agregó trabajos sobre insectos, peces, aves y mamíferos.
El rasgo curioso –diría- de su tarea en la argentina fue su indisimulada rivalidad con Florentino Ameghino, una incompatibilidad sólo científica, ya que Burmeister era un decidido antagonista de la teoría de la evolución darwiniana.
Ameghino, por su parte, era un activo propagandista del darwinismo.
El tiempo le daría la razón a Ameghino.
Burmeister murió en 1892, a los 85 años.
Diez años más tarde, la dirección del Museo la ocuparía Florentino Ameghino, precisamente.
Burmeister fue Médico y Doctor en Filosofía.
De su recorrido por nuestro país recordaba especialmente su viaje a Mendoza, hacia donde partió en un carretón tirado por cuatro caballos.
Su descripción fue muy colorida.
Describió las postas del camino y los tipos humanos, en especial el gaucho, sus costumbres, el asado, el mate, el rancho que habitaba, las piezas del recado, el chiripá, el poncho, la rastra, las botas de potro. Y todo lo detalla con simpatía y acierto.
En Mendoza permaneció un año, luego de lo cual partió para Paraguay.
Burmeister dejó Alemania en 1861, en su tercer viaje al Nuevo Mundo.
A la Sección Científica, del museo que ya dirigía, la enriqueció y clasificó.
Actuó prácticamente solo como director e investigador, preparador, conservador, empleado y dibujante.
Burmeister fue el prototipo del sabio cabal.
Sus estudios como entomólogo, paleontólogo, ornitólogo, geólogo y botánico, lo definen.
Un accidente en el museo lo llevó a la muerte.
Un 8 de noviembre de 1891, al intentar abrir una ventana de la Biblioteca del Museo, subido a una escalera, perdió pie y al caer contra una vitrina, se cortó la arteria frontal con la consiguiente hemorragia y la posterior anemia.
Moriría seis meses después, a los 85 años, como ya mencioné.
Un monumento a su memoria está emplazado actualmente en el parque Centenario cerca del Museo Argentino de Ciencias Naturales.
Nuestro hombre vivió entre 1807 y 1892 época en que se estudiaban juntas las Ciencias Exactas y las Ciencias Naturales
Y un aforismo final para este científico que supo expresar más observando, que muchos seres humanos hablando.
“El talento siempre vence a la belleza. Porque perdura…”