Argentina está, como nunca antes, a las puertas de lo desconocido. El resultado de hoy puede entronizar un proyecto personalista inaudito sostenido por un líder mesiánico e imprevisible. Un líder que genera en la sociedad una dicotomía distinta a todas las que hubo hasta ahora en un país siempre afecto a la grieta: asusta a todos aquellos que no cautiva.
Ese proyecto que hoy puede imponerse es hijo de la desesperanza y el enojo con los que no dieron ni dan respuestas. Y sobre todo, un efecto de la crisis económica que desborda a todos y que mañana mismo puede ser peor. Ni hablar el 10 de diciembre, cuando asuma el nuevo gobierno.
De ganar Javier Milei, el estallido que anuncia la canción que se escucha en sus actos será doble. Su triunfo hará implosionar la política y entraremos en un terreno de arenas movedizas. La explosión de la economía, nadie lo duda, está asegurada cualquiera sea el vencedor.
Lo saben todos los que salieron los últimos días a comprar lo que sea para protegerse de esa luz que ven venir de frente, sin distinguir bien qué es. O los que, pese a la falta de un precio de referencia, cambiaron sus pesos por dólares, aunque fuera el blue del blue.
La incertidumbre de estos días no registra antecedentes. Nadie sabe qué puede ocurrir si Milei gana por su poco apego a las reglas que parecían tener el consenso mayoritario; el suyo es un territorio inexplorado. Pero también porque las encuestas, de tanto fallar en sus pronósticos electorales este año, no permiten avizorar con claridad el resultado final.
Casi todas coinciden en los nombres del primero, el segundo y el tercero. Pero también coincidían antes de las PASO y el que ubicaban tercero cómodo terminó primero. El futuro, ya no como ese porvenir que ha de suceder en un tiempo lejano, sino como lo que ocurrirá durante las próximas horas, es puro misterio.
Esa incertidumbre que nos embarga a todos también asalta a los dirigentes mendocinos. Pero no sólo por lo que vendrá en el país económicamente. A ellos el resultado de hoy, o el de un eventual balotaje, puede cambiarles y mucho su futuro político.
En ese terreno fangoso deberá moverse los próximos meses Alfredo Cornejo, el gobernador electo que parece haber asumido anticipadamente por el paso al costado de Rodolfo Suárez. Para él, personal y políticamente, está claro que la elección nacional pone mucho en juego.
Cornejo apostó fuerte, desde hace tiempo, por Patricia Bullrich. Hasta pudo ser su vice. Su sociedad política empezó a tejerse cuando ambos presidían sus partidos a nivel nacional, la UCR y el Pro. Los unió la mirada de halcón que tienen sobre las soluciones para los problemas que arrastra desde hace décadas la Argentina.
Cuando decidió candidatearse nuevamente a gobernador, el radical estaba convencido de que Juntos por el Cambio gobernaría el país desde diciembre. La única duda, por entonces, era si el presidente sería Bullrich o su rival interno, Horacio Rodríguez Larreta. De ahí, aquella obsesión cornejista, transparentada en declaraciones, por tener influencia nacional.
Pero claro, ese era otro país, muy distinto al develado el 13 de agosto, cuando el impacto de la aparición de Milei quedó por primera vez expuesto en su dimensión real. Ese día Bullrich ganó la contienda interna, pero a la vez perdió.
Esa interna, y todo lo que pasó entre los dos bandos en los meses previos, ahuyentó a los votantes hartos de la politiquería. Los que proponían el cambio se mostraban tan apegados a las viejas prácticas como los que hablaban de continuidad.
De pasar al balotaje Bullrich y luego ganar, Cornejo tendría asegurados esa influencia nacional que tanto deseó y un vínculo directo, fluido, para conseguir fondos para la provincia. Hasta podría imaginarse un futuro nacional en cuatro años.
Pero ese escenario es el más improbable hoy. La candidata opositora parece haber quedado rezagada en la carrera, siempre según las encuestas. De hecho, se convertiría en “la sorpresa” de terminar segunda y forzar una segunda vuelta.
Para el gobernador electo mendocino, una temprana derrota nacional implicará un doble efecto negativo. Uno político, el otro para su gestión.
El primero está ligado con el destino de Juntos por el Cambio desde mañana mismo. ¿Sobrevivirá a una derrota un frente que aun en la victoria parecía unido por pegamento y nunca logró una cohesión programática y política real?
