Casas más, casas menos, los que ya ingresamos en el área de los adultos mayores hemos tenido experiencias directas, indirectas, bibliográficas o audiovisuales de lo que significan los genocidios y los derechos vulnerados en la historia de este planeta Tierra habitado, entre otras especies de la escala natural (zoológica y botánica), por el denominado ser humano.
He recordado la imagen de la tabla de mis maestras de la Primaria, donde el ser humano se ubicaba en la cúspide de tal escala, por la condición de estar dotado de inteligencia, sentimientos y factibilidad de palabra. Claro, la vida me ha enseñado que aquellas clasificaciones de la Primaria son certezas discutibles, como la mayoría de las certezas, según el lugar donde uno plante los ojos o la cámara para mirar, ver, pensar y ser parte.
Seguramente se me acusará de emplear en este caso una palabra tan dura como “genocidio”. Quizás, también, se me acuse de imprecisión semántica, o de sacar de contexto. Hay palabras sobre las que no se puede evitar la inmediata representación mental que impacta como una bala contra el hemisferio derecho del cerebro, el de las emociones tanto individuales como sociales.
En los últimos días no han parado las noticias de contagios y muertes…En fin… que no puedo acomodarme en esta suerte de privilegio de estar dictando clases virtuales. En casa. Mientras un sinnúmero de colegas, auxiliares administrativos o de maestranza, niños y jóvenes ponen el cuerpo y las expectativas de vida en las trincheras, sin tener muy claro por qué causa esencial luchan.
Carlitos Chaplin dijo alguna vez que “La vida es una obra de teatro que no permite ensayos… La vida es maravillosa, si no se le tiene miedo.” Todavía quiero que nuestros niños y jóvenes se críen y eduquen sin miedo en un ámbito no agrietado por mezquindades, sino en el fluir de derechos humanos y, sobre todo, de libertad responsable de verdad verdadera