El hombre que abrió las cadenas de la ideología con las llaves de la verdad

Pasados ya unos días del fallecimiento de Jorge Lanata, quisiéramos en esta nota reflexionar sobre lo que, en nuestra opinión, es el legado conceptual más permanente y profundo que nos dejó el gran periodista. Vale decir, su lucha contra esa falaz concepción por la cual la corrupción pública tiene causas ideológicas: el neoliberalismo según los kirchneristas, el estatismo según los mileistas. Para de ese modo cada facción excusar a los suyos y condenar a los ajenos en el principal mal político argentino. Lanata combatió contra la corrupción de cualquier signo ideológico y eso no le gustó ni a los suyos ni a los ajenos. Pero sí al pueblo en general. Por lo que logró romper con todo sectarismo y expresar, como muy pocos, la irrenunciable lucha de la verdad contra cualquier ideología que pretenda ocultarla o reemplazarla. Vaya entonces, nuestro reconocimiento.

El hombre que abrió las cadenas de la ideología con las llaves de la verdad
Jorge Lanata con un ejemplar de su libro "10 K, la década robada".

Probablemente casi todo lo que debía decirse sobre Jorge Lanata ya haya sido escrito o pronunciado en estos días luego de su fallecimiento (sumando en ello a quiénes no dijeron nada, que es tal vez un modo más explícito de significar mucho), por lo que yo en esta nota sólo pretendo hablar de un tema que en mi modesta opinión es el principal legado político que nos deja uno de los principales periodistas de la historia argentina: la relación entre ideología y corrupción, una de las cuestiones que tuvo y aún sigue teniendo horrible resolución por parte de los principales actores públicos de la vida nacional, no sólo políticos, sino también culturales, intelectuales y empresariales. Y, peor aún, entre algunos (no pocos) periodistas, que en este tema cometieron uno de los peores pecados que se pueden cometer en esta profesión-vocación. Pasemos a explicarnos.

Jorge Lanata fue durante casi toda su vida previa al kirchnerismo, un periodista ideológicamente identificado: un hombre de izquierdas, él se decía un liberal de izquierdas, pero en general era considerado un progresista, esa categoría que comenzó a proliferar con la caída del mundo soviético. Fue tan así, que en alianza con un sector de ex guerrilleros trotskistas (pecado reconocido por él mismo) consiguió financiamiento para un diario que, sin embargo, desde sus inicios no fue un pasquín al servicio de un sector político, sino el cimiento de un periodismo ideológicamente identificado, pero en busca permanente de toda independencia del poder, actitud que amplificó con el tiempo. Lanata quería hacer un diario del nivel periodístico de “La Nación” o de “El País”, pero de izquierdas, y mientras lo dirigió, la aproximación a ese objetivo se intentó, con resultados dispares, pero generando un producto moderno, inteligente, con una buena camada de nuevos periodistas y que supo expresar de un modo importante el nuevo clima de época. Eso se vio en la dirección que le impuso Lanata, con su instinto tan notable: de empezar siendo un instrumento de oposición ideológica al neoliberalismo y en general a todo tipo de pensamiento de derecha, de a poco fue mutando en el principal instrumento periodístico de denuncia a la corrupción menemista gobernante en ese entonces, a través de la investigación de hechos concretos que sacudieron al poder. Durante la dirección periodística de Lanata, “Página 12″ alcanzó un renombre impensado y un prestigio a tono con las críticas a la época. Se hizo creíble, incluso para gente que no pensaba ideológicamente igual. Y temible para el gobierno. Luego, con la retirada de Lanata de su dirección, el diario siguió un tiempo la misma línea y se mantuvo vigente. Pero sólo por un tiempo, hasta su encuentro crucial con el kirchnerismo, cuando las aguas se dividieron, entre Lanata y su creación, más de lo que se dividieron las aguas de Egipto con el cruce de Moisés.

Que es cuando aparece el Lanata más universal, el históricamente más significativo. Hasta entonces había sido un muy buen periodista, de los más innovadores y creativos, dentro de una tendencia ideológica determinada. Formando casi siempre una dupla con el principal investigador contra la corrupción política menemista, Horacio Verbitsky.

