No fue Joe Biden quien logró menguar el anunciado huracán republicano, convirtiéndolo en una ventisca. La administración demócrata ha sido, hasta ahora, lo suficientemente mediocre como para desalentar el voto de los propios y alentar a que los conservadores salgan a votar en aluvión.
Si el huracán que iba a arrasar a los demócratas terminó apenas despeinándolos, fue porque los dos espíritus contrapuestos de Estados Unidos salieron a confrontar como pocas veces lo han hecho.
No fue amor por Biden sino espanto por Donald Trump y por la deriva extremista del Partido Republicano, lo que despertó el voto en defensa propia de los norteamericanos y norteamericanas que no quieren perder derechos conquistados ni entregar el país a los ultraconservadores.
Biden y su gobierno eran un Talón de Aquiles del Partido Demócrata en esta elección. De por sí, en las elecciones de medio término normalmente se impone el partido que está en la oposición, porque en estos comicios la sociedad procura equilibrar la relación de fuerzas entre el gobierno y los opositores. La regla es que el partido que tiene la presidencia y mayoría en el Congreso pierde alguna de las cámaras, o las dos, fortaleciendo el poder de control opositor sobre el gobierno. Por cierto, hay excepciones, como el triunfo republicano en el primer medio término de George W. Bush; excepción causada por el apocalíptico 11-S. Cuando los norteamericanos se sienten atacados, y aquel fue el primer ataque masivo en el propio territorio desde Pearl Harbor, procuran fortalecer al gobierno, en lugar de debilitarlo.
A esa tendencia histórica se sumó, en esta oportunidad, la medianía de la administración demócrata y el impacto que está provocando en el bolsillo y en el estado de ánimo de los estadounidenses una alta y persistente inflación.
La gestión comenzó con la vergonzosa retirada de Afganistán, en parte compensada por el posterior asesinato en Kabul del líder de Al Qaeda, Aymán al Zawahiri. A renglón seguido, Biden naufragó en la frontera sur, donde se acumulan interminables caravanas de inmigrantes latinoamericanos. Y llegó a la mitad del mandato con una inflación persistente y en niveles altísimos para los parámetros estadounidenses.
También aportan debilidad al liderazgo demócrata el aumento del delito y la razón biológica que podría impedir al actual presidente buscar un segundo mandato en las próximas elecciones presidenciales: tendrá 80 años, con un cuerpo y una mente que a menudo muestran fatigas y fragilidades. Para colmo, no aparecen figuras vigorosas que garanticen competitividad en los comicios del 2024. Se suponía que el volumen político de Kamala Harris crecería en la vicepresidencia, pero eso no ocurrió. Y como si todo eso fuera poco, el oficialismo evidenció fisuras internas que muestran síntomas de extenuación en el liderazgo del presidente, cuando la titular de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi viajó a Taiwán, generando una durísima reacción de China que impactó contra los esfuerzos del secretario de Estado Anthony Blinken para que Xi Jinping no colabore con Vladimir Putin en la guerra que desató en Ucrania.
Con todo eso a su favor, Trump no pudo cantar victoria. La reacción demócrata que convirtió en ventisca lo que se anunciaba como devastador huracán, fue provocada por la ofensiva conservadora contra el aborto a través de la Corte Suprema, desbalanceada por el gobierno del magnate neoyorquino. La caída de ese derecho conquistado en 1973 con la sentencia en el caso Rode Vs. Wade, encendió las alarmas sobre el alcance de la avanzada reaccionaria. Entonces el espíritu secular y progresista que siempre latió en la sociedad, salió al cruce del espíritu conservador que avanzaba a paso redoblado.
Los dos espíritus de la nación norteamericana chocaron en las urnas de medio término, por encima de sus principales contendientes: Biden y Trump.
El ex presidente que al negacionismo del cambio climático sumó lo que el lúcido Thomas Friedman llamó “negacionismo electoral” (afirmar que le robaron con fraude la reelección), difícilmente podrá implementar su plan de someter a Joe Biden a un juicio político para echarlo del Despacho Oval.
El acierto demócrata fue ver que la clave para evitar una debacle electoral estaba en dar batalla por devolverle a la mujer el derecho a decidir sobre su cuerpo.
Con el resultado, Biden suspiró de alivio mientras Trump se quedaba sin razón para el festejo.
Los candidatos demócratas vencieron a los candidatos trumpistas para escaños legislativos y gobernaciones estaduales.
Además, dentro del Partido Republicano le apareció un “hombre fuerte” que lo enfrentará en las primarias por la candidatura presidencial: Ron DeSantis.
Que otra figura amenace el liderazgo de Trump y su afán de reconquistar la Casa Blanca, no implica una señal de viraje republicano hacia la moderación. Ronald Dion DeSantis no es moderado ni centrista, sino incluso más ultraconservador que el magnate neoyorquino.
* El autor es politólogo y periodista.