El “golpismo anticipado” del conservadurismo corporativo nacional y popular

A varios meses de que asuma un nuevo gobierno, el kirchnerismo y sus aliados ya están amenazando con destituirlo si no ganan ellos. Están proponiendo el “golpismo anticipado” y lo hacen en nombre de la defensa de un sistema corporativo compuesto por sindicatos, empresarios, gobernadores feudales y en general una elite política y económica que vive del subsidio estatal, en gran medida generado por la corrupción como política de Estado. Es un sistema que enriquece a las elites y empobrece al resto de la sociedad. Es profundamente conservador porque quiere mantener todo como está. E ineficiente en grado sumo porque su política económica, a diferencia de casi todo el resto de América Latina, atrasa 70 años.

El “golpismo anticipado” del conservadurismo corporativo nacional y popular
Hugo Moyano, Cristina Fernández y Néstor Kirchner, las expresiones más elevadas del conservadurismo corporativo nacional y popular del siglo XXI en la Argentina.

El sistema corporativo del gobierno kirchnerista está armando su propia propuesta destituyente por si no se puede mantener mediante el voto en el poder. Sus fuerzas de choque son los primeros que salen a advertir la novedad política que han inventado: el “golpismo anticipado”, anunciado no sólo antes de que se cometa, sino meses antes que asuma el gobierno al que quieren golpear. O por las dudas que asuma.

Las amenazas empezaron, como era de prever, por el ya tristemente célebre Aníbal Fernández quien advirtió que “si los opositores tuvieran la posibilidad de ser gobierno, van a causar sangre y muertos”.

Profundizó la advertencia el coordinador nacional de Barrios de Pie, Daniel Menéndez: “No dura ni dos segundos Larreta con su programa, ni una semana de gobierno si quieren avanzar sobre los derechos de los trabajadores y las trabajadoras”.

La CGT lo advirtió un poco más suavemente: “No permitiremos que avasallen los derechos del trabajo”. La misma CGT que desde 1983 le hizo 27 paros a los gobiernos no peronistas y ninguno al más horrible de toda la nueva era democrática, el que estamos sufriendo con Alberto, quien más perjudicó a los trabajadores que dice representar la central obrera nacional.

Luego el papista Juan Grabois puso blanco sobre negro aclarándolo todo: “Que vengan y la vamos a pelear y en un año y medio se van en helicóptero”.

Para finalizar, por ahora, con el intendente de Ensenada, Mario Secco, quien intimidó con que si la tocan a Cristina “vuelan todos en pedacitos”.

Empezaron advirtiendo que si ganan los opositores se van a caer por sus propias incapacidades para terminar amenazando con que si no se caen por sí mismos, los van a voltear ellos. Algunos en dos segundos, otros en un año y medio. El extraño caso de un golpismo que se anuncia para un gobierno que aún no asumió y ni siquiera se sabe si asumirá.

Estos que amenazan son apenas la vanguardia parlanchina, las fuerzas de choque del corporativismo argentino que en su versión más extrema nos viene gobernando prácticamente durante todo el siglo XXI. Aunque no lo inventó el kirchnerismo sino que solo lo profundizó a niveles indecibles. Está compuesto, entre otros, por el sindicalismo, los capitalistas de Estado y los empresarios subsidiados de la industria protegida, los señores feudales que gobiernan las provincias y el conurbano, amplios sectores de la clase política, el periodismo oficial, justicia legítima, agrupaciones como La Cámpora, los gerentes de la pobreza. En fin, todos los que se enriquecen mientras el país se empobrece, organizados en corporaciones que en nombre de lo nacional y popular tienen un solo objetivo: conservar el actual estado de cosas, que ellos conducen o usufructúan, por más que el país se venga abajo.

En un brillante artículo, Pablo Gerchunoff sostiene que la esencia del kirchnerismo se explica, más que por la corrupción que es un tema ético, por haber intentado aplicar la política económica peronista de los años 40, 70 años después.