Fue el momento, en que reiterando la metáfora anterior, a Lanata se la abrieron las aguas del río y las cruzó casi en soledad, mientras todos sus compañeros, en particular Verbitsky, se quedaron en Egipto, pero ya no en defensa de los oprimidos , sino formando parte de los opresores. Un cambio de época tan significativo o incluso mucho más de lo que significó la crítica de “Página 12″ a la década menemista y al poder en general.

Es que el peronismo, con esa habilidad excepcional que tiene para mutar de ideología de la noche a la mañana, pasó del crudo neoliberalismo menemista (admirador de Rojas, Alsogaray y Adelina de Viola) a un progresismo setentista donde los Kirchner, sin tapujos, se auto consideraron los herederos de aquella generación y repitieron de forma literal todas las palabras, símbolos, ideas y consignas de aquel entonces, con un anacronismo tan inteligentemente formulado, que la sociedad no rechazó, pero los “progres” lo consideraron una revolución. Creyeron retornar a los sueños de su juventud y desde entonces veneraron a los Kirchner mucho más de lo que nunca veneraron a Perón. Se estaba cumpliendo la revolución soñada, pero sin ninguna de las desventajas de los años 70 (que llevaron a la muerte a una generación) y con todas las comodidades que produce haber llegado al poder sin haber hecho nada para ello, incluso sin haberse imaginado un par de meses antes, que, supuestamente, habían retornado al poder revolucionario. Algo delirante desde todo punto de vista, pero que gente muy inteligente (o al menos muy estudiada), se lo creyó a pies juntillas. Entre ellos, la plana casi completa de “Página 12″, liderados esta vez no por Lanata, sino por el nuevo gurú y consejero (una especie de Santiago Caputo, en su versión K y de adulto mayor), Horacio Verbistky, el escriba al servicio del nuevo emperador egipcio, y sobre todo, de la nueva Cleopatra.

No se puede negar que también Lanata resultó confundido ante aquella transformación ideológica tan fenomenal del peronismo, pero nunca dejó de tener grandes dudas. Por eso en su programa televisivo, desnudó los primeros casos de corrupción K que descubrió apenas al inicio de la gestión de Néstor (jamás los ocultó como ya empezaban a hacer otros progres), quizá persuadido de estarle advirtiendo a los Kirchner de que también tenían de los “malos” entre los suyos, sugiriéndole que se los sacaran de encima. Pero ocurrió que no se los sacaron.

Desde allí, y de a poco, en pugna entre su ideología política y sus convicciones ético-periodísticas, un nuevo Lanata fue naciendo a medida que ocurría el presunto nuevo parto nacional y popular donde la izquierda y el peronismo se fusionarían, definitivamente, de una vez por todas y para siempre. El paraíso en la tierra, la utopía que sembró “Página 12″. Detrás quedaba la tragedia de la caída del muro de Berlín y la imposición de la globalización capitalista para retornar, al menos en la Argentina, a los días gloriosos de la juventud maravillosa de los ‘70. Para colmo, parte importante de América Latina comenzaba a girar hacia el mismo camino. Hugo Chávez apareció como el nuevo apóstol, y Fidel Castro renacía como el viejo mesías de la nueva revolución, que él permitía que se haga en democracia por todo el continente, siempre y cuando esa democracia no entrara en su país. Minucias, la historia y la revolución eran mucho más importantes que esas tonterías “formales”.

Resultaba, para los progres, muy difícil escapar a ese nuevo clima de ideas donde, de golpe, todas sus vidas volvían a recuperar un sentido, que en los 90 creyeron haber perdido para siempre. Ahora descubrían que siempre tuvieron razón histórica, y eso gracias a los Kirchner, esos heroicos parteros de la vieja nueva historia.

Quizá todas estas cosas, para los ciudadanos no politizados, que eran la mayoría del pueblo, no fueran tan importantes ya que a los Kirchner los apoyaban porque su situación económica había mejorado sustancialmente luego de la implosión de 2001/2 y el nuevo presidente se encargó malévola pero talentosamente, de adjudicarse todo el logro y excluirlo absolutamente del mismo al que fuera su iniciador: Eduardo Duhalde.

