A la Unión Soviética la disolvieron los presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia, pero la impresión que quedó en la memoria de los rusos y del mundo es que la disolvió Mijail Gorbachov.
En realidad, el último líder soviético intentó impedir esa iniciativa, a la que calificó de ilegal e irresponsable. Pero el presidente ruso, Boris Yeltsin; el de Ucrania, Leonid Kravchuk, y el de Bielorrusia, Stanislav Shushkievich siguieron adelante y, en una dacha en el bosque de Belavezha, acordaron la disolución del estado multinacional.
Además de calificar de ilegal el acuerdo, Gorbachov cuestionó que tres gobernantes resolvieran por quince repúblicas. Poco después renunció, porque el Estado del que era presidente había dejado de existir.
Aunque a la decisión de poner fin a la creación de Lenin no la tomó Gorbachov, el impulsor de la glasnost y la perestroika sabe que fueron sus reformas las que abrieron ventanas por donde entró el vendaval que arrasó aquel imperio comunista. No quería hacer desaparecer la URSS sino democratizarla y revitalizar su economía abriéndola al capital privado. Calculó que era posible, además de necesario. Pero estaba equivocado.
Democratizar y abrir la economía es contrario a la naturaleza del totalitarismo. Abrir y transparentar el Estado soviético fue como sacar un pez del agua. Gorbachov se había equivocado, pero el suyo fue un error benefactor. Los rusos nunca habían sido tan libres y prósperos como tras la disolución de la URSS. Aún con el retroceso al autoritarismo que implica Vladimir Putin, jamás en el Estado leninista habían vivido con la libertad, los derechos y el acceso a bienes de consumo que tienen ahora.
El fracaso de Gorbachov en su intento de democratizar y abrir URSS, tuvo también un efecto libertador para las catorce repúblicas que aglutinaba y para los países centroeuropeos que integraban el Pacto de Varsovia.
Por cierto, el primer tramo de la era pos-soviética fue una caída al caos y el empobrecimiento agudo. Pero luego, aunque de forma defectuosa porque a las empresas del Estado se la repartieron jerarcas del Partido Comunista conformándose una oligarquía de multimillonarios, con la apertura de la economía llegó el crecimiento y un mayor bienestar social.
Gorbachov siempre provocará en los rusos las visiones encontradas que retrató la publicidad de Pizza Hut que el último líder soviético protagonizó en 1997. En esa propaganda televisiva de la cadena norteamericana de comidas rápidas, Gorbachov y su nieta entran al local de Pizza Hut que está frente a la Plaza Roja. Una familia que estaba en otra mesa lo ve y empieza la discusión. Para el mayor de la familia, había sido un líder desastroso que destruyó el Estado soviético, pero para el más joven de la mesa, era el hombre al que le debían la libertad, la mayor calidad de vida y la diversidad de oportunidades de las que ahora gozan.
La mayoría de los rusos posiblemente piensen como el mayor de la familia de la publicidad. En definitiva, la Unión Soviética era la Gran Rusia, un hinterland amurallado por catorce estados dirigidos desde Moscú. Un éxito geopolítico sin precedentes.
Para los ultranacionalistas, el impulsor de la perestroika y la glasnost destruyó el último imperio ruso. Pero aquel estado se estaba carcomiendo por dentro, porque su esclerotizada economía era improductiva y no podía sostener la carrera armamentista ni la infraestructura. Con el accidente nuclear de Chernobyl quedaron a la vista dos cosas: el imperio estaba en ruinas y la nomenclatura lo ocultaba de manera criminal: intentó tapar el accidente nuclear y, si el mundo se enteró, fue porque los vientos soplaron desde los Urales hacia el Oeste llevando radioactividad hasta Polonia.
Si la infraestructura estaba en ruinas, es porque la URSS, a esa altura, era un gigante con pies de barro.
Bajo el régimen criminal de Stalin se impuso una economía de opresión cuasi esclavista, que permitió el crecimiento de la economía. Pero muerto Stalin, sus sucesores, Malenkov, Jrushev, Brezniev, Andropov y Chernenko, fueron ablandando poco el esclavismo estalinista y la economía colectivista de planificación centralizada se fue debilitando de manera proporcional. Gorbachov sinceró esa realidad y trató de salvar la URSS introduciendo democracia y capital privado. El resultado fue el estallido del mega-estado totalitario y también de los totalitarismos centroeuropeos que integraban su órbita de influencia.
¿Pudo alguien haber salvado la URSS? Quizá un líder como Deng Xiaoping, quien optó por clausurar la apertura política para mantener la apertura económica en China.
Es probable que un Deng ruso hubiera introducido el capitalismo sin que el Partido Comunista perdiera el control autoritario del país.
De no haber existido Gorbachov, a esa muerte lenta del poderío soviético solo podía revertirlo un nuevo Stalin con su método cuasi-esclavista .
* El autor es politólogo y periodista