El peronismo de la primera presidencia de Perón, aquel de la sustitución de importaciones, del consumo por encima de la inversión y del subsidio del campo productivo a la industria protegida tenía algún sentido en su momento aunque a la larga fuera inviable e infinanciable si a mediano plazo no se lo equilibrara con otras políticas económicas más eficientes. Pero en su momento dio prosperidad y movilidad social a grandes masas populares empobrecidas y reforzó la clase media. Además, en su segunda presidencia, desde 1952, cuando vio que el modelo se agotó, el mismo Perón intentó cambiarlo por otro mucho más austero y tuvo bastante éxito pero lo hizo con un sistema políticamente asfixiante y muy corporativo, que cayó por un golpe de Estado en 1955. El otro que lo intentó cambiar fue Frondizi con el desarrollismo, que ponía a la inversión por sobre el consumo y a la apertura por sobre el proteccionismo, pero otro golpe se lo impidió. A partir de allí, gobernara quien gobernara, el sistema corporativo no paró de crecer. Por ejemplo, los militares del 66 con la entrega de la administración de las obras sociales a los sindicatos, generaron la corporación sindical más poderosa y “empresarial” (en el mal sentido) de América Latina. Y los militares del 76 gestaron las bases de un nuevo capitalismo subsidiado de Estado que imperaría de allí en más. El corporativismo lo practicaron todos, no solo los peronistas.

Néstor Kirchner, sostiene Gerchunoff, se inició con una buena presidencia porque aprovechó el gran ajuste que le dejó Duhalde más los altos precios internacionales del campo, e incluso sus propios superávits. No tuvo, por ende, necesidad de ser populista en sus políticas económicas (aunque lo fue en muchos otros aspectos). No obstante, desde 2007, cuando se fue acabando el efecto de las vacas gordas, en vez de virar como el Perón de 1952 hacia una mayor austeridad, decidió, como bien dice Silvia Mercado, que había que reinventar lo más autoritario del peronismo político, cultural y económico de los años 40 para fortalecer y eternizar su poder. Quiso reconstruir el culto a la personalidad y el ataque a los medios de comunicación independientes, pero también la antigualla económica de la sustitución de importaciones utilizando los recursos de las exportaciones del campo tecnológicamente modernizado para subsidiar a una industria ultra protegida ya definitivamente perimida.

Y para lograr todo eso, al populismo político y económico le agregó algo que en mi modestísima opinión, Gerchunoff minimiza un poco al considerarlo solamente un tema ético: la corrupción de Estado. Es que además de ser un tema ético, se trató de algo más que una ampliación al infinito de la financiación espurea de la política que otros gobiernos practicaron. Fue la corrupción en Kirchner, por primera vez, un tema estructural de su modelo. El aceite con el que pudo lubricar y agrandar a niveles monumentales el corporativismo populista en una vertiente ultraconservadora disfrazada de cambio y de progresismo. Como el papel que juega la sangre en el cuerpo. No era para corromper solo a la política, sino a todo el sistema corporativo argentino, público y privado.

Sin embargo (y en eso sí tiene toda la razón Gerchunoff) pese a la más grande corrupción jamás planteada, al adoptar el populismo económico pleno desde 2007, el sistema K se volvió inviable e infinanciable desde el primer momento que se lo aplicó y sin lograr ninguno de los avances sociales del primer peronismo. Incluso logró movilidad social descendente en quien fuera por más de un siglo el gran país latinoamericano de clase media.

Por eso hoy estamos como estamos. Y si el modelo duró tanto pese a no elevar el nivel de vida de los pobres ni de la clase media como hizo el primer peronismo, fue por la contención que logró con el subsidio a los de abajo pero básicamente por el subsidio a los de arriba que en términos cuantitativos fue infinitamente mayor al orientado a los de abajo. Hizo del país una fábrica de millones de pobres. Y de pocos pero poderosos nuevos ricos.

Una lástima porque el primer Kirchner se pareció mucho más a los gobiernos latinoamericanos del siglo XXI que aún siendo muchos de ellos populistas en lo político, no lo fueron ni lo son en lo económico. Pero Néstor no los siguió. Prefirió acoplarse a Venezuela que fue una excepción. La mayoría de los otros países, aún con regímenes autoritarios, no fueron tontos y por eso en economía aplicaron recetas más próximas al liberalismo económico: Perú con presidentes presos pero economía sólida y estable. Chile con un gobierno de izquierda que no se aleja económicamente de los gobiernos anteriores. Ecuador cuando estaba Rafael Correa creó en educación un Instituto de la Meritocracia y jamás eliminó la dolarización generada por gobiernos conservadores. Paraguay no para de crecer. Ni que decir la izquierda uruguaya. Hasta la misma Bolivia de Evo que es de una racionalidad económica envidiable, Lula tiene una política internacional imperial pero puso y pone la economía en manos de liberales. Por eso Latinoamérica ha crecido en las últimas décadas el 115% en su PBI y nosotros apenas el 15%, según un estudio de Esteban Domeq. Se cumple con nuestros vecinos la profecía bíblica, los últimos serán los primeros. Pero para los argentinos es al revés: con los K pasamos de primeros a casi últimos. Cuando Latinoamérica empezó titubeando y tímidamente a entrar en el futuro (que era parecido a la Argentina del pasado) nosotros decidimos recuperar un pasado imposible y quedamos estancados en la más cruel de las decadencias.