O sea, que hacia los intelectuales con la ideología (hablando literalmente como ellos e incluso incorporándoles a la participación del poder), y hacia el resto de la sociedad con la economía, Néstor Kirchner, con la compañía fundamental desde el inicio de su esposa Cristina, comenzaba la construcción de una nueva hegemonía. Algunos pensaron, incluso, en la construcción de un nuevo país.

Pero había un periodista, Jorge Lanata, que estaba en plena meditación metafísica, que, aún tentado por el nuevo clima de ideas que tanto se parecían a las suyas, dudaba de lo que estaba ocurriendo; algunas cosas no le cerraban para nada. Hasta que, imponiendo su faz de periodista profesional y vocacional por sobre su ideología, descubrió una verdad que al principio jamás supuso que pudiera ser tal. Solo le bastó encontrar las similitudes de los Kirchner con el pasado, en vez de mirar -como miraban casi la totalidad de sus amigos- las diferencias (positivas) de los Kirchner con todos los gobiernos anteriores. Y entonces descubrió el huevo del Colón. Lo que transformaría al ya respetado Lanata en un periodista excepcional, quizá en el mejor de su tiempo. El más amado y el más odiado. Pero el mejor.

Durante los años más exitosos de “Página 12″, sus periodistas lo apoyaban en lo que él más impulsaba, la lucha contra la corrupción a partir de hechos concretos, no de generalizaciones conceptuales o de meras opiniones. Pero la mayoría, si no todos, creían que estaban en lucha contra el neoliberalismo, o sea contra la ideología que producía la corrupción. Luego se vería que Lanata pensaba mucho más allá de esa simplificación. Él siempre dijo que al poder no le preocupa tanto que el periodismo le opine en contra, aunque sea muy duro, lo que de verdad le importa es que le desnuden hechos concretos de corrupción, eso no lo tolera ningún gobierno. Ninguno. He allí el meollo de su pensamiento profundo para actuar en su profesión. Y, aunque le dijeran que sí, pocos, muy pocos entre los que estaban cerca suyo, lo compartían.

Por eso, el Lanata “universal” se vio en plenitud durante la hegemonía del kirchnerismo, porque mientras casi la totalidad de sus compañeros de ruta decidieron acompañar al nuevo gobierno”nacional y popular”, él, apenas descubrió no sólo que dentro suyo tenía corrupciones no meramente individuales como tiene todo gobierno (si fueran individuales se denuncian, se corrigen, y todos amigos) sino que el kirchnerismo era estructuralmente corrupto (y sobre todo a partir de su cúpula mayor), no dudó en convertirse en su principal denunciador, por todos los medios periodísticos que tuvo a su alcance. Y los tuvo casi todos.

Allí su separación con Verbistky fue definitiva. El ex jefe montonero decidió mirar para otro lado en el tema de la corrupción por tratarse de un gobierno ideológicamente del mismo signo. Quien más lucidez tuvo para denunciar la corrupción menemista fue quien más cerró los ojos (precisamente por tener más lucidez) frente a la corrupción kirchnerista, que incluso fue mucho mayor porque no sólo se robaba como modo de delinquir, sino también por ideología: para, supuestamente, la chantería de equilibrar fuerzas con el enemigo capitalista e imperial. Pero esa patraña elemental la compró casi en bloque el progresismo argentino, liderados por Verbitsky.

