José María Paz y Juan Galo Lavalle se conocieron en el marco de la Guerra contra Brasil. Fue allí donde se hicieron amigos. Tras la guerra, la vida los llevó por distintos caminos, aunque coincidiendo en la lucha contra las injusticias encarnadas por Rosas.
Once años tardaron en reencontrarse. Por entonces, ambos luchaban contra el rosismo escondidos entre los caminos polvorientos del interior profundo.
Llamativamente, en sus memorias, Paz mostró una enorme desilusión al ver a su antiguo aliado convertido en la sombra del que fue: “Educado en la escuela militar del general San Martín, se había nutrido con los principios de orden y regularidad que marcaron todas las operaciones de aquél general. Nadie ignora, y lo ha dicho muy bien un escritor argentino (el Señor Sarmiento), que San Martín es un general a la europea, y mal podía su discípulo haber tomado las lecciones de Artigas. El general Lavalle, el año 1826, que lo conocí, profesaba una aversión marcada no sólo a los principios del caudillaje, sino a los usos, costumbres y hasta el vestido de los hombres de campo o gauchos, que eran los partidarios de ese sistema; era un soldado en toda forma. (…) En su opinión, la fuerza estaba sólo en las lanzas y los sables de nuestros soldados de línea, sin que todo lo demás valiese un ardite. Cuando las montoneras de López y Rosas lo hubieron aniquilado en Buenos Aires, abjuró sus antiguos principios y se pegó a los contrarios, adoptándolos con la misma vehemencia con lo que los había combatido. Se hizo enemigo de la táctica (…) Hasta en su modo de vestir había una variación completa. Años antes lo había conocido haciendo alarde de su traje rigurosamente militar, y atravesándose el sombrero a lo Napoleón (…). Esta vez quería el general Lavalle vencer a sus contrarios por los mismos medios con que había sido por ellos vencidos, sin advertir que ni su educación, ni su genio, ni sus habitudes, podían dejarlo descender a ponerse a nivel de ellos. A través del vestido y de los modales afectados del caudillo, se dejaban traslucir los hábitos militares del soldado del ejército de la independencia”.
Más allá de la opinión del cordobés Paz, el “ejército-pueblo”, como en esta etapa llamó Lavalle a sus hombres, lo idolatraba.
Dueño de un carisma que movía destinos, los mantuvo a su lado sin mucho más que promesas de gloria y una victoria sobre el restaurador tirano.
Seguían sus órdenes en las peores condiciones, sin tregua, habituados incluso a dormirse sobre el caballo. Todos querían mantenerse cerca, lo rodeaban y miraban con admiración. Sin duda fue Juan Galo el más caudillo de nuestros generales, aunque eso a Paz le molestara mucho.
*La autora es historiadora.