El mundo en llamas

Igual que la pandemia, el calentamiento global no tiene fronteras y, por ende, no puede ser enfrentado desde fronteras. Sencillamente, para la defensa del bien común global las fronteras son contraproducentes.

El mundo en llamas
El cambio climático se pone en evidencia en el mundo con las catástrofes en distintos países.

Con fuego y agua, el cambio climático le está anunciando a la especie humana que el orden mundial no sirve.

Por primera vez en la historia, se hace visible el “bien común global”. Lo visibiliza el inmenso riesgo que corre. Y para defenderlo, el sistema internacional imperante no tiene ninguna utilidad. Por el contrario, obstaculiza la única forma posible de preservar intacta la biosfera en la que se desarrolla la existencia humana: la acción global simultánea para eliminar las emisiones que provocan efecto invernadero.

Greenville debería quedar en la historia como uno de los primeros pueblos californianos que nacieron con la fiebre del oro, pero lo hará como el primer centro urbano totalmente devorado por las llamas.

En Siberia, Yakutsk es conocida como la ciudad más fría del mundo porque los termómetros pueden superar los setenta grados bajo cero. Los extensos bosques que la rodean siempre están cubiertos de nieve, pero ahora sus coníferas ardieron como antorchas, convirtiendo a Yakutsk en un infierno de humo y calor.

Vancouver y otras ciudades canadienses de la Columbia Británica también están acostumbradas al frío, por eso hubo tantas muertes y desesperación al padecer temperaturas saharianas, con los termómetros superando los cincuenta grados.

En el mismo puñado de días ardieron inmensas extensiones de bosques en Turquía y en Grecia, mientras monzones recargados arrasaban ciudades en Bangladesh y en la India, desde el Golfo de Bengala hasta el Estado de Maharashtra, al mismo tiempo que otro sistema climático estacional convertía ciudades chinas en Atlántidas.

La costa oeste de Estados Unidos está ardiendo con frecuencia e intensidad desconocidas, mientras la planicie que abarca a las dos Dakotas Alabama, Iowa, Wyoming, Nebraska, Kansas, Colorado y Oklahoma, donde se mezclan el aire frío que desciende desde Canadá con el aire cálido que asciende desde el Golfo de México generando tornados, está marcando récords en intensidad y cantidad de esas trombas con forma de embudo.

Los argentinos miran perplejos otro paisaje inédito: el Paraná casi sin agua y con parte de la coraza del túnel subfluvial a la intemperie. Y cada vez más oceanógrafos hablan de la alteración de las corrientes marinas, explicando que son consecuencia del cambio climático y advirtiendo que afectará la atmósfera terrestre.

Igual que la pandemia, el calentamiento global no tiene fronteras y, por ende, no puede ser enfrentado desde fronteras. Sencillamente, para la defensa del bien común global las fronteras son contraproducentes. La soberanía de los Estados es contraproducente, en la medida en que las clases dirigentes sigan sin tomar conciencia sobre el bien común global y sobre la gravedad que implica su pérdida.

El orden mundial basado en la multiplicidad de Estados soberanos que, en lugar de haber desarrollado la cooperación, mantienen su propensión a la competencia, obstaculiza la implementación de medidas globales simultáneas.

No hay fronteras para el coronavirus ni para los próximos virus que producirá el cambio climático al alterar la biósfera y se convertirán en pandemias globales. Ha comenzado una era de pandemias que, a diferencia de las anteriores, serán totalmente globales.

Una buena señal habría sido que las superpotencias, las empresas farmacéuticas y las principales organizaciones internacionales hubiesen acordado la forma adecuada de enfrentar el covid19. Pero no ocurrió.

A pocos meses de detectado el foco en Wuhan, los gobiernos de las superpotencias tuvieron en claro la magnitud de la amenaza. Biólogos, sanitaristas, químicos y matemáticos permitieron vislumbrar la porción de población mundial que moriría y la velocidad a la que se expandiría el virus por toda la faz del planeta. De tal modo, quedó claro desde un principio que la circunstancia imponía dos proezas: la proeza científica de crear vacunas en tiempo récord y la proeza política de producirlas a escala global y vacunar de manera simultánea en todos los países. La proeza científica se hizo, pero la proeza política no.

El orden mundial fracasó en lo imprescindible: una campaña global y simultánea de vacunación para no perder las carreras de la expansión y las mutaciones del virus.

También debe ser global y simultanea la lucha contra el cambio climático. Ningún país ni región puede salvarse individualmente. Pero las superpotencias siguen compitiendo y los grandes organismos internacionales sólo reflejan esa puja por el liderazgo.

Un experimento se convirtió en metáfora de la falta de reacción en otros órdenes. En el siglo XIX, biólogos demostraron que si se pone una rana en un recipiente de agua hirviendo, la rana reaccionará de inmediato saltando fuera del recipiente. Pero si se la coloca sobre agua natural y la temperatura del líquido se va elevando paulatinamente hasta hervir, el batracio permanecerá en el recipiente hasta morir hervido.

El calentamiento global es el agua del experimento. Y hasta ahora, la especie humana demuestra un comportamiento similar al de la rana.

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