Los trajes y los vestidos lucen impecables. Cada uno sabe qué rol interpretar y todo es algarabía. La música suena de fondo y los rencores parecen olvidarse por un rato. Hay fiesta y todos quieren que se note. La Vendimia se ha transformado con el correr de los años en esa fachada que sirve para disimular la verdad.
Mendoza es como las familias aristócratas venidas a menos, que se endeudan para hacer un festejo que pretende ocultar su presente opaco. La mansión luce descascarada de día, pero de noche con un buen efecto de luces y alguna maceta tapando los manchones de humedad parece recuperar su antiguo brillo.
La nuestra no fue una caída abrupta, sino un lento proceso de decadencia que produjo acostumbramiento. Cuando nos dimos cuenta, ya habíamos perdido dos décadas.
Ya lo sabemos, la economía no crece y como consecuencia directa y lógica no lo hace el empleo. Somos en este 2023 dos millones de personas que deben vivir con lo mismo que 1,8 millón hace 10 años. No hay forma de que el cinturón no ajuste.
Las culpas son compartidas. La dirigencia política nunca supo encontrarle la vuelta. Quedaron unos y otros inmersos en peleas internas, disputas electorales y agendas distantes del desarrollo. Pero también el empresariado falló. El capital mendocino ha ido cediendo espacios hasta quedar minimizado en el mapa económico. Algún inversor inmobiliario, uno que otro bodeguero y también los acostumbrados a vivir de los negocios con el Estado son la excepción.
La Vendimia es hoy una sumatoria de cada vez más encuentros políticos y de negocios con un fin meramente social. No se discute el modelo productivo y el futuro es abordado con repetidos diagnósticos. Apenas si se anuncian algunas inversiones de impacto reducido. Nadie quiere quedar afuera de la foto.
Es en este contexto que Rodolfo Suárez llega a su última fiesta, con un gobierno que no podrá mostrar un legado cuando se vaya en nueve meses. Muy lejos de las expectativas que generó o que dijo tener.
De aquel inicio apostando a la minería y la atracción de inversiones, con un discurso que priorizaba al sector privado como motor de la economía, pasó a un mirada estatista.
Hoy la Provincia acumula empresas propias que no son más que sellos de goma que giran en torno a la promoción de inversiones que nunca llegan y que se hacen cargo de lo que los privados no quieren hacer.
El proyecto minero Hierro Indio, del que tanto se habló, no avanzaba porque nadie ponía 1 millón de dólares. Una cifra insignificante en el mundo de los negocios. Y allí fue en auxilio el Estado con Potasio Río Colorado (PRC), la dueña de lo que dejó Vale y que será absorbida por la flamante creación de Suárez, Impulsa Mendoza, si finalmente se adjudica a un privado la mina de potasio en Malargüe.
Justamente ahora está en proceso de análisis una compulsa de ofertas por PRC bastante particular: es confidencial y no se sabe quiénes son los supuestos tres interesados ni cuánto ofrece cada uno ni el proyecto que pretenden ejecutar. Tampoco se sabrá, una vez definido el ganador, cuál era la propuesta de los perdedores. Todo bastante enigmático, existiendo una herramienta como la licitación pública, para un gobierno que se jacta de su transparencia.
En el mundo de los negocios y fuentes del peronismo coinciden en señalar que detrás de uno de los grupos interesados está José Luis Manzano. El ex ministro de Menem y su socio Daniel Vila, además, acaban de firmar con el Estado una extensión por 20 años de la concesión del servicio de distribución eléctrica a Edemsa.
A PRC y la flamante Impulsa Mendoza oficializada el viernes, la Provincia suma la propiedad de Emesa (creada por la última gestión del PJ y potenciada en los últimos años con pozos petroleros de bajo rendimiento que descartan las grandes empresas) y es socia de la Nación en Impsa, la compañía cuyos dueños originales no pudieron sostener y que el Estado cree que sí podrá hacer rentable.
Esa sociedad tal vez haya sido el único acuerdo que lograron Suárez y Alberto Fernández desde las primeras semanas de la cuarentena. El Gobernador hizo del Presidente su contrafigura y descargó en él las culpas de todos los males provinciales.
Con las encuestas y la pésima gestión nacional como guías, priorizó el rédito político. Es cierto, nada bueno llegó desde la Casa Rosada en este tiempo ni nada aportó el peronismo local, decidido a decir que no a casi todo. Pero sólo se rompieron puentes. Nada indica que el diálogo hubiese tenido éxito, pero al menos debería haberse intentado.
Decir y hacer
Suárez impulsó una reforma constitucional que imaginó como legado y nunca llegó a tratarse por la oposición del Frente de Todos. Ese proyecto propone dos cambios inspirados en el sistema cordobés: unicameralidad y eliminación de la elección de medio término. También sigue el modelo de esa provincia la boleta única que debutará en estas elecciones.
Una cuarta coincidencia son las elecciones desdobladas, que le han garantizado al peronismo de Córdoba protegerse de los cambiantes vientos nacionales y mantenerse en el poder desde 1999 sin pausas.
Hay ahora una quinta coincidencia confirmada con la candidatura de Alfredo Cornejo a la gobernación: la alternancia en el poder de sólo dos figuras, De la Sota y Schiaretti. Tal vez Suárez sueñe con ser el Schiaretti de Cornejo y volver en 2027, quien sabe.
La postulación del hoy senador nacional ha marcado otra particularidad de esta fiesta con su doble rol de antecesor y muy posible sucesor de Suárez. Ambos compitieron por el protagonismo político, más allá de lo estrictamente protocolar. Ha sido esta la Vendimia de los dos gobernadores.
Seguramente mejor que copiar el modelo institucional cordobés sería imitar su inversión en obras públicas, por supuesto a escala de Mendoza. Si los funcionarios provinciales se dieran una vuelta por esa provincia, tal vez entenderían de qué se trata.
El obsoleto Acceso Sur espera hace seis años que se concluya la tercera vía desde Paso hasta Azcuénaga, proyectada por Paco Pérez, y nadie parece tenerla en cuenta. Ni siquiera porque es el camino usado por los turistas para ir al circuito de montaña y también a las cotizadas bodegas de Agrelo, Perdriel y el Valle de Uco.
Esa es la imagen que también da Mendoza al visitante y si realmente se piensa el turismo como política de Estado, la infraestructura vial es imprescindible. De vuelta, sería bueno que miren a Córdoba.
Sin inversión privada, con un lento ritmo de obra pública y sin un plan claro para el futuro, el “modo Mendoza” que el Gobierno hizo su eslogan es un continente vacío, limitado apenas al orden fiscal, una condición necesaria pero insuficiente por sí sola para el desarrollo que urge.