El legado de Arturo Frondizi

La de Frondizi fue una gestión extraordinaria por la calidad y claridad de sus objetivos en un contexto político muy contradictorio y plagado de confusiones.

El legado  de Arturo Frondizi
A 61 años del golpe de Estado contra Arturo Frondizi.

El presidente Arturo Frondizi, quizás el más progresista y visionario de los mandatarios argentinos del siglo XX, fue derrocado el 29 de marzo de 1962 por un golpe militar instigado por sectores políticos e intereses que veían amenazado su poder relativo con la aplicación de la política de integración social y cultural que caracterizó al gobierno desarrollista (1958-1962).

Esa gestión impactó profundamente en un país subdesarrollado que había conocido mejores épocas durante el auge del modelo agroimportador que implementó la generación del 80 y, agotado, según Alejandro Bunge, ya en la época del Centenario, no encontraba un nuevo diseño que potenciara el despliegue productivo de su verdadero potencial, tanto en materia de recursos como en la calidad de aptitudes de su población.

Un diagnóstico acertado le permitió a Frondizi y su equipo encabezado por Rogelio Frigerio, determinar las prioridades que en ese momento requería el país, en un contexto internacional de guerra fría pero al mismo tiempo de coexistencia pacífica entre las grandes superpotencias nucleares. El centro de ese plan estaba en consolidar la integración social, fortalecer la educación en todos los niveles con énfasis en la adquisición de capacidades para un país en acelerada transformación y ocupación de todo su territorio, garantizar el imperio de la ley y dar vuelta la página sobre las profundas divisiones existentes estableciendo las condiciones para la paz social fomentando la fraternidad ciudadana.

Aún hoy parece una utopía, pero ese programa tuvo un muy sólido comienzo dictando una generosa amnistía y cesando todas las proscripciones e inhibiciones que había establecido el régimen de facto que se conoce como Revolución Libertadora.

Determinadas las prioridades de inversión, que apuntaban a consolidar una economía nacional capaz de expandirse en forma extraordinaria, convocó al capital extranjero para alcanzar en menos de cuatro años el autoabastecimiento petrolero al mismo tiempo que instalaba industrias claves en siderurgia, petroquímica, automotriz, maquinaria agrícola, entre otras, al mismo tiempo que potenciaba el despliegue de la infraestructura (caminos) y la tecnología para el campo y la industria.

Todos esos logros se ven mejor en perspectiva histórica, porque en ese momento se desató una feroz batalla donde convergían los beneficiarios del régimen anterior (los negocios de importación y exportación eran muy lucrativos pero no generaban expansión hacia otras ramas productivas ni ensanchaban la oferta laboral en nuevas y modernas actividades), a quienes se sumaron, entusiastas, conservadores de todo pelaje, donde además de los propiamente dichos había radicales, socialistas y liberales.

En el propio peronismo, beneficiario directo del restablecimiento de las libertades públicas, hubo segmentos sectarios que planteaban métodos “de lucha” incompatibles con el estado de derecho a los que no costaba mucho suministrar –desde servicios de información militares manejados por conspiradores– armas y explosivos para realizar acciones terroristas.

Esto ocurrió en Córdoba, donde volaron depósitos de combustible, y en Mendoza, donde prendieron fuego a pozos petrolíferos en el marco de una huelga que no había decidido el gremio sino un sector de la burocracia de YPF, enfeudada en una miope visión estatista antinacional.

La de Frondizi fue una gestión extraordinaria por la calidad y claridad de sus objetivos en un contexto político muy contradictorio y plagado de confusiones. Esto, si se medita serenamente con los datos a la vista, pone en evidencia que los cambios profundos remueven pasiones e intereses que no siempre resultan evidentes en los procesos con apariencia de normalidad que encubren caminos de declinación de la convivencia y su suporte material.

Esa “reacción” (nunca más propicio el nombre) se expresó en el constante acoso que desde las fuerzas armadas se ejerció sobre el gobierno con planteos y presiones que el Presidente administró como pudo, a veces cediendo en aspectos secundarios y nunca renunciando a la línea central de su gestión. Ello no evitó, sin embargo, que el ritmo general de las acciones fuera atenuándose al punto que el propio Frigerio lo señaló en público, en acuerdo sustancial con el Primer Magistrado.

Como de todos modos los resultados empezaron a verse y medirse (la inflación cayó, la educación se multiplicó, el pleno empleo era una tendencia cada vez más vigorosa y la penuria energética se desvaneció) era preciso terminar de todas maneras con ese gobierno. Esta y no otra es la explicación del golpe del 62, analizando su sustancia.

El país vivió de rentas de aquellas grandes realizaciones por lo menos una década más. No hubo después más que una inercia, mientras la idea del desarrollo –revolucionaria en 1958– se convirtió en sentido común.

El legado de Frondizi, ya sublimado en gran medida, mantiene vigencia, y se sintetiza en la unión de los argentinos en un proyecto de integración social y cultural, geográfica y a la vez productiva. Todas las diferencias, muchas de ellas valiosas, enriquecen la perspectiva de un país que integre en una dinámica virtuosa el conjunto de las aspiraciones y esfuerzos que, de otro modo, nos siguen llevando de frustración en frustración.

* El autor es politólogo y periodista. Integra la Fundación Frondizi.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA