El milenarismo de Javier Milei

Mientras hay éxito económico o, en su defecto, esperanzas (en realidad ilusión) de que pronto ocurrirá un “milagro” de crecimiento y bienestar, los argentinos normalizan los desvaríos presidenciales que debieran preocupar. Esa es una opacidad de la cultura política nacional.

El primer ministro indio Narendra Modi es otro de los líderes, que hoy abundan en el mundo, que se autopercibe "predestinado por los dioses".
El primer ministro indio Narendra Modi es otro de los líderes, que hoy abundan en el mundo, que se autopercibe "predestinado por los dioses".

Merodea los umbrales de un mesianismo ególatra que lo hace auto-percibir “predestinado”. Javier Milei está convencido de que podrá completar su obra gracias a la ayuda de “las fuerzas del cielo”.

Por el momento, el país le deja pasar todo. Mientras la economía rebotaba, a Néstor Kirchner le dejaron apropiarse de los DD.HH. ninguneando a Alfonsín y sacarle el prólogo de Ernesto Sábato al Nunca Más. Mientras la economía crecía, no importaba que Cristina reivindicara a Montoneros, una organización que cometía asesinatos y secuestros.

Si la economía actual saliera de la recesión y emprendiera un crecimiento importante, Milei volverá a execrar a Alfonsín y a reivindicar a la dictadura genocida.

Mientras hay éxito económico o, en su defecto, esperanzas (en realidad ilusión) de que pronto ocurrirá un “milagro” de crecimiento y bienestar, los argentinos normalizan los desvaríos presidenciales que debieran preocupar. Esa es una opacidad de la cultura política nacional. Los delirios místicos deberían resultar inquietantes siempre, y no sólo cuando hay crisis económica y faltan la esperanza o la ilusión de que pronto se revierta.

De momento, el país naturaliza que su presidente fundamente sus optimismos en “las fuerzas del cielo” que menciona el Libro de los Macabeos.

Le parece normal que Milei diga sin ruborizarse que es uno de los líderes más grandes del mundo. Que su política exterior sea él mismo. Que sus filias y fobias ideológicas establezcan el rumbo del país en el mundo. Que se permita insultar a gobernantes. Y que diga que haber sido la portada de la prestigiosa revista Time prueba que él está muy por encima de todos los dirigentes argentinos y los de muchos países: “Yo juego en otras ligas y los que me critican son fracasados, liliputienses”.

Los pocos periodistas que pueden entrevistarlo no le llaman la atención sobre la agresividad de su egolatría. Tampoco le dicen que el artículo de Time, si bien refleja su gran notoriedad, no es precisamente un elogio. El título de la portada es The Radical, lo que equivale a decir El Extremista.

Tampoco le dicen que brillar en los escenarios de la ultraderecha mundial no equivale a brillar en el escenario internacional, que es donde brillan los estadistas.

Son muchos los presidentes que han actuado bajo la influencia de delirios místicos. Entre los exponentes está George W. Bush, lector fanatizado por la vida y la obra de San Luis, que se lanzó a guerras insensatas por creer que los norteamericanos son “la nación predestinada”.

Lo mismo creen los ultraortodoxos sobre los hebreos: “el pueblo elegido”. Por esos sus exponentes en la Kenneset que integran la coalición de Netanyahu, quieren ocupar y anexar toda Cisjordania para reconstruir el Eretz Israel, o sea la Tierra Bíblica prometida por Jehová que incluía Judea y Samaria.

Por cierto sobran razones para admirar la historia y la cultura judía, pero los ultra-ortodoxos con los que se identifica el presidente argentino son minorías de posiciones extremas.

Entre los líderes que hicieron de los desvaríos místicos instrumentos de poder totalitario, al caso más increíble lo engendró el comunismo: el líder norcoreano Kim Il Sung, constructor del régimen basado en una doctrina ideológico-religiosa por la cual se proclamó enviado de los dioses del sagrado Monte Paetcu, con poderes sobrenaturales y una sabiduría absoluta que es trasladable a sus descendientes, también destinados a gobernar ese país asiático.

Un ejemplo notorio de la actualidad está en una democracia, la más grande del mundo. El primer ministro de India Narendra Modi dejó a todos con la boca abierta al describirse como un instrumento de los dioses hinduistas para guiar la nación india. Dijo que está “predestinado” a gobernar ese gigante asiático; que lo envío a la tierra Paramatma con “una misión” que él ignora, pero que es ese “yo primordial”, la porción de deidad brahamánica que todos los hinduistas de fe llevan en el corazón, “lo que sigue haciéndome hacer cosas” en pos del propósito trascendente que ha sido fijado por esa “verdad última y absoluta” que describen los libros sagrados.

En la mitología hindú, los dioses Shiva, Shakti y Vishnú son Paramatman, y el hombre que se dijo predestinado por esas deidades, Narendra Modi, es el líder del partido ultranacionalista y ultra-religioso que gobierna el país más poblado del mundo.

En lo económico, el primer ministro que se dice ungido por los dioses para cumplir sus designios, está siendo exitoso. Quizá por eso sólo deparan en sus desvaríos místicos y su agresividad las minorías religiosas de la India, como los musulmanes, los sikhs y los budistas, víctimas de su autoritarismo y de una violencia que empezó siendo verbal y se volvió policial. Los demás son fanáticos suyos y de su partido nacionalista-hinduista: el Baharatiya Janata.

Javier Milei no es el único líder con egolatría mesiánica. Pero eso no lo hace menos inquietante.

* El autor es politólogo y periodista.

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