Jorge Lanata decidió distinguirse de todos sus amigos y compañeros de ruta, pero para seguir siendo el mismo de siempre. En realidad no cambió él, sino que los que cambiaron fueron los suyos, aunque se interpretó al revés. Fue una transformación muy difícil en lo personal y muy inédita en lo periodístico. Se animó a denunciar que, aunque los Kirchner hablaban en todo como la izquierda progre y que incluso les daban trabajo a todos sus intelectuales, en nada se diferenciaban en la corrupción de los peores gobiernos corruptos anteriores. Y empezó a desnudar una serie de casos sorprendentes, antes los cuales el Swifgate menemista pareció un poroto. Llegó al centro del poder, hasta a Néstor Kirchner y toda su familia a través de su testaferro Lázaro Báez. Demostró que quien fuera vicepresidente de Cristina, Amado Boudou, fue un corrupto sin igual y aportó testigos a granel. Denunció el poder feudal peronista de las provincias y sus robos concretos. No hubo lugar donde no se metió, frente a un progresismo que le dio la espalda primero, luego lo empezó a criticar y al final lo condenó definitivamente como un traidor y un enemigo.

En fin, su historia de esos años es la más conocida. En su libro “10 K, la década ganada”, dedica desde la página 136 del mismo a la 377 inclusive, a detallar uno por uno, mes por mes, todos los ataques que los gobiernos cristinistas emprendieron desde abril de 2008 hasta agosto de 2013 contra la prensa independiente y crítica. Fueron miles, y todos los días. Sin solución de continuidad. Lanata fue uno de los principales opositores de esa guerra contra la libertad de opinión declarada por el gobierno en nombre de un relato único y en pos de la corrupción estructural como modo permanente de gobierno.

Y es que hay una concepción en intelectuales, periodistas y políticos argentinos que es la antípoda del pensamiento que siempre sostuvo Lanata: ellos creen que es la ideología la causa de la corrupción, cuando la verdad absoluta es que la corrupción no tiene ideología, la aplican todos los gobiernos que quieran, más allá de sus pensamientos. Sin embargo, como no había ocurrido antes en la Argentina, al menos en esta desproporcionada magnitud, los Kirchner lograron que muchos periodistas e intelectuales defendieran la corrupción kirchnerista en contra de la corrupción menemista y/o neoliberal. Unos porque no la quisieron ver y miraron irresponsablemente para otro lado, pero la mayoría porque la creyeron necesaria como herramienta ideológica contra el enemigo o porque directamente les resultó más fácil corromperse también. Fue una enfermedad colectiva que cundió -literalmente- como una plaga tipo covid dentro del sector más importante de la “inteligentzia” argentina, frente a la cual sólo se encontraron resistentes individuales, uno de los cuales, quizá el principal, fue Jorge Lanata.

Terminado, al menos por ahora, el ciclo político que trajo esa colosal confusión, Lanata terminó su vida luchando contra el nuevo gobierno, de signo contrario al kirchnerismo en muchas cosas, pero con una concepción similar sobre las causas de la corrupción. Aunque recién empieza y por lo tanto Lanata no verificó hechos concretos de corrupción, sí atacó esa concepción absolutamente errónea que también defiende Milei y que lo acerca tanto a las ideas de Cristina: la de que la corrupción no es tanto una cuestión de corrupción, sino de ideología. Que la verdadera corrupción es la existencia del Estado y por lo tanto, si se lo elimina definitivamente, se acabará la principal causa de la misma. Y así, mientras lucha en pos de un objetivo inalcanzable, no le interesa demasiado la verdadera causa de la corrupción, que está en la naturaleza humana fuera de control social. Y por lo tanto denuncia más generalidades que a responsables concretos.

Tanto los kirchneristas como los mileistas creen, entonces, que la ideología es más importante que la corrupción. Contra la ideología enemiga todo vale, en cambio la corrupción es buena o mala, existente o inexistente según qué ideología la aplique. Un equívoco fenomenal que abre la puerta a todos los infiernos. Y que Lanata, muchas veces en soledad, pero casi siempre acompañado por los mejores hombres y mujeres de esta sociedad, combatió hasta el día en que la vida le dijo basta.

Su lucha fue esencial para derrocar un pasado que ojalá no vuelva más. Y también será útil para advertir sobre graves desviaciones del presente que ojalá no impidan al nuevo gobierno juzgar con toda la fuerza necesaria a la corrupción del pasado reciente, y que a la vez impidan nuevas corrupciones. Pero lo cierto es que un caso u otro, para evitar que los males se repitan, habrá que mirar una y otra vez el inmenso legado de Jorge Lanata.

* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

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