El kirchnerismo ha creado, o ha profundizado, un modelo conservador de lo peor del presente (tirando a reaccionario porque para conservar el statu quo de las corporaciones debe hacer que el resto del país marche hacia atrás). Y ese modelo es algo más que la reiteración de las políticas económicas del 45, porque la corrupción es su corazón, con lo que ya ni aunque se cambiara la política económica se podría cambiar el sistema, porque éste se resistiría a morir. Por eso lo del “golpismo anticipado”, porque con este sistema le va mal a las mayorías populares pero muy bien a las minorías dirigentes y a las corporaciones complacientes.

La corrupción de Estado fue con el kirchnerismo moralmente tan repudiable como la de todos los que la practicaron antes, pero en lo político fue cualitativamente distinta, muy superior, casi de otra naturaleza. Los cuadernos de Centeno, por ejemplo, son una radiografía cabal del modus operandi donde gran parte de la elite económica argentina y muchos miembros de la clase política kirchnerista reconocieron ante la justicia haber cometido los delitos en esos cuadernos detallados.

La corrupción K fortaleció como nunca antes una lógica corporativa, estatista, prebendaria, nepotista, que antes existía pero ahora se convirtió en la principal política secreta de Estado. Ese es el país fallido que hoy implosiona. Aquel donde si se toca un milímetro del régimen laboral te van a hacer un golpe de Estado a través de la suma de huelgas de los trabajadores formales y de las movilizaciones de los informales, todos financiados por el Estado. Y los patoteros serán enviados otra vez a tirar toneladas de piedras al Congreso.

Se trató de una política que tan bien describió Jorge Asís: un modo de acumulación de poder basado en la corrupción que alteró todos los patrones económicos, políticos y sociales. Aunque las anteriores corrupciones fueron tan malas moralmente como la de Kirchner, ésta tuvo un significado político que las otras no tuvieron.

La política económica luego del fracaso de la 125 fue un espejismo que pudo proseguir porque impuso un relato de retorno al pasado en el que los argentinos nos encerramos solitos. Argentina es “un país de genios amurallados”, dice Jaime Baily.

Hoy la economía informal popular la representan mal los movimientos sociales y la economía formal popular la representan mal los sindicatos. Como los políticos, los lideres movimientistas y los sindicales solo se representan a sí mismos, las bases argentinas, las que son en serio nacionales y populares, están buscando nuevos caminos, ya que un salario en blanco no permite la subsistencia, y un subsidio tampoco. Pero hoy cada vez más la gente busca sus caminos por fuera de la política, porque el Estado no le sirve a nadie más que a los que lo ocupan. Representa el interés corporativo, que en este caso es lo contrario del interés general.

Un orden corporativo que Kirchner consolidó a niveles absolutos. Utilizó la falta de anticuerpos que generó la anarquía para dar el paso atrás más gigantesco de toda la democracia. Administró bien cuatro años y aprovechó (mientras gestaba uno de los sistemas de corrupción de Estado más grandes del mundo, muy parecido al sistema ruso de Putin) la inmensa riqueza que generó el campo con el comercio internacional para reconstruir el orden político y económico que implosionó a fines de 2001, hasta que perdió la cordura con la 125 y allí empezó una guerra para retornar a un pasado imposible, donde aún no hay ganadores ni perdedores, pero ahora está en crisis ese orden corporativo que ya se hizo viejo y solo sobrevive porque no aparece el nuevo. Además, como las elites corporativas intuyen que este orden, con la crisis que vive y a la que nos han llevado, puede explotar con un gobierno de cualquier otro signo, es que se proponen desde ya voltear a cualquiera que intente cambiar el estado de cosas que ellos solo se dedican a conservarlo.

* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

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