La infancia de Estanislao López no fue fácil. Se crió junto a su madre, María Antonia López, porque su padre, el capitán Juan Manuel Roldán, reconoció a sus hijos cuando estos ya eran mayores. Por tal razón, Estanislao, al igual que sus hermanos Juan Pablo y Catalina, llevaron el apellido materno.
Su educación fue breve e incompleta, ya que a los 15 años debió incorporarse a los blandengues, custodios de la frontera norte de Santa Fe. En la lucha contra los aborígenes adquirió una singular destreza en el uso de la lanza que lo destacó entre sus compañeros de armas. Fue uno de los cien blandengues que se unieron a las tropas de Manuel Belgrano durante su campaña al Paraguay. En Tacuarí fue herido, capturado y después transportado como prisionero a Montevideo. A pesar de estar atado de pies y manos, se arrojó a las aguas del Río de la Plata y nadó hasta la costa donde se presentó, aterido de frío, ante el general José Rondeau para integrarse a las tropas que sitiaban a la capital oriental. Por esta acción le fue concedido el grado de alférez. Luego de Montevideo, regresó a su provincia y defendió su terruño contra las pretensiones porteñas.
Santa Fe fue invadida en cuatro oportunidades por las tropas de Buenos Aires, que buscaban anular a esta ciudad como vía de entrada de productos del exterior. Los comerciantes porteños no querían competir ni con Santa Fe ni Montevideo, razón por la cual desviaron recursos de la contienda contra España para asegurar su prevalencia económica. La actuación de López fue decisiva en la defensa del primer movimiento autonomista santafesino, combatiendo contra las tropas dirigidas por Juan José Viamonte y Eustoquio Díaz Vélez. Durante la revolución del 14 de julio de 1818, López fue nombrado gobernador, título que ostentaría por los próximos 20 años.
El país se había convertido en una guerra de todos contra todos defendiendo sus intereses dentro del nuevo esquema económico que se imponía después de la era virreinal.
En noviembre del ‘18 López derrotó a las fuerzas cordobesas de Juan Bautista Bustos que invadieron su provincia. Pocos días después, venció a las tropas porteñas al mando del general Balcarce en Fraile Muerto. Al año siguiente, se repitió la maniobra conjunta de Córdoba y Buenos Aires para destruir Santa Fe, pero López logró una nueva victoria que consolidó su liderazgo.
Como parte del movimiento artiguista, invadió la provincia de Buenos Aires junto a Francisco Ramírez, destruyendo al ejército porteño liderado por Rondeau en Cepeda, combate también conocido como la Batalla del Minuto, porque ese fue el tiempo que le demandó a López acabar con las tropas locales.
Los jefes artiguistas podrían haber tomado Buenos Aires a sangre y fuego, pero adhirieron a la política de Manuel de Sarratea y el 8 de febrero de 1820 los caudillos entraron a la ciudad pacíficamente. Entonces López y Ramírez proclamaron: “Marchamos sobre la Capital, no para talar vuestras campañas ni para insultar a vuestras personas… sino para castigar a los tiranos cuando fueron tan necios que aún osaron pretender el mando con que casi os han devuelto a la esclavitud”. El Directorio fue disuelto, el Cabildo asumió el gobierno porteño, López y Ramírez firmaron el Tratado de Pilar.
Cuentan que cuando los caudillos entraron a Buenos Aires con escasa escolta, ataron sus caballos a la Pirámide de Mayo, hecho fortuito que fue tomado por algunos periódicos porteños como una afrenta simbólica a la ciudad avasallada. “Los bárbaros han tomado el Capitolio”, escribieron, cuando deberían haber estado agradecidos por la civilidad mostrada por López y Ramírez.
Eran tiempos difíciles, y los caudillos que actuaban como lugartenientes de Artigas se enemistaron con el Protector, quien se consideró traicionado y terminó obligado a exiliarse en Paraguay, lejos de las contiendas políticas. Un año más tarde, los antiguos aliados se enfrentaron y Ramírez tuvo una muerte romántica a manos de los soldados de López defendiendo con su vida a su amante. López expuso la cabeza del Supremo entrerriano en una jaula colgada en el Cabildo de Santa Fe, para mostrar la suerte de quienes se animaran a traicionarlo.
Consolidado en el poder, López firmó el Tratado del Cuadrilátero, considerado como el acto fundacional del federalismo argentino. De esta época data la relación epistolar entre López y San Martín, a quien garantizó su integridad física cuando éste debió retornar a Buenos Aires para comenzar su exilió. Rivadavia, por entonces el hombre fuerte de la ciudad, no le había perdonado la desobediencia de no volver con el ejército de los Andes a defender a los porteños cuando la Batalla de Cepeda ... pero López advirtió que nadie debía molestar al Libertador bajo amenaza de volver a invadir Buenos Aires. Bajo su protección, el general pudo poner en orden sus asuntos económicos, encargó la lápida para la tumba de su “esposa y amiga” y hasta tuvo tiempo de hacer una visita de cortesía a don Bernardino, antes de partir hacia Europa con su hija.
López defendió con firmeza su Patria Chica, pero nunca dudó en defender la Patria Grande cuando ésta lo requería, firmando el Tratado de Alianza para apoyar a la Banda Oriental en lucha contra el Imperio lusitano. Él mismo encabezó una exitosa campaña a Misiones.
Tras el fusilamiento de Dorrego y la formación de la Liga Unitaria del general Paz, López fue nombrado jefe militar del Pacto Federal. Después de que Paz destrozara a Quiroga y al fraile Aldao, el único caudillo del interior dispuesto a enfrentar al Manco fue López, quien no sólo derrotó a sus tropas en Calchines, sino que en un golpe de suerte, uno de sus soldados volteó al caballo de Paz y capturó al estratega unitario.
Paz describiría a su captor como un “gaucho solapado, rastrero e interesado” que, sin embargo, respetó su vida y la de su familia, un gesto que enaltece al caudillo santafesino.
A pesar de tener diferencias con Rosas sobre la organización del país, se produjo un acercamiento entre las dos figuras descollantes del federalismo. Este acercamiento se atribuyó al quebranto de la salud del caudillo santafesino debido a la tuberculosis que lo consumía.
Rosas envió a su médico personal, el Dr. James Lepper, para que lo asistiera. Profesional de prestigio que había atendido al mismísimo Napoleón.
Lepper le sugirió a López que se traslade a Buenos Aires. Allí, Rosas y su familia cuidaron al ilustre visitante, pero los aires porteños no le sentaron al santafesino, quien volvió a su tierra donde murió el 15 de junio de 1838.
Con su muerte, desapareció el único caudillo que podía contraponerse a la autoridad ilimitada del Restaurador.
López fue el defensor de la integridad del federalismo, sentando las bases para su afianzamiento con la espada, cuando las circunstancias así lo requirieron y con la pluma, al firmar tratados que fueron los pilares de nuestra Constitución y necesarios para la organización nacional.
* El autor es médico e historiador.