Los más optimistas ponen como ejemplo lo ocurrido luego de 2019. Pero aquella vez fue “una derrota digna”, dejando todo en la cancha y con una remontada final de Mauricio Macri que le dio aire para continuar. Ahora, quedar terceros será una paliza, una goleada, que dejará heridas tan profundas que provocarán una ruptura total.
Más si en cuatro semanas hay un balotaje y los integrantes de lo que hoy es Juntos por el Cambio se ven obligados a optar entre Milei y Sergio Massa. Por supuesto, también está el voto en blanco. Las aguas se dividirán entre las tres opciones y difícilmente se vuelva de esa encrucijada.
El propio Cornejo deberá tomar partido llegado ese punto. Habrá que ver en ese caso si lo explicita o elige el silencio. Algo similar ya vivió en 2003 Roberto Iglesias, cuando Carlos Menem y Néstor Kirchner pasaron a la final que nunca se jugó.
Sin haberlo siquiera imaginado hace unos meses, el oficialismo mendocino puede perder ese paraguas nacional que lo contuvo durante los últimos ocho años. Sólo le quedará la plataforma más débil de la vieja UCR nacional, si no se divide también, que gobernará cinco provincias, dos de ellas “grandes”: Santa Fe y Mendoza.
De aquella influencia en un gobierno nacional propio a una cuotaparte de un partido opositor que nunca logró recuperarse del todo tras la caída de Fernando de la Rúa, hay muchísima distancia política.
Cornejo también tendrá el desafío de la gestión si hoy pierde su referencia nacional. Mañana mismo deberá empezar a tender puentes con los que queden en carrera o con el ganador, si no hay segunda vuelta, para disimular las tensiones de toda puja electoral. No le será fácil. Sobre todo si es Milei el que se impone. Es explícita su aversión por la socialdemocracia, en la que incluye a la UCR.
Un radical, compungido y angustiado por la derrota nacional que intuye, encontró un consuelo: “Menos mal que volvió el Alfredo. Ninguno de los otros que pretendían postularse hubiesen podido gobernar la provincia en este contexto”.
La elección de hoy no sólo es un dolor de cabeza para el oficialismo. También lo es para la oposición.
El peronismo mendocino ha atado su suerte a la de Sergio Massa, después de haber quedado tercero en la provincial. Apuesta todo a que su candidato entre al balotaje y gane en noviembre. De eso dependerá su supervivencia política y también económica. Dónde irán sino todos los que hoy ocupan cargos nacionales, en Buenos Aires y en Mendoza, y también los que deberán dejar la Legislatura el 9 de diciembre por la pérdida de bancas. Está claro que los siete municipios no podrán refugiar a tantos.
Sin gobierno nacional ni provincial, las chances peronistas de recuperarse decrecen como el valor del peso.
El caso de La Unión Mendocina es paradójico. Propio de estos tiempos que vivimos. Hoy estará dividida en tres. No se sabe si es una táctica para poner un huevo en cada canasta o una simple demostración de que es un rejunte, como tanto se la acusó.
El Partido Demócrata es socio de Milei. Gracias al libertario logrará un triunfo que no se le da desde 1997 y con ello tendrá dos diputados en el Congreso de la Nación. Mientras que buena parte de los dirigentes del Pro que se fueron de Cambia Mendoza con Omar de Marchi votarán a Bullrich.
El “eje sancarlino”, con Jorge Difonso a la cabeza, y los peronistas que se sumaron luego han jugado fuerte para Massa. Extraño lo de Difonso porque hasta hace no tanto sostenía que pese a coincidir con el ministro y ser su “amigo”, no podía acompañarlo en su retorno al kirchnerismo. Hoy, en cambio, hace campaña a favor de Unión por la Patria.
La pregunta que cabe ante tanta contradicción interna de ideas es cómo hubiesen gobernado la provincia de haber ganado. Los problemas mendocinos, como los nacionales, también tienen soluciones diferentes, según quién las mire. Una segunda duda, ya no contrafáctica sino sobre el futuro, es cuánto tiempo podrán sostenerse como una alianza.
Desde mañana, algunas de las preguntas que angustian a los argentinos empezarán a tener respuesta. Pero seguramente surgirán otras, más graves y más difíciles de superar.